miércoles, 23 de diciembre de 2009

Historia, memorias en conflicto

ENTREVISTA CON DANIEL BRAUER, TITULAR DE FILOSOFIA DE LA HISTORIA E INVESTIGADOR DEL CONICET
Caminos históricos: la memoria y el olvido
¿La Historia, así con mayúscula, tiene un sentido? Y si lo tiene, ¿cuál es? ¿El que determinan factores tan elusivos como las memorias individuales y colectivas? ¿Qué es lo que nos dice la Filosofía de la Historia al respecto? Muchas preguntas, tal vez...

Por Leonardo Moledo
–Usted actualmente dirige un proyecto de investigación sobre la relación entre historia y memoria. ¿Por qué no me cuenta de qué se trata?
–Bueno, en los últimos años ha habido un auge del tema de la memoria no sólo en la filosofía de la historia propiamente dicha, sino en la sociedad en general: la novela histórica, los films que tienen que ver con la reconstrucción del pasado, son sólo algunos ejemplos. Para la teoría tradicional de la historia también ha sido un desafío, porque la memoria trae al conocimiento del pasado una cuestión que no estaba muy presente en la historiografía clásica, en el sentido de que ésta tenía que ver con un discurso más anónimo, más apegado a los documentos. La memoria, mientras tanto, es otro tipo de acceso, que permite una comprensión diferente del pasado y que se complementa con la historia. El auge como fenómeno cultural tiene indudablemente que ver con el Holocausto, con el concepto de trauma, con todas estas cuestiones que han cuestionado la idea del progreso...
–La memoria individual en realidad es muy falible... La memoria social, ¿no es algo también de corto plazo? ¿Qué puede recordar una sociedad?
–Es un fenómeno muy complejo, porque entre esa memoria individual y la memoria colectiva hay una interacción. Lo que hay son ceremonias sociales del recuerdo. La noción de memoria está muy unida al concepto de identidad: todos los pueblos construyen su identidad a partir de una selección de acontecimientos, de hechos significativos que adquieren un carácter emblemático y que definen lo que uno es.
–Pero la memoria es selectiva. Decide qué guardar.
–No sólo eso: incluso hay memorias en conflicto. El historiador, por eso, trata de dar una imagen de la totalidad, aunque su discurso también puede ser sesgado. La memoria, desde el momento en que es selectiva, es conflictiva, lo cual no significa que todo sea relativo o que los hechos no hayan existido. Para eso es necesario contrastar distintos testimonios.
–¿Hasta dónde llega la memoria colectiva? ¿Qué puede recordar un colectivo de sujetos sobre Yrigoyen, por ejemplo?
–Prácticamente nada, salvo la gente muy mayor. Pero la memoria colectiva no es sólo una memoria directa, sino también legada por una generación anterior.
–Y desde el punto de vista metodológico: ¿cómo trabaja con la memoria?
–Bueno, yo soy filósofo: mi trabajo es puramente teórico y consiste en el análisis de textos, de teorías, de hipótesis. El material empírico también es la obra del historiador, y las preguntas que nos hacemos, por ejemplo, tienen que ver con la significación de términos como “objetividad” o “verdad” en Historia.
–A ver, a ver..., ¿qué son la objetividad o la verdad en Historia?
–Son temas polémicos. Existe una corriente muy fuerte de epistemología de la historiografía que se basa en el análisis del discurso del historiador, o sea, de las narraciones (porque los historiadores cuentan cosas). Esas narraciones muchas veces están vinculadas con géneros literarios específicos. Llevado esto a una posición extrema, se llega a un relativismo absoluto que le quita toda cientificidad. Yo trato de defender un punto de vista que tiene en cuenta la pretensión científica de la historia, pensando que un relato puede ser objetivo sin dejar de ser controversial y revisable.
–¿Qué controversias hay sobre la dictadura acá?
–En general, son controversias que tienen que ver con las formas de legitimación del poder. Sin duda, la dictadura es un referente central del discurso político actual. Esa época sirve como el momento al que no se debe volver, lo cual está muy bien expresado en la fórmula “Nunca más”. Pero también es cierto que todavía estamos lejos de haber elaborado históricamente lo que pasó en aquella época: tenemos discursos muy unilaterales. Habría que hacer un trabajo de memoria, en palabras de Freud...
