martes, 3 de diciembre de 2013

ENTREVISTA AL ESCRITOR Y PERIODISTA JUAN VILLORO

“Hoy el periodismo se ha jibarizado” Mientras disfruta la presentación de Espejo retrovisor, el autor confiesa que su libro sobre la ciudad de México “ha crecido tanto que ya no necesita un corrector de estilo, sino un urbanista que le ponga orden”. Por Silvina Friera Desde Guadalajara El vértigo de las horas, lejos de amainar, crece en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL). Juan Villoro está invitado a esta fiesta del libro, en la que podría ser declarado “visitante ilustre”. A pocos días de recibir el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez por su trayectoria periodística, el escritor presentará una antología de relatos y crónicas, Espejo retrovisor (Planeta), en la FIL, además de participar en varias actividades. Hace una semana estuvo en La Habana, en la Casa de las Américas, institución que le dedicó su Semana de Autor. Las manos del mexicano acicatean el lenguaje. Hablan esos dedos estilizados de pianista, como impulsados por la corriente eléctrica de las palabras. El péndulo de los recuerdos inmediatos va y viene de Cuba a Guadalajara. Y viceversa. El inmenso cielo cubano flota sobre una multitud descalza y expectante. Cientos de ojos auscultando los pensamientos, atrapando las frases en los puños de los párpados. No es un sueño, no es una fábula. No son los atajos previsibles de una imaginación arrebatada que añade detalles inventados. “Los lectores cubanos son absolutamente apasionados. La calle donde di la charla se inundó. La gente llegó descalza, con los zapatos en la mano. Llegar así a una conferencia es algo que sólo ocurre en pocos lugares. Es un acto de fe hacia la palabra, algo que no voy a olvidar”, confiesa el narrador mexicano a Página/12. “El nivel de discusión en la isla se ha ampliado –confirma Villoro–. Yo siempre he tenido una postura cercana a la mayoría de las ideas de la izquierda, pero también soy enemigo de dogmatismos y autoritarismos, de persecuciones y purgas internas. Hay un proceso de transición que no sabemos dónde terminará en Cuba. Los mexicanos somos especialistas en transiciones lentas. Después de la masacre de Tlatelolco, en 1968, el presidente Luis Echeverría inició un período que se llamó ‘la apertura democrática’ y que teóricamente nos iba a llevar a la alternancia política. Pasaron tres décadas antes de que eso sucediera. De modo que somos especialistas en un cambio que se va produciendo muy lentamente. Y algo semejante está ocurriendo en la isla. Pero creo que la historia del continente pasa por Cuba. Y creo que algunas de las discusiones más interesantes sobre una futura pluralidad intelectual se están dando dentro de la isla, entre los escritores e intelectuales cubanos.” Villoro explica que hace unos años se realizó un homenaje al propio Fernando Benítez (1912-2000), una mesa redonda que salió muy bien y fue el germen de este reconocimiento. “Los mexicanos tenemos la superstición de que todo lo que sale bien por casualidad se debe convertir en tradición –dice Villoro, medio en broma, medio en serio–. En este caso, se trata de un accidente afortunado que permitió que en los siguientes premios se hicieran mesas redondas protagonizadas por colaboradores muy cercanos de Benítez, como Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska. Y ha seguido la lista hasta llegar a mí, lo cual me da mucho gusto porque yo trabajé con Benítez en un periódico imaginario dos años, sin que el periódico llegara a salir, entre 1989 y 1991. Se llamaba El independiente, pero demoramos tanto en existir que nos decían ‘el inexistente’. El director general era Benítez y el director editorial era Miguel Bonasso. Yo era el más joven del grupo y estaba a cargo de la sección de cultura; fue como hacer un master con toda esa gente.” El autor de las novelas El disparo de argón, El testigo y Arrecife subraya que la experiencia en ese periódico inexistente fue “extraordinaria” en lo pedagógico y revela que convivió mucho con Benítez, un escritor y periodista “muy significativo” porque fue precursor de cierta crónica etnográfica que reunió en su obra monumental Los indios de México. “También estuvo muy interesado en vivir desde el presente momentos de la historia, por ejemplo reproducir la ruta de Hernán Cortés desde Veracruz a la ciudad de México en tiempos modernos”, cuenta el escritor y periodista. –¿Qué es el periodismo cultural hoy en un mundo tan cambiante? –Es una tautología, porque todo buen periodismo es cultural. Una buena crónica política, si está bien escrita, tiene elementos que honran la cultura. Todo buen periodismo establece conexiones entre zonas dispersas de la realidad que sólo gracias al periodismo se tocan. La representación de lo real en clave periodística es un ejercicio cultural en sí mismo. Muchas veces se piensa que el periodismo cultural es exclusivamente el eco de la cartelera, lo que sucede noticiosamente en el ámbito restringido de las bellas artes. Pero creo que rebasa esta categoría y hoy en día vemos que algunas de las propuestas más interesantes de cambios de costumbres tienen que ver con las nuevas tecnologías, con cambios de hábitos culinarios y el papel de los chef como nuevos gurúes de la especie, con la participación cada vez más activa y necesaria de arquitectos y urbanistas en el discurso público de las ciudades. El periodismo cultural no tiene una zona restringida exclusivamente a lo literario y la cobertura de las bellas artes. –¿Qué aprendió en esos dos años de preparación con infinitos números ceros del periódico El Independiente, que nunca salió? –Hacíamos cierres imaginarios, mejorábamos nuestro record de cierre, teníamos exclusivas que sólo nosotros dábamos, en una mesa de café. Eramos un grupo de locos, como un proyecto de esos personajes de Roberto Arlt, que intentan algo en un garage. Así estábamos nosotros. Eramos más alquimistas que periodistas, pero nuestro tema eran las noticias. Desde luego que fue un gran aprendizaje: titular, cabecear, resumir las noticias. El periodismo tiene que ver mucho con el arte del resumen en el buen sentido. El gran problema es que hoy en día el periodismo se ha jibarizado: ya no es el arte del resumen, sino de la liposucción y muchas veces de la amputación. Un buen texto breve puede ser extraordinario. Ahora estamos ante el desafío ya no de trabajar con un muy buen texto breve, sino con una miniatura que apenas es el apunte de una nota. –¿Qué más aprendió o encontró en esa escuela de “alquimistas”? –El periodismo como forma de vida. Una cosa que me parece extraordinaria es que aprendí que el periodismo es absolutamente agotador, pero también profundamente adictivo. Sales extenuado de