La degradación de la sexualidad y el erotismo
José Cueli
Siguen corriendo tiempos aciagos. ¿Cuándo no? La historia de la humanidad nos demuestra que somos seres condenados a la repetición y al olvido. En estos momentos tienen protagonismo la crisis económica mundial, con sus dramáticas secuelas de pobreza y desempleo; el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, la crisis alimentaria y energética, el temor a pandemias como la de la influenza A/H1N1, el terrorismo y las guerras actuales y las por venir, y, siempre, la justicia que nunca llega.
Vivimos tan inmersos en nuestros problemas cotidianos y tan anestesiados por la televisión comercial, la cual sólo sirve al poder y al dinero, que no vemos críticamente otros asuntos de suma gravedad como los que a continuación quiero destacar.
En meses pasados se publicaron en el diario español El País dos interesantes artículos de Mario Vargas Llosa: “Desafueros de la libido” (18/10/09) y La desaparición del erotismo (1/11/09) que llamaron mi atención no sólo por lo importante de su denuncia, sino porque comparto su preocupación por estos temas.
En el primero hace alusión a los casos del cineasta Roman Polanski; el ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand, y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. Casos que en su opinión nos muestran el eclipse de toda moral.
Polanski se fuga en pleno proceso por violación de una menor de 13 años. Como destaca Vargas Llosa hubiese sido otra cosa si el delito lo hubiera cometido un hombre sin privilegios. ¿Fama, talento y poder son justificaciones para delinquir? Entre sus defensores se erige la voz del ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand.
Poco después de su protesta se destapa el asunto de un libro autobiográfico publicado por él en 2005 (La mala vida), donde confiesa sus encuentros en Tailandia con chicos jóvenes en los prostíbulos. De su experiencia en los centros de explotación sexual en Asia comenta: Todo ese ritual de feria de efebos, de mercado de esclavos, me excita enormemente.
Después agrega que había cometido un error, no un delito. El tercero de los personajes, Silvio Berlusconi, quien protagoniza los encuentros sexuales colectivos con velinas en su palaciega mansión (ahora en venta por la escandalosa suma de 450 millones de euros) y en la residencia oficial del gobierno.
Estas personas han logrado ubicarse en lo más alto del escalafón social apuntalados con firmeza por el poder y el dinero, y apoyados por un séquito incondicional de dudosas conciencias que los defiende a ultranza, los coloca en gabinetes presidenciales o son encumbrados por votaciones mayoritarias.
Más allá de la conjunción de consideraciones políticas, sociales, morales y éticas habría que detenerse a reflexionar con profundidad que lo que salta a la vista es una desmezcla pulsional. La batalla incesante entre las pulsiones de vida y de muerte descritas por Freud. Lo pulsional que se manifiesta descarnado, fuera de sus goznes, con matices perversos. Perversión no en un sentido peyorativo y prejuiciado del término, sino en el sentido empleado por Freud como descripción de una estructura síquica en la que las metas de la sexualidad se ven desviadas, donde la búsqueda de placer no se obtiene por los cauces habituales sino el goce mediante el hecho de infligir dolor al otro. Donde falla o se trastoca el encuentro amoroso con el objeto de amor, donde no cabe la culpa y la depresión por el dolor causado al otro, donde no cabe la capacidad de repararlo, donde la ternura y la gratitud son impensables, donde el erotismo se convierte en algo grotesco.
Estructura síquica donde la vinculación con el otro no se logra, se sustituye por el deseo irreprimible de apoderamiento y violencia. Allí donde el objeto amoroso, lejos de serlo, objeto cosificado, deseado pero desdeñado, usado para goce narcisista, objeto que puede ser utilizado, violado, maltratado, desechado, suplido, reciclado y hasta aniquilado.
Allí donde vence Tánatos mientras Eros sucumbe y la pasión amorosa se vuelve alienación.
José Cueli
Siguen corriendo tiempos aciagos. ¿Cuándo no? La historia de la humanidad nos demuestra que somos seres condenados a la repetición y al olvido. En estos momentos tienen protagonismo la crisis económica mundial, con sus dramáticas secuelas de pobreza y desempleo; el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, la crisis alimentaria y energética, el temor a pandemias como la de la influenza A/H1N1, el terrorismo y las guerras actuales y las por venir, y, siempre, la justicia que nunca llega.
Vivimos tan inmersos en nuestros problemas cotidianos y tan anestesiados por la televisión comercial, la cual sólo sirve al poder y al dinero, que no vemos críticamente otros asuntos de suma gravedad como los que a continuación quiero destacar.
En meses pasados se publicaron en el diario español El País dos interesantes artículos de Mario Vargas Llosa: “Desafueros de la libido” (18/10/09) y La desaparición del erotismo (1/11/09) que llamaron mi atención no sólo por lo importante de su denuncia, sino porque comparto su preocupación por estos temas.
En el primero hace alusión a los casos del cineasta Roman Polanski; el ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand, y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. Casos que en su opinión nos muestran el eclipse de toda moral.
Polanski se fuga en pleno proceso por violación de una menor de 13 años. Como destaca Vargas Llosa hubiese sido otra cosa si el delito lo hubiera cometido un hombre sin privilegios. ¿Fama, talento y poder son justificaciones para delinquir? Entre sus defensores se erige la voz del ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand.
Poco después de su protesta se destapa el asunto de un libro autobiográfico publicado por él en 2005 (La mala vida), donde confiesa sus encuentros en Tailandia con chicos jóvenes en los prostíbulos. De su experiencia en los centros de explotación sexual en Asia comenta: Todo ese ritual de feria de efebos, de mercado de esclavos, me excita enormemente.
Después agrega que había cometido un error, no un delito. El tercero de los personajes, Silvio Berlusconi, quien protagoniza los encuentros sexuales colectivos con velinas en su palaciega mansión (ahora en venta por la escandalosa suma de 450 millones de euros) y en la residencia oficial del gobierno.
Estas personas han logrado ubicarse en lo más alto del escalafón social apuntalados con firmeza por el poder y el dinero, y apoyados por un séquito incondicional de dudosas conciencias que los defiende a ultranza, los coloca en gabinetes presidenciales o son encumbrados por votaciones mayoritarias.
Más allá de la conjunción de consideraciones políticas, sociales, morales y éticas habría que detenerse a reflexionar con profundidad que lo que salta a la vista es una desmezcla pulsional. La batalla incesante entre las pulsiones de vida y de muerte descritas por Freud. Lo pulsional que se manifiesta descarnado, fuera de sus goznes, con matices perversos. Perversión no en un sentido peyorativo y prejuiciado del término, sino en el sentido empleado por Freud como descripción de una estructura síquica en la que las metas de la sexualidad se ven desviadas, donde la búsqueda de placer no se obtiene por los cauces habituales sino el goce mediante el hecho de infligir dolor al otro. Donde falla o se trastoca el encuentro amoroso con el objeto de amor, donde no cabe la culpa y la depresión por el dolor causado al otro, donde no cabe la capacidad de repararlo, donde la ternura y la gratitud son impensables, donde el erotismo se convierte en algo grotesco.
Estructura síquica donde la vinculación con el otro no se logra, se sustituye por el deseo irreprimible de apoderamiento y violencia. Allí donde el objeto amoroso, lejos de serlo, objeto cosificado, deseado pero desdeñado, usado para goce narcisista, objeto que puede ser utilizado, violado, maltratado, desechado, suplido, reciclado y hasta aniquilado.
Allí donde vence Tánatos mientras Eros sucumbe y la pasión amorosa se vuelve alienación.