–Yo creo que se está construyendo una imagen de la dictadura que empieza el 24 de marzo y que vino a romper un mundo idílico. Y eso no fue así. Había una situación predictatorial, con un gobierno civil que administraba las muertes... ¿Usted cree, como yo, que se está haciendo un recorte falso?
–Yo creo que la memoria hay que revisitarla y revisarla. Uno debe oponerse siempre a las llamadas “historias oficiales”, que se ofrecen como modos de legitimación de determinadas políticas. El trabajo del historiador es paradójico, porque si bien se ocupa del pasado, puede condicionar fuertemente el presente. Lo que yo creo es que la época de la dictadura aún no está bien elaborada y no se puede observar con la debida distancia crítica. La Historia, a diferencia de otras disciplinas, tiene un papel importantísimo en el ámbito del discurso público, y la revisión de la historia contemporánea es, por lo tanto, fundamental. Esto sonará a verdad de perogrullo, pero el trabajo de comprender el pasado es vital para definir el futuro.
–¿Y esta preocupación por la memoria es global o es propia de Argentina?
–Es global, es un tema muy actual en todos los campos.
–¿Por qué es tan actual?
–Es una pregunta difícil de contestar. Por un lado hay una desilusión con respecto a la esfera pública y, por lo tanto, un intento de rescatar la dimensión humana, personal, sentimental de lo que vivieron los protagonistas de determinados hechos. Hay un horror frente a lo acontecido: como paradigma de reflexión en torno de los acontecimientos del pasado, el Holocausto es central. Pareciera que, aunque estamos desorientados respecto de nuestro futuro, sabemos que hay ciertas cosas que no queremos que vuelvan a suceder...
–¿Quiénes no queremos que sucedan de nuevo esas cosas?
–Creo que hay una opinión pública formada a través de lecturas, de contemplación de obras de arte, con los museos de la memoria... Creo que es un fenómeno cultural abarcador: digamos que hay una visión actual que es compartida en el mundo. Es “lo que se piensa ahora”. De cualquier modo, no puedo explicarle contundentemente cómo es que surgió este “boom memorialista”.
–¿No tiene que ver con todos los horrores del siglo XX?
–Pero fíjese que surgió mucho tiempo después del Holocausto. Hasta los años ’60 el tema del Holocausto casi no figuraba, no se le da la importancia que se le da ahora (que se ha convertido en el acontecimiento del siglo).
–Usted trabaja con otra línea, que tiene que ver con la globalización, ¿no?
–Sí. Después de la crisis de la idea del progreso, se consideraba que toda pregunta acerca del sentido de la Historia formaba parte de una mala metafísica de la historia. Más aún después de la caída del Muro de Berlín; el marxismo había sido el gran heredero de la Ilustración, y la caída del Muro produjo un enorme escepticismo. Ya eran visibles, por supuesto, las consecuencias negativas de los regímenes proclamados marxistas...
–No fueron simplemente consecuencias negativas: hubo una masacre pavorosa.
–Exactamente. Ahí tenemos una visión de lo que aconteció que durante mucho tiempo se trató de tapar...
–Con bastante eficacia...
–Sí. Con mucha eficacia. Yo recuerdo que una vez llevé un libro sobre los crímenes de la Unión Soviética a la facultad y un alumno se acercó y me dijo: “No conviene traer esto acá, porque es hacerle el juego a la derecha”. Pero esas son cosas que, de cualquier manera, pasaron, y uno no puede darle vuelta la cara.
–Me decía lo de la mala fama que se había ganado el sentido de la historia...
–Sí, claro. Por eso los filósofos de la Historia dejaron de dedicarse a eso y empezaron a dedicarse a la explicitación de la metodología del trabajo de escritura histórica. El giro memorialista y el fenómeno de la globalización están conduciendo a algo unitario: el mundo se parece cada vez más en todos lados. Eso tiene consecuencias positivas y negativas.
–¿Existe la Historia? ¿Hay un ente, una fuerza real, existente, llamada Historia?
