El escritor habla con La Jornada sobre Apocalipstick, su más reciente libro de crónicas
">Las recurrentes crisis “vuelven inocultables las diferencias” entre los rostros citadinos, dice
">“Vean la mojadera de pobres y entenderán por qué chotearlos ha dejado de tener sentido”, apunta
Mónica Mateos-Vega
Periódico La Jornada
Lunes 15 de febrero de 2010, p. a10
Las crónicas incluidas en Apocalipstick (editorial Debate), el libro más reciente que pone en nuestras manos Carlos Monsiváis, describen una ciudad de muchos rostros. Antagónicos, complementarios, al final de cuentas indispensables para comprender no sólo la naturaleza de una megaurbe, sino también de México.
En entrevista con La Jornada, el autor explica que el gran rostro oculto y visible del país ha sido el tamaño de la desigualdad: “Y eso se complementa con el tamaño de la impunidad, el otro nombre del capitalismo salvaje.”
El escritor añade que las galerías de rostros capitalinos “ya no se complementan como se decía otrora (ya nadie dice ‘otrora’ por miedo a que lo confundan con un diccionario), porque la crisis y la crisis anterior y la crisis próxima vuelven inocultables las diferencias. Se acabó el mito de la Unidad Nacional, a la que en vano convoca el gobierno federal los miércoles o los jueves, ya no recuerdo.
“En este festín de las desemejanzas, el ejercicio de la crónica me lleva a la certidumbre de la singularidad, de lo mucho que vale la pena localizar entre los polos de la vida y la mala vida: la vitalidad, la originalidad, los poderes creativos de minorías y mayorías.
“Y la unión, pese a todo, se quebranta cuando recuerdas las diferencias entre una revista de sociales y sus fotos de la felicidad, que apenas paga impuestos, con los viajeros de un vagón del Metro. Esta comparación de las diferencias ha dejado de ser un ‘argumento populista’ en la medida en que el desastre económico de casi todos le quita su filo a la burla clasista.
“Vean las fotos del desastre tan cultivado por la Comisión Nacional del Agua, vean la mojadera de pobres y se entenderá por qué chotearlos a ellos y a sus defensores ha dejado de tener sentido. Hoy a un ultra-rico lo ciñe un ejército de guaruras y vigilancias satelitales, y el argumento antipopulista sería alegar que le dan empleo a muchos guardaespaldas.”
–¿La ciudad le seduce o a fuerza de padecerla sólo la describe?
–La ciudad me seduce y me aplasta; es decir, vivo en ella. Las prisiones no tan efímeras del transporte me aplastan y me llevan a fraccionar mi mal humor; también, algunos espectáculos callejeros me maravillan.
–¿Quienes o qué son las grandes plagas de la urbe en estos días?
–Si queremos recurrir a las imágenes de los filmes de science fiction y hablamos de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, tendríamos que seleccionar entre el desempleo, la violencia urbana, la violencia intradoméstica, el desastre escolar, el subempleo, la explotación salarial, el tiempo invertido en el transporte, la retirada del agua en la ciudad y en el país, la contaminación y, ni modo, la crasa estupidez de la derecha. No importa si se pasan de cuatro los jinetes, al cabo, y para perjudicar todavía más la metáfora, no tienen espacio donde cabalgar.
–¿Existe algún rincón, recoveco, ambiente o plaza mayor de la ciudad de México que se le antoje cronicar en estos días?
–Como nunca, todo es cronicable. Como nunca, un cronista sólo se puede concentrar en unos cuantos temas. Pero si algo me gustaría, sería acompañar a una peregrinación, para atestiguar los fenómenos de fervor, desamparo, entrega. No soy católico y me asombra el comportamiento de la jerarquía, pero la fe guadalupana es algo notable y es alentador que ya casi no se puede usar políticamente.
–¿Cómo hace para mantener impecable su capacidad de asombro?