cubrir algo y en la calle, yendo a descansar, ves algo y ya es otra noticia. Sientes ese reflejo animal de hacerlo. Eso, cuando dirigí La Jornada Semanal, lo tuve hasta el último día que hice el suplemento. Cuando terminé el último número, pensé que iba a descansar. Al siguiente, domingo, en una sala de espera, vi una persona leyendo el suplemento que ya no había hecho yo. Sentí una mezcla de nostalgia y curiosidad por lo que habían hecho. Sentí lo que siente el niño de Toy Story 3 que tiene que regalar sus juguetes. Es bueno y noble regalar los juguetes cuando ya no los usas, pero también es triste que ya no puedas usarlos. Necesitaba dejar la coordinación editorial, que me tenía del otro lado de la mesa, del lado para mí equivocado, porque creo tener mucho más espíritu de colaborador que de director. Necesitaba escribir y pues no he dejado de hacerlo. –¿Por qué decidió que la antología Espejo retrovisor se despliegue a la inversa de lo que se estila: de lo inédito y más reciente hacia atrás? –Reuní treinta años de trabajo en los dos géneros que más he practicado: el cuento y la crónica. Me pareció interesante que los cuentos fueran una especie de viaje a la semilla, es decir, pasar por cuentos que aún no están en libros –pero que formarán parte de libros futuros– y llegar a los cuentos más remotos, uno de ellos titulados precisamente “Espejo retrovisor”. Hay cierto peligro en hacer una lectura evolucionista de un autor, una especie de darwinismo intelectual de pensar que empezó como un protozoario y fue progresando hasta convertirse en otra especie (risas). Eso no es real. Me parece más interesante trabajar el tiempo al revés porque es mucho más literario darle una coherencia retrospectiva al destino. Y eso sólo lo podemos hacer desde el presente. En cambio, las crónicas las ordené caprichosamente, porque tampoco quería que las crónicas, que desde su nombre dependen del registro del tiempo, estuvieran datadas y fueran unas más viejas y otras más nuevas. Las crónicas que funcionan se pueden leer sustraídas de la contingencia que les dio origen. Hay un juego de tiempos donde no necesariamente hay una cronología. Me parecía muy importante que el género cuyo dios es Cronos no se atuviera a sus designios en el orden. –¿Qué pasa con el tiempo y la urgencia en la crónica? –Hay dos formas de emplear el tiempo. Una es el tiempo para escribir el texto y la otra es el tiempo como contenido del texto. El tiempo para escribir el texto es una condición inmanente de la crónica. No necesariamente es una restricción negativa. Hay muchas cosas que he escrito presionado por la entrega y que solamente con esa espada de Damocles encima pudieron haber salido. Eso me parece muy significativo, un obstáculo estimulante. “Los convidados de agosto” la escribí en dos días porque llegué de Chiapas y tenía que dar la crónica de inmediato. La entrevista con Mick Jagger la escribí en un día. La de Salman Rushdie empezó aquí, en la Feria de Guadalajara; lo acompañé a Tequila, el pueblo donde se hace la bebida famosa, y tenía que entregarla en tres días. Sólo dos fueron muy lentas. Una sobre mi padre, porque es un aprendizaje entender su vida con una construcción de sentido. Querer a una persona muchas veces es imaginarte una manera de acercarte a ella. Es una crónica demorada por los años que he vivido junto a mi padre. “Los once de la tribu” fue hecha durante dos horas para el Mundial de Italia. El tiempo es una restricción, pero también es un acicate. Naturalmente, he tardado años en terminar cuentos, en encontrarles la salida. Pero hay otros escritos en una sentada. “Mariachi” lo escribí en el mismo tiempo que escribí una crónica, un cuento que salió como una especie de desahogo personal. En una crónica no puedes violentar el decurso de los hechos; en el cuento, el propio cuento que le da título al libro, juego con esto: es un amor de adolescencia que nunca se realizó y regresa como posibilidad muchos años después. El desafío de las segundas oportunidades. ¿Realmente es lo mismo o no? ¿Ahora sí se cumplirá ese amor o no? La metáfora del cuento es una reiteración del mismo obstáculo: ha pasado el tiempo y eso no ha solucionado nada. –¿Por qué los textos que salen con la espada de Damocles muchas veces funcionan mejor que aquellos en los que hubo más tiempo de escritura y preparación? –Yo creo que se disuelve el papel censor de la conciencia. Todos nosotros tenemos prejuicios, tabúes, miedos y eso nos está limitando. Ante la presión, tenemos una licencia para suprimir momentáneamente ese tribunal porque no te queda más remedio. Los momentos de apuro te vuelven fácilmente narrativo. Regresas a las cuatro de la madrugada a tu casa, con la corbata en la frente y unas manchas de carmín en la camisa, y tu esposa te dice: “¿Dónde estuviste?”. En ese momento tienes una capacidad para la ficción que no habías sospechado en ti mismo (risas). –¿Cómo anda el libro sobre la ciudad de México que está escribiendo? –Va muy mal, como la ciudad de México. Empecé el primer texto de El vértigo horizontal –la famosa definición de la pampa de Pierre Drieu La Rochelle– hace 16 años. La pampa tiene esa condición de llanura ilimitada y vertiginosa. Durante mucho tiempo, la ciudad de México fue una ciudad baja que apostó por la extensión. Ahora está cambiando. Quiero captar lo que ha sido esa ciudad que he registrado durante cincuenta años. Es un texto donde mezclo crónicas, memorias, reportajes; pero el libro ha crecido como su tema y ahora ya no necesita un corrector de estilo, sino un urbanista que le ponga orden (risas). Espero terminarlo, pero estoy luchando mucho... –¿Contra qué? –Contra mi propio caos, contra la tentación de ser exhaustivo en una ciudad donde no puedes serlo. Nadie conoce todos los barrios de la ciudad de México, ni siquiera el más laborioso de los taxistas ha estado en todas sus calles. Es una demencia tratar de captar la ciudad. Pero siempre hay cosas que se te están escapando y tú dices: “¡Pero cómo no metí también esto!”. Es una visión caprichosa y restringida de algo inagotable. Es una ciudad que responde a lo que los topógrafos aéreos llaman “mancha urbana”. Una ciudad sin forma, sin límites aparentes, de ahí también la dificultad de captarla. –Es una ciudad muy literaria también por esa imposibilidad de captarla, ¿no? –Desde luego, es una conjetura. Nadie sabe realmente cómo es toda la ciudad. Podemos conjeturar su espacio y eso es un ejercicio sumamente literario. La ciudad pide ser explicada porque ella misma no ofrece una explicación tangible. Es como una hormiga describiendo la selva. Ese es el desafío que tengo: la selva vista por la hormiga. Habría preferido tener el punto de vista del águila, que es más panorámico.