–La palabra Historia (con mayúscula) es una creación de la época de la Ilustración, hoy muy cuestionada. Esa visión fue muy criticada y, con el tiempo, volvió a hablarse de “historias”. El tema de la globalización vuelve a hacer plausible esa manera ilustrada de ver las cosas en la cual todo está encadenado a un fenómeno general. Hay una enorme necesidad de teorías, de abandonar viejos esquemas interpretativos y considerar nuevas maneras de dar cuenta de la realidad. Creo que en general la gente no está contenta con el mundo en el que vive...
–Tal vez muy equivocadamente, por falta de memoria... Porque si se repasa lo que era el mundo hace un tiempo, incluso hace cincuenta años, es fácil ver que vivimos una situación mucho más pacífica que antes, entre otras cosas.
–Yo creo que hemos avanzado mucho más de lo que creemos pero mucho menos de lo que deseamos. Y esa paradoja es la que impulsa el pensamiento.
http://www.leonardomoledo.blogspot.com/
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Mujeres que se inventan

La Maga

Por Mario Goloboff *
De la larga nómina de mujeres míticas o literarias (quizás, con la experiencia humana transcurrida, hayan dejado de ser distintas) que pudieron impactar la sensibilidad de nuestras muchachas de las capas medias argentinas y latinoamericanas en los tiempos modernos, sólo una, vecina, contemporánea, lo hizo cabalmente. No fueron la Esther o la Débora bíblicas, ni la Circe o la Penélope homéricas, ni la Yocasta de Sófocles, ni la variada y concurrida Antígona, ni la Ofelia o la Julieta de Shakespeare, ni la rebelde Nora de Heinrik Ibsen ni, más cercanamente, las españolas y lorquianas Mariana Pineda, Bernarda Alba o la audaz novia de Bodas de sangre, ni la colombiana María; fue una uruguaya inventada por un argentino, que a la sazón andaba por París, Horacio Oliveira: la ahora célebre Maga.
Nacida por obra y arte de Rayuela (y claro está que de su inmenso creador, Julio Cortázar) como la mujer joven, la intuitiva, la ligera, la sensible, la antilogos, la poética, la que vagaba por las calles y a quien seguramente encontraríamos, sin buscarla, rondando alguno de los puentes de París (tal vez el más estético, el más artístico de todos, el Pont des Arts), en esa imbricación de ciudad luz con santamaría rioplatense que supo ser esta novela, el personaje fue convirtiéndose, por magia y gracia de la sola letra escrita, en un ideal de cierta feminidad con el que tantas mujeres se identificaron. Y a quien, por nuestra parte, los varones buscábamos o perseguíamos o soñábamos.
No por casualidad cortazariana, la Maga fue la quintaesencia de otras mujeres que recorren su obra, con rasgos de la Alina Reyes de “Lejana”, de la Delia de “Circe”, de la Laura de “Cartas de mamá”, de la Leticia de “Final del juego”, de la bella e imaginada “Silvia” de Ultimo round y, muy probablemente, el espejo femenino de “El perseguidor”, Johnny Carter-Charlie Parker, para quien el tiempo funcionaba de un modo tan personal que alguna vez declaró “esto lo estoy tocando mañana” y quien también decía que no pensaba nunca o, mejor dicho, que no pensaba como nosotros: “Estoy como parado en una esquina viendo pasar lo que pienso, pero no pienso lo que veo”.
