Chico Buarque ‘Cuando escribo no escucho música’
Chico Buarque. Foto: cartunistasolda.com.br
Es uno de los más grandes de la de la música
popular brasileña. Y un destacado escritor. Facetas que alterna desde
hace muchos años. En Río de Janeiro desgrana la historia de su propia
familia, del hermano alemán que nunca conoció, su juventud y su
oposición a la dictadura. Aspectos que trata en su nueva novela, El
hermano alemán (Mondadori), recientemente publicada en español.
¿Cuándo se enteró usted de que tenía un hermano?
En 1967, a los 23 años. Vinicius de Moraes, Tom Jobim y yo fuimos a
visitar al poeta Manuel Bandeira a su casa. Hablando de esto y de lo
otro, Bandeira preguntó por mi padre: “¿Qué, cómo está Sergio? ¡Ah!,
Cuánto tiempo hace que no lo veo, vivimos tantas cosas juntos… Se fue a
Alemania, tuvo aquel hijo…”. Y ahí soltó eso.
¿Y qué hizo usted?
Pues le dije: “Pero ¿qué hijo?”. Y Vinicius replicó: “¿Pero tú no lo
sabías, lo del hijo?”. Y yo: “Pues no”. Yo no sabía nada, era un secreto
de familia. Después hablé con mis hermanos y con mi padre, pero había
siempre una barrera a la hora de preguntar. Escribiendo este libro me he
cuestionado por qué no le interrogué más. Pero existía un reparo, un
impedimento, yo sentía cierta incomodidad con el tema.
Y siguió investigando, incluso la editorial contrató a dos detectives para que le ayudaran.
No, no, no eran detectives. Eran historiadores. Descubrieron que mi
hermano se llamaba Sergio y que había sido adoptado por la familia
alemana Günther. La verdad es que cuando comencé a escribir el libro
tenía muy poca información. Tampoco la precisaba. Ni siquiera pretendía
encontrarlo. La historia no iba por ahí. Pero pasó que, mientras lo
escribía, uno de mis hermanos encontró en un cajón unos documentos que
contenían datos para tirar del hilo.
Y así se enteró de que su hermano había sido cantante…
Sí, en Alemania Oriental había sido muy conocido, como cantante y
presentador de televisión. Cuando me enteré de que había sido cantante,
sentí una emoción muy fuerte. Y cuando oí un disco suyo me di cuenta de
que tenía la voz grave de mi padre. Porque a mi padre le gustaba mucho
cantar. Y sonaba igual. En Alemania me contaron que mi canción A banda
había sido traducida y era muy conocida en Alemania Oriental. Así que no
es extraño que mi hermano sí que me oyera a mí cantar. Es una manera de
haberme conocido un poco, ¿no?
En el libro el protagonista, parecido a usted, roba coches para divertirse. ¿Usted lo hacía?
Sí. Yo iba entonces con una pandilla de adolescentes del barrio, eran
los tiempos de James Dean, del rock and roll, de una juventud un poco
rebelde. Así que nuestro deporte era robar coches, circular en ellos por
la ciudad y luego dejarlos en el fin del mundo. Y fui al calabozo por
eso una vez. La Policía me dio para el pelo. Pero, bueno, eso yo ya lo
he contado.
Paralelamente, era muy buen lector, ¿no?
Cierto. Yo diría que, antes de ser músico, quería ser escritor. Hasta
que apareció la música en mi vida y me embarqué en ella. Pero la idea de
dedicarme a la literatura no la abandoné. En los setenta publiqué mi
primera novela, en los ochenta la segunda. Desde entonces alterno las
dos cosas. Cuando hago una no hago otra porque consumen mucho. Cuando
estoy escribiendo ni siquiera oigo música.
¿Son actividades tan diferentes?
Para mí, sí. Mucho. Y eso que mi escritura está muy influida por mi
música, trata de llevar cierto ritmo musical. Además, hay que alternar
las dos cosas porque, por lo menos en Brasil, es muy difícil que un
escritor viva de la literatura. Los escritores trabajan de funcionarios,
profesores, periodistas… Y todo esto está tan lejos de la literatura
como la música. Ser periodista, por ejemplo, no le faculta a usted a
escribir literatura.
Se dice que cada vez escribe más y compone menos.
Compongo menos que a los veinte. Es normal. La música popular es más un
arte de juventud, con el tiempo ya no fluye con la abundancia de
aquellos años. Tengo que esforzarme más, buscar más. Al principio tienes
un millón de ideas, todo lo que te rodea sirve para hacer una canción.
Después, todo se va volviendo más insípido, menos inspirador.
¿Aún sostiene que lo mejor de un concierto es cuando se acaba?
(Se ríe) No me gusta mucho dar conciertos, no, pero los tengo que
hacer. Cuando lanzo un nuevo disco, sí que me dan ganas de ir por ahí y
cantarlo en público. Además, eso hace que después pueda pasar dos años
escribiendo. Si no, me arruinaría.
¿Por qué la música brasileña es tan conocida y la literatura no?
Puede que sea porque es peor, pero no lo creo. Es verdad que, por
ejemplo, el argentino es un pueblo más literario que el brasileño. Y
también que los literatos brasileños juegan con una desventaja, porque
el portugués es más desconocido. Y la riqueza musical brasileña es
fácilmente exportable, no necesita traducción.
Y al revés, ¿por qué la música brasileña es tan apreciada?
Porque, principalmente después de la bossa nova, tiene la influencia
negra, es hija de la samba, pero con un toque del jazz, un toque
armónico. Además, tiene influencia de los grandes compositores de la
música clásica. Tom Jobim, nuestro gran maestro, era un conocedor
profundo de Chopin y de Debussy entre otros muchos. Todo eso está en
nuestra música, junto a los boleros cubanos y los ritmos mexicanos. El
brasileño no excluye, asimila. El resultado es complejo, rico y único.
¿Cómo era ese mundo? ¿Cómo era convivir con Jobim, con Vinicius?
¡Ah! Ellos… eran, sobre todo, grandes amigos. Yo comencé a emocionarme
de verdad por la música, a decidirme a hacer canciones seriamente a
partir del tema Chega de saudade, compuesto por Tom Jobim y Vinicius e
interpretada por João Gilberto. Les tenía en un altar. Conocía ya a
Vinicius porque era amigo de mi padre, pero, para mí, era como hablar
con un monumento. Así que la primera vez que me vine a Río a hablar con
Tom Jobim, imagínese, era un sueño. Con el tiempo fueron mis amigos, mis
socios, hice muchas canciones con ellos, fui aceptado en ese grupo
selecto de la música popular brasileña.
Usted siempre ha tenido una posición política clara. Se opuso a la dictadura y ha apoyado a Lula y a Dilma Rousseff.
Yo tomo partido y no tengo ningún problema en proclamarlo. Siempre he
apoyado al Partido de los Trabajadores: ahora a Rousseff y antes a Lula.
A pesar de no ser miembro del partido y a pesar de tener mis
desavenencias y de votar a otros candidatos y otros partidos en
elecciones locales. Pero desde siempre he sabido que el problema de este
país es la miseria, la desigualdad. El PT no lo ha resuelto todo, pero
lo ha atenuado.
¿Y cómo ve la situación actual?
Muy confusa, la crisis económica es fuerte. Hay que tomar medidas
impopulares. Al mismo tiempo, la oposición es muy dura. Y luego hay una
ola de manifestaciones que, a mi juicio, no tienen un objetivo concreto o
claro. El objetivo no es Dilma, sino Lula; tienen miedo de que Lula se
presente de nuevo.