–No sé si mantengo impecable mi capacidad de asombro, ni sé en qué estado se encuentra la susodicha; de lo que estoy seguro es de otra cosa: el que pierda su capacidad de asombro desiste de su contemplación de la realidad, o algo parecido, tal vez menos retórico, pero no menos intenso.
Proceso creativo
–¿Cómo fue el proceso de escritura de Apocalisptick? ¿Cómo seleccionó los temas? ¿Se quedó algo fuera?
–Un libro de fragmentos se hace a través de un tiempo largo. En mi caso, escribí las crónicas para rescribirlas y las rescribí para seguirlas rescribiendo. Los temas se imponen naturalmente. Te atraen como obsesión y, con frecuencia, para quitártelos de encima, tienes que hacer notas y escribir. Hago una primera versión después del acontecimiento del que fui testigo (personal, hemerográfico, televisivo).
“Luego ‘dejo reposar los músculos del alma’ por poco tiempo y vuelvo al texto para ver si lo escribió otra persona que usa mi nombre. El criterio de selección no te lo cuento, porque sinceramente no lo recuerdo, y sí, sí me quedaron temas, como el campamento de 2006 organizado por AMLO, que cronicó de modo excelente Elena Poniatowska, y ese delirio de los ricos que suponen que si ellos se divierten el país crecerá al 50 por ciento. Pero ya no quiero arrepentirme de lo que pudo haber sido y no fue.”
–¿Haría una crónica sobre el caso de Salvador Cabañas?
–No soy la persona indicada. Nunca lo vi jugar, y no sé entusiasmarme como los comentaristas deportivos por el uso del guaraní. Pero el fenómeno del after hours como sana diversión es interesantísimo, como lo es también el amor impresionante de la afición a un jugador que les ha entusiasmado.
“El caso Cabañas tiene todo: el milagro de su salvación, el milagro del viaje de la bala a través de su cerebro, el menú de asistentes al Bar-Bar, el robo del casquillo delator, la canallez del JJ (que tiene siete nombres, siete pasaportes y siete maneras de evadir a la policía), los factores de reality show que han concurrido, en fin. Pero esta crónica no se hizo para mí, porque jamás vi a Cabañas en plena posesión de la cancha.”
Las crónicas incluidas en Apocalipstick (editorial Debate), el libro más reciente que pone en nuestras manos Carlos Monsiváis, describen una ciudad de muchos rostros. Antagónicos, complementarios, al final de cuentas indispensables para comprender no sólo la naturaleza de una megaurbe, sino también de México.
En entrevista con La Jornada, el autor explica que el gran rostro oculto y visible del país ha sido el tamaño de la desigualdad: “Y eso se complementa con el tamaño de la impunidad, el otro nombre del capitalismo salvaje.”
El escritor añade que las galerías de rostros capitalinos “ya no se complementan como se decía otrora (ya nadie dice ‘otrora’ por miedo a que lo confundan con un diccionario), porque la crisis y la crisis anterior y la crisis próxima vuelven inocultables las diferencias. Se acabó el mito de la Unidad Nacional, a la que en vano convoca el gobierno federal los miércoles o los jueves, ya no recuerdo.
“En este festín de las desemejanzas, el ejercicio de la crónica me lleva a la certidumbre de la singularidad, de lo mucho que vale la pena localizar entre los polos de la vida y la mala vida: la vitalidad, la originalidad, los poderes creativos de minorías y mayorías.
“Y la unión, pese a todo, se quebranta cuando recuerdas las diferencias entre una revista de sociales y sus fotos de la felicidad, que apenas paga impuestos, con los viajeros de un vagón del Metro. Esta comparación de las diferencias ha dejado de ser un ‘argumento populista’ en la medida en que el desastre económico de casi todos le quita su filo a la burla clasista.