Puramente literario (doblemente ficticio, habría que decir, ya que “Oliveira decide inventar a la Maga para dar celos a Talita”, como reza el Cuaderno de bitácora o Log-book que acompañó la redacción de Rayuela en muchos de sus fundamentales tramos) ¿qué había en el personaje de la Maga para que transformáramos, por el poder de la escritura y de la lectura, a un ser de papel en algo tan vívido y tan vivo? Acaso, por empezar, su apelativo, siempre bien elegido por Cortázar, poeta al fin, buen nombrador y buen titulador; ese nombre de resonancias mágicas, extra terrenas, ocultas, esotéricas. Y luego, sus modos, sus movimientos vagos y ligeros, casi etéreos, su estar en el mundo a contramano, a contraluz, que no fuera “en la cabeza donde tenía su centro”, que no necesitara “saber” como nosotros, que pudiera “vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga”, que “adorara el amarillo”, que buscara obsesivamente un trapito rojo cuando suponía haberlo perdido, que su espacio y su tiempo fuesen otros, que no la guiara nunca la razón sino exclusivamente la intuición; que la torpeza y la confusión, pero también lo estético, la dominaran (“la araña Klee, el circo Miró, los espejos de ceniza Vieira da Silva”); en fin, que tuviese otra dimensión humana, que no creyera para nada en los nombres de las cosas sino que al tocarlas las conociera, con una aproximación prelingüística y casi primitiva a la naturaleza, al mundo, en el lenguaje de la tribu utópica; una mujer con quien amar no fuera sólo mirarse a los ojos sino mirar en la misma dirección...
Desde entonces, no dejaron de pasar cosas muy graves en este bendito suelo. Se mataron ideales a sangre y fuego, y también ellos se fueron desgastando. El tiempo, ese gigante, fue haciendo caer los días, las horas y los ídolos. Decepcionados del resbaladizo porvenir, volvimos al presente de las ilusiones más concretas y las concretas cosas. Y a encontrarnos, al cabo de las décadas, con la amarga premonición de Pablo Neruda en sus veinte poemas juveniles: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Tampoco puede olvidarse la propia evolución de la llamada cuestión de género en lo que va de los ’70 del siglo pasado a hoy. La imagen de mujer subestimada, desplazada y despreciada, así como también la imagen de exaltada, venerada, idealizada (en la que fueron diestros los literatos españoles y ni qué hablar los franceses desde Michelet a Breton y de Musset a Aragon) han sido sustituidas por lo que Gilles Lipovetsky llamó “La tercera mujer”, cuando sostiene que “a los antiguos poderes mágicos, misteriosos, maléficos atribuidos a las mujeres han sucedido el poder de inventarse a sí misma, el poder de proyectar y de construir un porvenir indeterminado de antemano. Tanto la primera como la segunda mujer estaban subordinadas al hombre; la tercera mujer es sujeto de ella misma. La segunda mujer era una creación ideal de los hombres; la tercera mujer es una autocreación femenina”. ¿Pudo ser la Maga, en la imaginería de Cortázar y en la nuestra, una suerte de transición entre aquella segunda mujer y esta tercera? ¿Pudo ser así leída?
Quizás, por ello, no todo esté apagado. Acaso todavía tengamos presente en alguna ocasión a la inconmensurable Maga; quizás sintamos un relampagueo, alguna vibración. Pero, tal vez, no más. Ahora, de nuestras conciencias parecen haberse adueñado otras costumbres, otros valores, otros símbolos.
También otras mujeres. Sin hacer nombres, como exigían en pasadas épocas en voz alta y con sonrisa cómplice mis tías maternas, pero mirando asustadamente la galería de robustas damas que acaudillan hoy los módicos ideales de buena parte de la clase media urbana, y por quienes muchas señoras y señores ponen los ojos en blanco y dan sus votos entusiastas a la inanidad conservadora, vemos, con no escaso pesimismo, cómo han retrocedido nuestros sueños, qué pobres son estos ideales, cuánta distancia separa ya a la fraterna Maga de algunas patricias y descarriadas Furias, de esa gruesa, platinada mediática, de esta enjoyada bisabuela con vestidito de organdí.
En fin, que como sentenciaba la inscripción de los romanos en los relojes de sol, referida claro está a las horas que marcan nuestro duro tránsito: Omnes ferunt, ultima necat. Todas hieren, la última mata.
* Escritor, docente universitario.
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lunes, 21 de diciembre de 2009

Un hongo que parece comestible

A LAS PUERTAS DEL BICENTENARIO DE FREDERIC CHOPIN
Mejor centrarse en su música
Salas y discográficas preparan toda clase de homenajes que harán resaltar la grandeza del pianista y compositor. Una grandeza exclusivamente musical: frío, vano, calculador, snob, despreciativo y antisemita, Chopin no dejó grandes recuerdos entre quienes lo conocieron.