lunes, 11 de marzo de 2013

La Iglesia de Cristo: entre la Cosa Nostra y la reflexión


“BERTONIANOS”, “DIPLOMATICOS” Y “PASTORALISTAS” PUJAN EN EL VATICANO

La interna de los cardenales

(Página/12 11.3.2013 http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-215542-2013-03-11.html)


Uno de los sectores es liderado por el secretario de Estado Tarcisio Bertone, mientras su antecesor, Angelo Sodano, intentará dirigir los hilos desde afuera. Pero frente a estos líderes surgió la rebelión del bloque “pastoralista”.

En el cónclave que comienza mañana, competirán por imponer un nuevo papa dos sectores de la curia enfrentados en una lucha por poder que quedó revelada con el famoso escándalo de filtración de documentos llamado Vatileaks. Uno de los sectores será liderado desde dentro del cónclave por el secretario de Estado y camarlengo, Tarcisio Bertone, de 78 años, mientras su antecesor en el primero de esos cargos, Angelo Sodano, con 85 años, intentará dirigir los hilos desde afuera. Pero frente a estos dos líderes surgió a su vez una rebelión: el llamado bloque “pastoralista”, que se resiste a las imposiciones de la curia y reclama un papa ajeno a los escándalos y capaz de dar un nuevo impulso a la Iglesia católica en crisis.

Para los fieles de la Iglesia católica, la elección del Sumo Pontífice es un momento de espiritualidad, de comunión y oración, en la esperanza de que Dios, a través del Espíritu Santo, sea el guía en una decisión tan trascendental. Por eso, los portavoces de la Iglesia rechazan que el cónclave sea interpretado bajo el prisma de la puja por el poder, de camarillas con intereses más terrenales.

En 2009, dos años antes de la filtración, cansado de las disputas entre las facciones de la Santa Sede, Benedicto XVI escribió a sus obispos: “Si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente”. Ya sin fuerzas para afrontar las luchas intestinas, la falta de transparencia del Banco Vaticano y los graves casos de abusos sexuales, el Papa anunció su renuncia el pasado 11 de febrero, decisión considerada un hito histórico, la primera en 600 años, que se hizo efectiva el día 28 a las ocho de la noche.

Tras cinco días de reuniones, el colegio cardenalicio –formado por los 115 cardenales electores y los 90 purpurados mayores de 80 años– decidió el pasado viernes la fecha del cónclave. Antes de elegir al próximo pontífice, para saber la envergadura de los males que aquejan a la Iglesia, varios cardenales reclamaron en la primera congregación conocer el informe que encargó Benedicto XVI sobre el Vatileaks, y que pidió que sea entregado sólo a su sucesor.

El anuncio de la fecha del cónclave enterró esa posibilidad, aunque también aportó pistas acerca de lo que está ocurriendo en el seno de la Iglesia católica, explicó a Télam Eric Frattini, autor de libro Los cuervos del Vaticano, que contextualiza y reproduce 47 de los más de 60 documentos del Vatileaks. “Los italianos, que tradicionalmente manejaron el aparato del Vaticano, chocaron con la realidad de que no controlan la curia porque los escándalos fueron demasiado lejos”, dijo Frattini.

En la era contemporánea siempre hubo como mucho dos congregaciones para fijar la fecha del cónclave, por lo que las cosas esta vez no han ido tan rápido, ya que fueron necesarias ocho de esas reuniones para acordar el comienzo de la elección, remarcó este conocedor de las intrigas vaticanas. Según Frattini, las negociaciones por la fecha y el futuro papa se desarrollaron entre “bertonianos”, los fieles al actual secretario de Estado Bertone, que controla la maquinaria vaticana, y los “diplomáticos”, seguidores de Sodano, su antecesor en el cargo, y decano del Colegio Cardenalicio.


Estos dos grupos están enfrentados desde el final del papado de Juan Pablo II, como quedó reflejado en los documentos secretos filtrados a la prensa italiana. Pero tras la filtración, Bertone se convirtió en el centro de las críticas, puesto que aparece como el responsable del “mal gobierno” de la Santa Sede, enemigo de la transparencia, ambicioso y como un verdadero manipulador. Por su parte, Sodano representa a la “vieja guardia” de Juan Pablo II, más eficaces en el manejo de los asuntos vaticanos, pero no menos salpicados en lo que respecta a los escándalos de corrupción y abusos sexuales. “Sodano es considerado uno de los grandes encubridores de Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo”, recuerda Frattini en su libro.