“Vean las fotos del desastre tan cultivado por la Comisión Nacional del Agua, vean la mojadera de pobres y se entenderá por qué chotearlos a ellos y a sus defensores ha dejado de tener sentido. Hoy a un ultra-rico lo ciñe un ejército de guaruras y vigilancias satelitales, y el argumento antipopulista sería alegar que le dan empleo a muchos guardaespaldas.”
–¿La ciudad le seduce o a fuerza de padecerla sólo la describe?
–La ciudad me seduce y me aplasta; es decir, vivo en ella. Las prisiones no tan efímeras del transporte me aplastan y me llevan a fraccionar mi mal humor; también, algunos espectáculos callejeros me maravillan.
–¿Quienes o qué son las grandes plagas de la urbe en estos días?
–Si queremos recurrir a las imágenes de los filmes de science fiction y hablamos de los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, tendríamos que seleccionar entre el desempleo, la violencia urbana, la violencia intradoméstica, el desastre escolar, el subempleo, la explotación salarial, el tiempo invertido en el transporte, la retirada del agua en la ciudad y en el país, la contaminación y, ni modo, la crasa estupidez de la derecha. No importa si se pasan de cuatro los jinetes, al cabo, y para perjudicar todavía más la metáfora, no tienen espacio donde cabalgar.
–¿Existe algún rincón, recoveco, ambiente o plaza mayor de la ciudad de México que se le antoje cronicar en estos días?
–Como nunca, todo es cronicable. Como nunca, un cronista sólo se puede concentrar en unos cuantos temas. Pero si algo me gustaría, sería acompañar a una peregrinación, para atestiguar los fenómenos de fervor, desamparo, entrega. No soy católico y me asombra el comportamiento de la jerarquía, pero la fe guadalupana es algo notable y es alentador que ya casi no se puede usar políticamente.
–¿Cómo hace para mantener impecable su capacidad de asombro?
–No sé si mantengo impecable mi capacidad de asombro, ni sé en qué estado se encuentra la susodicha; de lo que estoy seguro es de otra cosa: el que pierda su capacidad de asombro desiste de su contemplación de la realidad, o algo parecido, tal vez menos retórico, pero no menos intenso.
Proceso creativo
–¿Cómo fue el proceso de escritura de Apocalisptick? ¿Cómo seleccionó los temas? ¿Se quedó algo fuera?
–Un libro de fragmentos se hace a través de un tiempo largo. En mi caso, escribí las crónicas para rescribirlas y las rescribí para seguirlas rescribiendo. Los temas se imponen naturalmente. Te atraen como obsesión y, con frecuencia, para quitártelos de encima, tienes que hacer notas y escribir. Hago una primera versión después del acontecimiento del que fui testigo (personal, hemerográfico, televisivo).
“Luego ‘dejo reposar los músculos del alma’ por poco tiempo y vuelvo al texto para ver si lo escribió otra persona que usa mi nombre. El criterio de selección no te lo cuento, porque sinceramente no lo recuerdo, y sí, sí me quedaron temas, como el campamento de 2006 organizado por AMLO, que cronicó de modo excelente Elena Poniatowska, y ese delirio de los ricos que suponen que si ellos se divierten el país crecerá al 50 por ciento. Pero ya no quiero arrepentirme de lo que pudo haber sido y no fue.”
–¿Haría una crónica sobre el caso de Salvador Cabañas?
–No soy la persona indicada. Nunca lo vi jugar, y no sé entusiasmarme como los comentaristas deportivos por el uso del guaraní. Pero el fenómeno del after hours como sana diversión es interesantísimo, como lo es también el amor impresionante de la afición a un jugador que les ha entusiasmado.
“El caso Cabañas tiene todo: el milagro de su salvación, el milagro del viaje de la bala a través de su cerebro, el menú de asistentes al Bar-Bar, el robo del casquillo delator, la canallez del JJ (que tiene siete nombres, siete pasaportes y siete maneras de evadir a la policía), los factores de reality show que han concurrido, en fin. Pero esta crónica no se hizo para mí, porque jamás vi a Cabañas en plena posesión de la cancha.”