Por Jessica Duchen *
Nunca es buena idea juzgar el arte por el carácter del artista, como se hace a menudo en estos días. Y hay pocos ejemplos mejores que Frédéric Chopin. El compositor será el héroe romántico de 2010, año de su bicentenario: las salas de concierto y las compañías discográficas preparan una andanada de eventos de celebración y discos. Pero los aniversarios pueden ser una bendición ambigua para los muertos: si se mira de cerca a cualquier individuo adorado, es muy probable que algo desagradable esté al acecho. No hay dudas de la grandeza del pianista y compositor polaco, pero esa grandeza llegó con un precio muy alto para quienes estuvieron cerca de él o intentaron estarlo.
Es más, Chopin lo sabía. “No es mi culpa si soy como un hongo que parece comestible, pero que si lo probás resulta venenoso”, escribió en 1839. “Sé que no he sido de mucha utilidad para nadie, y de hecho no soy de mucha utilidad para mí mismo.” Era, con seguridad, un genio; era también complicado, frío, vano, calculador, snob, despreciativo, antisemita e hipersensitivo hasta el imposible. Sufrió de tuberculosis la mayor parte de su vida; se ha culpado a la enfermedad que lo mató a los 40 años por su naturaleza pendenciera, pero eso era sólo parte de la historia. Las películas excesivamente románticas muestran a Chopin como una delicada figura que tosía sangre sobre las teclas o como un revolucionario romántico en Varsovia. La enfermedad y el exilio le hicieron ganar justificadas simpatías. Pero dejó Polonia para escapar de una revolución, no para apoyarla. No era un héroe romántico. En vez de eso, el poeta Adam Mickiewicz, cuyo trabajo Chopin admiraba y era, como él, un exiliado polaco, lo llamó “vampiro moral” por su adoración de la aristocracia y por su ambigua actitud hacia la tierra nativa que tanto extrañaba. Eso sin mencionar su relación con la novelista George Sand, con quien vivió nueve años.
La relación entre ellos tuvo muchas alzas y bajas, y mientras Chopin era demasiado frágil como para infligirle algún daño físico a su compañera, su predilección por el preciosismo y el malhumor la abrumaron, dándole forma a una forma de tortura psicológica similar a la de la gota que cae lentamente. Sand se encontró actuando más como una niñera que como una amante. Su exasperación y claustrofobia quedan claras en algunas de sus cartas, en las que refunfuña sobre los celos hipersensitivos de su pareja: “El amor de Chopin por mí es de un carácter exclusivo y celoso. Es un poco fantástico y enfermizo, como él... Me hiere tanto que, a los 40 años, me encuentro forzada a lidiar con el ridículo de tener un amante celoso a mi lado”.
Sand encontró un escape a sus frustraciones en su novela Lucrezia Floriani, que todos los amigos de la pareja interpretaron como un retrato de su relación. El neurótico y malhumorado príncipe Karol, cuya “enfermedad” es más espiritual que física, es un espejo de Chopin, Gradualmente va desgastando a la heroína, que hace una referencia a estar siendo “asesinada con pequeños pinchazos”, hasta colapsar y morir. La pareja finalmente se separó a causa del casamiento de la hija de Sand, Solange, que su madre desaprobaba y Chopin alentaba. La situación explotó de un modo profundamente irracional, con una Sand histérica acusando a Chopin de estar él mismo enamorado de Solange, de 17 años. Pero los amigos que seguían la situación detectaron que las frustraciones de casi una década estaban saliendo al fin a la luz.
Chopin dependía de Sand, cuyos libros vendían muy bien, tanto financiera como emocionalmente. El era una pianista reverenciado, pero odiaba dar conciertos. Cuando acordó dar un recital público en París en 1841, Sand le escribió a su amiga, la cantante Pauline Viardot: “No quiere ningún afiche, no quiere ningún programa, no quiere que haya demasiado público. No quiere que nadie hable de eso. Le teme a tantas cosas que tuve que sugerirle que debería tocar sin velas, o sin público, en un piano mudo”.