“Bertone y Sodano pensaron que en cuanto entraran en la congregación iban a poder decidir ellos, pero un grupo compuesto por seis cardenales norteamericanos presentó un combate puro y duro”, aseguró Frattini. Este grupo, junto con los alemanes y brasileños, capitanea el llamado bloque “pastoralista”, que critica la gestión de los italianos y quieren una Iglesia Católica más transparente de cara a los 1100 millones de fieles repartidos en todo el mundo.
Entre los candidatos de la curia, o los “italianos”, aparecían con fuerza los nombres de Gianfranco Ravasi, presidente del Pontificio Consejo de Cultura y de las comisiones de Arqueología Sacra y de la Herencia Cultura de la Iglesia –candidato de Bertone–; el italiano Angelo Scola, arzobispo de Milán, a quien Benedicto XVI preparó para sucederlo, y el cardenal argentino Leonardo Sandri, ex sustituto de Sodano en la Secretaría de Estado y su candidato.

Como papables apoyados por los “pastoralistas”, en su mayoría “extranjeros” (no italianos), destacan el cardenal canadiense Marc Ouellet; el arzobispo de Budapest, Peter Erdo, y el arzobispo de Viena, Christoph Schönborn. No obstante, la batalla entre “bertonianos” y “diplomáticos” y el frente abierto por “pastoralistas” podría derivar en un consenso en torno del brasileño Odilio Scherer, arzobispo de San Pablo, para convertirlo en el 266º Sumo Pontífice.
“En las congregaciones se debatió la posibilidad de apoyar a Scherer, lo que sería una derrota de los italianos, pero con Sandri como secretario de Estado”, sostuvo Frattini. Algunos analistas coinciden en que la elección del nuevo pontífice será crucial para el futuro de la Iglesia Católica, bajo la amenaza de resquebrajarse. “Los 115 cardenales electores no pueden fallar, una segunda renuncia sería demoledora”, advierte Frattini.

viernes, 1 de marzo de 2013

El Vaticano y parte de su historia en el siglo XX

HABLA JASON BERRY, AUTOR DEL LIBRO LAS FINANZAS SECRETAS DE LA IGLESIA


“La Iglesia Católica es inmanejable”

El vaticanista califica a la estructura financiera de la Iglesia Católica de “caótica” y “opaca”. Dijo que las dificultades económicas del Vaticano remiten a la Guerra Fría y el dinero que le puso la CIA para frenar al PC italiano.

Por Marcelo Justo
La nave que deja el papa Benedicto XVI tiene serios problemas financieros. La investigación por lavado de dinero del Banco del Vaticano, las indemnizaciones por los escándalos sexuales y el número decreciente de donaciones son algunas de las dificultades que heredará el próximo pontífice. Nadie sabe a ciencia cierta cuánto gasta la Iglesia Católica, pero según publicó la revista inglesa The Economist el año pasado la cifra rondaría los 170 mil millones de dólares. El periodista católico estadounidense Jason Berry, autor de Las finanzas secretas de la Iglesia, califica a la estructura financiera de la Iglesia Católica de “caótica” y “opaca”. En diálogo con Página/12 Berry habló de las dificultades económicas del Vaticano que, a su juicio, remiten a la Guerra Fría y la masiva inyección de dinero con que la CIA financió al Vaticano para neutralizar la amenaza del Partido Comunista Italiano.



–¿Cómo es la estructura financiera de la Iglesia Católica a nivel mundial?



–La Iglesia Católica es muy jerárquica, monárquica diría, con el Papa a la cabeza y diócesis regenteadas por arzobispos y obispos en todo el globo. Pero por su mismo tamaño es internamente caótica, inmanejable. Cada obispo trabaja en su diócesis como si estuviera a cargo de un principado.



–¿Qué sabemos en concreto de la riqueza del Vaticano mismo?



–Hay una absoluta opacidad en las cuentas. Cuando el Vaticano declara sus ingresos y egresos anuales no incluye al Instituto para las Obras de Religión, el IOR, más popularmente conocido como Banco del Vaticano, cuyos fondos se estiman en unos dos mil millones de dólares. El IOR se ha manejado en un clima de absoluta opacidad que lo ha convertido en un vehículo perfecto para el tránsito de todo tipo de fondos. Pero ahora con la investigación del Banco Central de Italia sobre lavado de dinero esto está cambiando.



–Según ciertas informaciones, el Vaticano tiene intereses en una compañía de spaghetti, el sector financiero, aerolíneas, propiedades, una compañía cinematográfica. Hasta se dice que controla entre un 7 y un 10 por ciento de la economía italiana. Pero dada la opacidad de sus cuentas, ¿hasta dónde es posible confirmar esta información?



–Hay información que está a la vista de instituciones que nos permite saber dónde está el dinero del Vaticano. En Italia el Vaticano ha invertido mucho en el Banco de Roma, que fue fundamental en la reconstrucción de Italia después del Risorgimento en el siglo XIX. También tiene intereses en el transporte público. A esto hay que sumar propiedades en la misma Italia, en Europa y Estados Unidos. Hasta fue uno de los propietarios del edificio Watergate del famoso escándalo que le costó la presidencia a Richard Nixon. El gran tema hoy en día es averiguar hasta dónde ha suministrado servicios a clientes que lo usan como un banco off shore.



–¿Qué impacto económico han tenido los escándalos sexuales en las finanzas de la Iglesia?