Como odiaba tocar, Chopin ganaba dinero mayormente con la enseñanza. Una joven pianista llamada Zofia Rozengardt viajó de Polonia a París expresamente para estudiar con él. Su recuerdo de ese “extraño, incomprensible hombre” no es muy agradable. “No hay manera de imaginar una persona más fría e indiferente a todo lo que lo rodea”, escribió. “Es cortés hasta el exceso, y hay una gran ironía en eso, mucho rencor oculto. Está dotado de ingenio y sentido común, pero a menudo tiene momentos desagradables, salvajes, en los que es malvado e iracundo, cuando rompe sillas y golpea con los pies. Puede ser tan petulante como un niño consentido, amedrentando a sus alumnos y mostrándose sumamente frío con sus amigos. Esos son días de sufrimiento, agotamiento físico y disputas con madame Sand.”
La música de Chopin se benefició con su extrema sensibilidad. Pero, en la vida diaria, esa misma sensibilidad lo convirtió en un hombre desesperadamente autoconsciente del tamaño de su nariz, que rara vez se quitaba los guantes –generalmente blancos o lilas– y que quizás estaba aun más dominado por los nervios que por la enfermedad. Su dandismo, sus exquisitos chalecos, las colgaduras de muselina y los sombreros a la última moda eran parte de una elaborada cáscara detrás de la cual podía esconderse... hasta cierto punto. Su alguna vez amigo y compañero Franz Liszt, pianista y compositor que admiraba a Chopin, se lo tomó con filosofía. “Chopin es todo tristeza”, escribió en una carta de 1834. “Los muebles le salieron algo más caros de lo que pensaba, con lo que ahora vendrá todo un mes de preocupación y nervios.”
En cuanto al antisemitismo, no era nada inusual en el siglo XIX, especialmente en Polonia. Pero sigue siendo una de las características más deprimentes de Chopin. Apostrofando a sus editores como “judíos”, hizo tortuosos juegos para enfrentarlos unos con otros. Tampoco es que le gustaran los alemanes: “Los judíos son judíos y los hunos son los hunos, y ésa es la verdad. ¿Qué puedo hacer? Estoy forzado a lidiar con ellos”, le escribió en 1839 a un amigo que lo estaba ayudando en las negociaciones. “Los Preludios ya fueron vendidos a (el editor) Pleyel, con lo que puede limpiarse el extremo opuesto de su estómago con ellos, si quiere. Pero como son tal banda de judíos, detén todo hasta que vuelva.” El espíritu egoísta y neurótico de Chopin probablemente fue de la mano de la imaginación que produjo su extraordinaria música. Sus trabajos se acercan a la perfección, algo que no puede decirse de su personalidad. Tan cerca del aniversario, habrá que amar su trabajo y descartar todo lo demás.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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Sobre el partir

Irse lejos
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Irse lejos para volver cambiado. Volver de lejos para cambiar las cosas. Irse y no volver para que todo cambie o siga igual. Salir por un ratito para viajar dentro de un cine y llego temprano y –antes de que se haga primero la oscuridad y enseguida la luz en la sala– leo las últimas páginas de Travelling Heroes, de Robin Lane Fox, historiador de Oxford que se las ha arreglado para firmar varios admirables best-sellers de ensayo histórico. Aquí, Fox postula la teoría de que los antiguos griegos siguieron las estelas y mareas de La Odisea y La Ilíada para moverse por mares y orillas. Buscaban la correspondencia de lo legendario en la realidad para hacer leyenda. Así, el mito como brújula y virus, y contagiando a culturas que vinieron después. La Historia siempre es la misma: viajando se conoce gente. Y, enseguida, uno se conoce a sí mismo.