–En Estados Unidos muy fuerte. Las diócesis y órdenes religiosas han pagado más de dos mil millones de dólares. En muchas ciudades han tenido que cerrar iglesias. Los Angeles, Chicago y Boston, tres de las más importantes archidiócesis, tienen un agujero promedio de unos 90 millones de dólares en sus Fondos de Pensiones.



–En su libro Vows of Silence usted habla del fundador de los legionarios de Cristo, el mexicano Marcial Maciel, quien llegó a manejar un imperio de unos 650 millones de dólares y contó con la protección del papa Juan Pablo II a pesar de las denuncias de abusos sexuales. Maciel tuvo fuertes vínculos con el gobierno de Pinochet en Chile y con los gobiernos de América Central. ¿Hay alguna figura equivalente en la Iglesia de hoy?



–Maciel fue el más exitoso recolector de fondos que tuvo la Iglesia. Comenzó a fines de los ’40 buscando apoyo de millonarios católicos en México, Venezuela y España durante la persecución de los curas en México y poco después de la Guerra Civil española. Con este dinero Maciel formó su propia base de poder en Roma y se convirtió en el abanderado del sector más conservador y militante de la Iglesia. Así como se vinculó mucho a Franco, hizo lo mismo con Pinochet en Chile. En Estados Unidos el mismo director de la CIA durante la época de Reagan, William Casey, hizo una donación de cientos de miles de dólares a los legionarios. Y es que Maciel se comportaba como un político que iba por el mundo recolectando fondos para avanzar la causa del catolicismo conservador y la agenda política conservadora. Pero la verdad era que toda su ideología encubría a un delincuente sexual con poderosos contactos. A pesar de que fue acusado de abusar seminaristas, el Vaticano no lo investigó hasta 2004, a instancias del cardenal Ratzinger, cuando Juan Pablo II se estaba muriendo. Gracias a esto sabemos que tuvo hijos de dos mujeres en México y que mantuvo ambos hogares con dinero de la legión de Cristo. El escándalo es que el Vaticano tardó tanto en investigarlo y dejó que se convirtiera en un Frankenstein. No hay hoy una figura equivalente a Maciel.



–Hay una larga historia de escándalos en las finanzas del Vaticano. En los ’80 estuvo el del Banco Ambrosiano y su presidente, Roberto Calvi, que apareció colgado debajo del puente de Blackfriars en Londres. Calvi tenía fuertes vínculos con el entonces presidente del Banco del Vaticano, el arzobispo estadounidense Paul Marcinkus. ¿Hay una continuidad entre estos escándalos y los actuales problemas del Banco?



–Creo que en realidad hay que retrotraerse a la Segunda Guerra Mundial, cuando la CIA comenzó a transferir grandes sumas al Banco del Vaticano. En 1948 fue la primera elección en la que el Partido Comunista, convertido en el más importante de Europa, buscaba el poder. En ese momento hubo una gran campaña en Estados Unidos, patrocinada por el gobierno, de la que participó Frank Sinatra para financiar a la democracia cristiana. Este fue el comienzo de la historia del dinero que circuló de los servicios de inteligencia estadounidenses al Vaticano. Una generación más tarde, con Roberto Calvi y Marcinkus, el banco se había convertido en una muy lucrativa vía para el pasaje de dinero. A fines de los ’80 el banco tuvo que pagar una multa de 250 millones de dólares. Ya allí funcionaba como un off shore para sus clientes privilegiados. Pero todavía queda mucho por documentar.

http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-214830-2013-03-01.html

lunes, 25 de febrero de 2013

España y su catolicismo

El catolicismo político

Ángel Luis López Villaverde traza en este libro un retrato de la evolución de la Iglesia católica en la historia contemporánea. La idea de "llave de las almas" representa la situación de monopolio religioso que ha disfrutado desde los Reyes Católicos hasta finales del siglo XX. La progresiva pérdida de poder político en el siglo pasado no ha impedido que conserve, en expresión del autor, la "llave de las aulas", ya que "la educación es un lugar privilegiado para perpetuar su influencia social y moral". Publicamos aquí un extracto del primer capítulo de "El poder de la Iglesia en la España contemporánea", publicado por Los Libros de la Catarata, dedicado a la evolución del catolicismo político.
Superados los sistemas de relación Iglesia-Estado del pasado, tanto el dualismo de potestades (de Dios proceden las autoridades del emperador y del pontífice, pero son independientes entre sí), como el hierocratismo (teocracia papal, superioridad del poder espiritual sobre el temporal) y el cesaropapismo (unión del poder civil y religioso bajo el sometimiento eclesiástico al emperador), el Antiguo Régimen concluía con otra fórmula, el regalismo (control eclesial por parte de las autoridades estatales).
Cuando aún no se había repuesto del regalismo dieciochesco, la Iglesia romana saludó al emergente liberalismo político con hostilidad, pues las revoluciones burguesas supusieron el desmoronamiento de las estructuras económicas eclesiásticas. La respuesta a la pérdida de su poder económico fue la politización de la Iglesia. Con un clero y una jerarquía divididas, aunque mayoritariamente enfrentadas a la nueva cultura política liberal, el intento de compatibilizar catolicismo y liberalismo, ensayado en el proceso de independencia belga —con el referente de Felicité Robert de Lamennais, un sacerdote y escritor francés que evolucionó desde posiciones ultramontanas a las liberales—, resultó un fracaso durante el segundo tercio del siglo XIX.
La publicación en 1832 de la encíclica Mirari Vos, de Gregorio XVI (1831-1846), contra las libertades modernas, supuso el fin de esta colaboración entre católicos y liberales en Bélgica. Pero fue otra encíclica, Syllabus (1864), de Pío IX (1846-1878), la que marcó en adelante la doctrina vaticana, con su rechazo del liberalismo y de los "errores modernos", como la libertad religiosa. Un popular opúsculo del sacerdote catalán Félix Sardá y Salvany, publicado en 1884, resumía de manera contundente esta tesis: El liberalismo es pecado.
Los principios ultramontanos que marcaban la encíclica se impusieron cinco años después en el Concilio Vaticano I (diciembre de 1869-octubre 1870). La principal novedad fue la doctrina de la infalibilidad papal que tanto defraudó a los católicos partidarios de la libertad de conciencia, como el historiador alemán Döllinger o el británico lord Acton. Este último, cuyas posiciones favorables a la libertad de conciencia y la compatibilidad entre fe y razón fueron derrotadas en los debates conciliares, no quiso apartarse de la Iglesia, como habían hecho Döllinger o Lamennais, pero se mantuvo, por su crítica a la infalibilidad papal y su defensa de principios heterodoxos, muy alejado de los postulados doctrinales católicos.
Sin duda, la amenaza de la pérdida de la soberanía temporal, a causa de la unificación italiana, fue determinante en este triunfo del ultramontanismo y posibilitó que la Santa Sede se convirtiera en símbolo de la autoridad tradicional y refugio de quienes buscaban orden o tranquilidad frente a los imprevistos del liberalismo revolucionario. No obstante, las propias condiciones doctrinales habían hecho del catolicismo un mal aliado del liberalismo (Álvarez Tardío, 1999). También del proceso modernizador burgués, pues limitaban el poder económico y político eclesiástico.
A finales del XIX, León XIII (1878-1903) fijó un nuevo enemigo, el socialismo, en otra encíclica, Rerum Novarum (1891). La respuesta católica al retroceso de la sociedad de cristiandad en la Europa de entresiglos fue la movilización social, situando a los laicos como soldados de la recristianización. En lugar de evitar y negar las nuevas realidades del mundo moderno, trataba de encararlas con nuevas armas, para evitar su creciente marginación, a través de la doctrina social de la Iglesia. De la mano del catolicismo social empezaron a florecer sindicatos y partidos, con el propósito de que las fuerzas católicas participaran de la vida social y política para reafirmar la vigencia de los valores de la civilización cristiana y conseguir la presencia de la Iglesia en el ámbito público (Carmona Fernández, 2010: 19-26).
Con León XIII, la movilización organizada de los católicos ante el mundo moderno se conoció, indistintamente, como Movimiento Católico y como Acción Católica (Montero García, 1993). Pero durante el pontificado de Pío XI (1922-1939), dejaron de ser conceptos equivalentes para adquirir la Acción Católica (AC) un papel más preciso, dedicándose a tareas apostólicas y formativas, quedando al margen de la misma las organizaciones profesionales, sindicales y políticas, que tenían que aparentar una aconfesionalidad que convenía a sus intereses en el contexto de entreguerras.
Con la marginación de las empresas no apostólicas, se pasaba de la defensa de un orden social cristiano a la conquista del mundo para construir una nueva cristiandad, un catolicismo integral —basado en la autonomía del mundo religioso respecto a las instancias políticas, económicas y culturales, con católicos militantes actuando como cristianos— pero ni integrista ni intransigente (Carmona Fernández, 2010: 26-28, 31).
Entre ambos pontificados, la doctrina de Pío X (1903-1914) rebatirá el "modernismo" religioso y sus vínculos con el liberalismo ideológico en su encíclica Pascendi dominici gregis (1907), acusándolo de incompatible con la ortodoxia eclesial. El círculo se cerró con las encíclicas de Pío XI contra los totalitarismos nazis ( Mit Brennender Sorge) y comunista ( Divini Redemptoris), en 1937.
Desde principios del siglo XX, la jerarquía eclesiástica, buena parte del bajo clero y las órdenes religiosas habían optado por buscar un modus vivendi con el liberalismo, que les permitiera funcionar como un grupo de interés dentro del marco constitucional, aunque siguieran anhelando antiguos privilegios y detestando la democracia o el pluralismo político. Había, no obstante, en el seno del catolicismo, un sector minoritario que pretendía la adaptación de la institución a los nuevos tiempos, mediante un discurso jurídico-político de separación Iglesia-Estado y uno teológico sobre el carácter privado de la fe. A ello aspiraba el "modernismo", una tendencia religiosa y cultural dentro del catolicismo que abogaba por una renovación doctrinal y una apuesta política en clave democrático-burguesa (Botti, 2012).
Si en España tuvo poca repercusión el modernismo, sucedió lo propio con otros movimientos novedosos de la vecina Francia como el "sillonismo" o el personalismo comunitario, de Emmanuel Mounier. Mientras el primer caso fue un intento de reconciliar la República y la clase obrera con la Iglesia, el segundo pretendió desvincular la fe religiosa de la ideología de derechas. Más lejos aún quedó en España la evangelización de los jóvenes obreros, iniciada en Bélgica por el sacerdote Joseph Cardijn, con una metodología transgresora que descolocó tanto a la izquierda —lo tildó de amarillo— como al catolicismo tradicional —lo acusó de revolucionario— (Martínez Hoyos, 2000).
Al adoptar técnicas de comunicación y organización modernas para movilizar a sus fieles, la Iglesia utilizaba sus numerosos recursos socioculturales para criticar el orden liberal, influir en la vida política y consolidar su identidad católica. Se trata este último de un aspecto fundamental para entender la cultura política católica en torno a nociones con implicaciones políticas como la ciudadanía, el género, la nación y el orden social (Boyd, 2007: 4). Si en algunos casos (sobre todo en los países protestantes) se produjo un trasvase o simbiosis entre nación y religión, con el fin de nacionalizar las religiones o de sacralizar las naciones, en otros (Francia, Portugal o España) las disputas entre la identidades enfrentadas fueron mayores. No obstante, y pese a las complejas relaciones entre confesión y nación, el invento de esta no supuso un simple proceso de afirmación civil frente a lo religioso, pues se utilizó la herencia religiosa como sustrato identitario del Estado-nación (Haupt y Langewiesche, 2010: 12-16).
Un buen instrumento católico de construcción de identidad nacional y movilización resultó el culto mariano en la época contemporánea. Las devociones a la Virgen y al Sagrado Corazón constituyeron un punto de encuentro de las masas católicas frente al proceso de secularización y permitieron la reafirmación de su doble identidad, nacional y religiosa. Son los casos, entre otros, de la Virgen de Guadalupe, en México, de Fátima, en Portugal, de Lourdes, en Francia, o del Pilar, en España (Ramón Solans, 2012). Estas vírgenes conectaban con formas simbólicas de la maternidad que podían ser reconocidas fácilmente por la comunidad y, por tanto, no son ajenas al proceso de "feminización de la religión" (Blasco Herranz, 2005), al que contribuyeron no solo las "mariologías" (discursos organizados sobre María) y las "mariofanías" (apariciones milagrosas y manifestaciones sobrenaturales), sino también los dogmas que se establecen entre mediados del XIX y del XX. No es extraño que el mismo papa del Syllabus instaurara el de la Inmaculada Concepción (1854) y que fuera Pío XII (1939-1958) quien completara el círculo con el de la Asunción, un siglo después (1950).
Con todos estos mimbres, el catolicismo encontraba las diferentes bases de una subcultura política plural y de gran potencial movilizador, que tuvo especial protagonismo en la articulación política europea de la segunda postguerra. Con la democracia cristiana, el catolicismo acababa aceptando lo que en el pasado fue un anatema, la democracia y la libertad religiosa.
El corolario lo proporcionó el Concilio Vaticano II (1962-1965), convocado por Juan XXIII (1958-1963), cuyos principios, anunciados por las encíclicas Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963), provocaron una conmoción en el catolicismo mundial, pues proporcionaban el paso de la concepción tradicional de "sociedad perfecta" a la autoconciencia de "pueblo de Dios" y a la inserción de la Iglesia en la sociedad moderna, aceptando la autonomía y libertad del sujeto (Carmona Fernández, 2010: 35-38). La libertad religiosa había dejado de ser condenada para ser promovida desde el magisterio conciliar. Se trataba, por un lado, de modernizar la Iglesia para hacerla compatible con los estados de derecho y, por otro, de favorecer la unidad de todas las confesiones cristianas con el fin de universalizar el catolicismo y convertirlo en una herramienta de presión en un nuevo contexto internacional (De Carli, 2011: 78-79).
No obstante, lo que parecía su definitiva adaptación al mundo actual, ha devenido en algo muy diferente, en la "catolización de la modernidad" (Graziano, 2012: 10 y 141). El pontífice que presidió sus últimas sesiones, Pablo VI (1963-1978), desactivó las innovaciones conciliares más radicales y esta operación se completó con sus sucesores, Juan Pablo II (1978-2005) y Benedicto XVI. Con el papa Wojtyla fue condenada la llamada "Teología de la Liberación", heredera de un maridaje entre marxismo y cristianismo que había aportado aires renovados a la cultura política católica, pero que el pontífice que tanto contribuyó al fin de la guerra fría no podía seguir tolerando en interés de la estrategia geopolítica eclesial.
Tras superar su oposición al liberalismo, la democracia y el socialismo y encontrar fórmulas políticas integradoras del catolicismo con estas ideologías políticas a lo largo del siglo XX, la misma Santa Sede que había posibilitado ese diálogo ha impuesto un discurso neointegrista.
El aggiornamento, primero, y el fundamentalismo religioso, después, no son un fenómeno exclusivamente católico. Las tres religiones monoteístas (cristianismo, islam y judaísmo) propusieron fórmulas modernizadoras de la religión tras la segunda postguerra, en unas sociedades que la habían recluido al ámbito institucional y privado. Y simultáneamente, desde los años setenta, han emprendido un proceso de vinculación público-política de la religión ante las fallas de la sociedad moderna. Esta suerte de "revancha de Dios" (Kepel, 2005) ha supuesto su emergencia sociocultural y política a través de nuevos movimientos sociales canalizadores de la sociedad civil que no siempre se han conformado con enriquecer la esfera pública con sus propuestas.

sábado, 23 de febrero de 2013

Los secretos de la basílica de San Pedro

Tengo mis reparos con respecto a los motivos de "gusto y estilo" para derribar la antigua y muy modesta edificación constantiniana. Según otros historiadores el arte, "repentinamente" empezó a aparecer dinero en Europa y la Corona de España quiso mostrar su nuevo poderío y se convirtió en gran mecenas religioso. El endeudamiento de los Papas y la venta de indulgencias fue parte de esta suerte de "carrera desenfrenada por la pompa y la grandiosidad" que Europa empezaba a vivir como manera de crearse una imagen de sí misma en el Nuevo Mundo globalizado.  (Franklin Farell)

Nota original: Los secretos de la basílica de San Pedro
Por  | Arte secreto – vie, 22 feb 2013 (http://es.noticias.yahoo.com/blogs/arte-secreto/los-secretos-la-bas%C3%ADlica-san-pedro-131541658.html)


Fachada principal de San Pedro del Vaticano | Crédito: Wikipedia.



El 18 de abril de 1506 era un día de gran importancia para el papa Julio II. Aquella jornada iban a dar comienzo las obras de la nueva basílica de San Pedro, cuyos muros amenazaban con derrumbarse tras más de doce siglos contemplando el devenir de la historia de Roma.
La reconstrucción del que hoy es el templo más importante de toda la cristiandad no se realizaba solo para mayor gloria de Dios y de la Iglesia, sino también del propio Papa, pues el pontífice pretendía ubicar su propia tumba en el nuevo e imponente interior.
Por esa razón, no es de extrañar que Julio II estuviera extremadamente nervioso aquel día. Todo estaba planeado al milímetro, hasta el punto de que tanto el día como la hora en la que debía iniciarse la ceremonia de colocación de la primera piedra habían sido cuidadosamente calculados por los astrólogos personales del pontífice.
Al igual que muchos otros hombres poderosos del Renacimiento –nobles, reyes y miembros del clero incluidos–, el papa Julio II era un devoto creyente en los secretos del “arte” astrológico. De hecho, encargó otros horóscopos similares para decidir los momentos “propicios” de multitud de ocasiones importantes, e incluso dejó algunos de ellos plasmados en obras de arte, como sucede en la Stanza della Segnatura decorada por Rafael.
Horóscopo de inauguración de San Pedro, "corregido" por Luca Gaurico.
Poco podía imaginar entonces el papa Della Rovere que, pese a sus desvelos por escoger el mejor momento para aprovechar la influencia de los astros –una creencia que acabaría por ser parcialmente prohibida por la Iglesia a finales de siglo–, la construcción de la basílica terminaría por convertirse en un penoso proceso que se prolongó durante más de cien años, abarcando veinte pontificados e involucrando a un buen número de arquitectos, cada uno de los cuales alteró los planes del anterior.
El episodio del horóscopo fallido –un célebre astrólogo renacentista, Luca Gaurico, publicó años después una versión corregida, a la vista del desastre de las obras– constituye, sin embargo, solo una de las muchas anécdotas y datos sorprendentes que han rodeado a la basílica vaticana durante sus casi 1.700 años de historia.
La basílica original, iniciada en el año 318 por orden del emperador Constantinose erigió sobre los restos del llamado circo de Nerón donde, según la tradición piadosa, había sido crucificado el apóstol Pedro. En esa misma zona de la colina vaticana existía también un cementerio pagano y fue allí donde, de nuevo según la tradición, se enterró a san Pedro.
Durante más de doce siglos, la basílica sobrevivió al paso del tiempo y a los distintos avatares históricos, pero a mediados del siglo XV sus muros corrían serio peligro de venirse abajo, y con ellos uno de los símbolos de la cristiandad y la Ciudad Eterna.
Fue la amenaza de un inminente derrumbe lo que llevó al papa Nicolás V a plantearse su reconstrucción en 1452. Los trabajos fueron encomendados a los arquitectos León Battista Alberti y Bernardo Rosselino, aunque las obras duraron apenas tres años. En 1555 murió el pontífice, y los trabajos quedaron en suspenso.
Por desgracia, para entonces los obreros ya habían “esquilmado” buena parte del Coliseo, puesNicolás V había ordenado su destrucción para suministrar material con el que acometer las obras en San Pedro. Aunque el célebre anfiteatro sigue hoy en pie, su deteriorado aspecto actual se debe en parte (hubo otras “rapiñas”) a las más de dos mil carretas llenas de piedras que se extrajeron del edificio.



Vista interior de la basílica, con el baldaquino al fondo | © Javier García Blanco.


Pese al intento de Nicolás V, fue Julio II –como ya dijimos– quien, cincuenta años más tarde, tomó la determinación de derribar la antigua basílica constantiniana y construir un templo acorde con el gusto y el estilo del Renacimiento. La demolición no podía hacerse de una sola vez, pues las misas tenían que seguir celebrándose en el lugar, por lo que durante los más de cien años que duraron los trabajos –con parones de varios años incluidos–, la eucaristía se celebró en medio de obreros, polvo y materiales de construcción.
El primero de los arquitectos en trabajar en el desarrollo de la nueva basílica fue Bramante (1506), a quien le siguieron Rafael (desde 1514 a 1520), Sangallo el Joven (1520 a 1546), Miguel Ángel(1547-64), Maderno (1605-1621) y finalmente Bernini, quien se encargó de diseñar la enorme plaza de San Pedro y su columnata, además del espectacular baldaquino y otras actuaciones en el interior.
Además de la lentitud de las obras y los continuos cambios en su planificación y diseño, la basílica de San Pedro también sufrió otros peligros más graves durante aquellos años. En 1527, cuando se produjo el temible Saco de Roma, las mismas tropas imperiales de Carlos I que habían sometido al pillaje a la ciudad no dudaron en asaltar el templo en construcción, profanando el altar mayor y encendiendo hogueras en sus capillas.
Sesenta años más tarde, en 1586, cuando la plaza todavía no había sido modificada por el plan de Bernini, los romanos asistieron a otro impresionante despliegue de ingeniería relacionada con el templo. En ese año, el papa Sixto V encargó al arquitecto Domenico Fontana la colocación de un obelisco egipcio con más de 4.000 años de antigüedad frente a la basílica.

Obras de colocación del obelisco en un grabado de la época | Crédito: Wikipedia.

El monolito había sido traído a Roma por orden del emperador Calígula en el año 37 d.C., quien lo colocó en el circo de Nerón. La enorme mole pétrea pesa 327 toneladas, por lo que Fontana tuvo que emplear a cerca de 900 obreros para levantarla, ayudándose de setenta y cinco caballos, además de un sistema de poleas.
El templo más importante del catolicismo no solo tuvo repercusiones en el terreno artístico. La financiación de aquellas complejas y largas obras supuso un desorbitado gasto que sobrepasaba, con mucho, las posibilidades de las arcas vaticanas.
Fue el propio Julio II, el iniciador de las obras, quien tuvo la idea de vender indulgencias para sufragar los gastos de los trabajos. Aquella decisión tendría unas consecuencias inesperadas. En 1517, un entonces desconocido agustino alemán llamado Martín Lutero daba inicio a la Reforma Luterana con sus encendidos escritos y sermones contra el Papa: un suceso clave que supuso un punto de inflexión en la historia de la Iglesia y de todo Occidente.