DOS Y en Avatar –el promocionadísimo y supuestamente revolucionario retorno de James Cameron al cine de ficción– se nos presenta al marine paralítico Jake Sully. El hombre viaja al planeta Pandora, es psicoinjertado en el cuerpo/avatar de un gigante azul de aspecto felino, se le ordena relacionarse con los nativos llamados na’vi para prepararlos para el avance y conquista y explotación de sus santuarios mento-vegetales a cargo de empresarios ambiciosos y militares de mandíbula cuadrada y Jake conoce a la na’vi Neytiri y... Ya saben lo que pasa después; porque uno ya vio varias veces esta película bajo otros títulos como Lawrence de Arabia, Jeremiah Johnson, Un hombre llamado Caballo, La misión, Danza con lobos, Pocahontas... A saber: la saga de autoconocimiento –previa rendición de las materias del rito de paso– de un visitante que acaba poniéndose de parte de los locales. En lo que hace al género, Avatar es algo así como Sci-Fi for Dummies o Space Opera 101: el más rabioso retrofuturismo. Como si escrinautas llamados Ballard o Dick o Lem o Vonnegut jamás hubieran existido. Y todo bien: Cameron explicó que él quiso rendir homenaje a las novelas que leyó en su infancia, y nadie puede negarle un gusto a este hombre. Así, estética que recuerda mucho a las ilustraciones de Roger Dean para las portadas de Yes, portentosa música etno-ululante, simples consignas eco-místicas y una absoluta y total obviedad argumental que le permite al espectador ser, sí, anticipatorio en el sentido más pedestre del asunto: imposible no presentir telepáticamente lo que sucederá en la siguiente escena y cuál será el final que se ve venir desde el principio.
Técnicamente todo es bastante asombroso (aunque, en mi caso, a los pocos minutos la 3-D me produjo un ligero pero persistente dolor de cabeza); pero la novedad sucumbe ante diálogos risibles y –como en Titanic– una idea de los sentimientos y el sexo digno de un niño de unos ocho o nueve años más bien lento. Como George Lucas, Cameron es un tecnócrata a quien habría que explicarle que no hay efecto especial más impresionante que un buen guión (lo que no quita que Avatar sea algo así como el más húmedo de los sueños para quienes se excitan más con la digitalización que con los dígitos) y, de paso, comentarle que hacer que todo transcurra en el año 2150 (esas naves, esos planetas habitados y habitables) es, me parece, más bien optimista de su parte. Y si no, que se dé una vueltita por la NASA y seguro que le explican un par de cosas en lo que hace a presupuestos, resultados obtenidos hasta ahora, etcétera. Y en medio de tanto sonido y furia y lengua extraña y animales raros y flora más rara aún, un momento involuntariamente conmovedor en este film que no es malo, pero que podría haber sido tanto mejor: Sully, irritado, empuña un libro –un libro unplugged– para explicarle algo a alguien que no quiere entender nada.
TRES A años luz de distancia –pero a pocos metros, en el cine de al lado– pasan y paso a ver Donde viven los monstruos, de Spike Jonze. Y donde Cameron aspira a lo mítico y se queda en lo apenas mitomaníaco, Jonze –apoyándose en las más o menos doscientas palabras del clásico infantil de Maurice Sendak publicado en 1963– eleva lo suyo a lo trascendente y eterno. Jonze y el escritor Dave Eggers –coguionista y ampliador de este material primigenio también en su recién publicada novela Los monstruos– muestran la infancia como ese territorio salvaje del que siempre queremos huir cuando somos niños y al que sólo queremos regresar cuando somos adultos. No se puede, se sabe. Ni en una u otra dirección. Y de eso trata Donde viven los monstruos: de sentirse un pequeño monstruo entre los grandes humanos y fugarse para acabar descubriéndose como un pequeño humano entre los grandes monstruos. Hijo de humildes inmigrantes judíos, Sendak siempre dijo que “todos mis libros tratan sobre la voluntad de escapar y sobrevivir. El miedo es muy importante en mis libros”. Si –como dijo Emily Dickinson– “la esperanza es esa cosa con plumas”, entonces no cabe ninguna duda de que la infancia es esa otra cosa con garras y colmillos. Y a eso se ha dedicado y ha dedicado toda su vida Sendak. Y desconozco el grado de sofisticación high-tech empleada para su realización; pero lo cierto es que –luego de la sobredosis computarizada de Avatar– agradecí la cálida bestialidad de esos peluches gigantes, aunque la voz de James Gandolfini para Carol, en más de un tramo, nos haga sospechar que ahí dentro está Tony Soprano de camino a una orgía de Halloween en el Bada Bing! El muy joven Max Records está perfecto en el rol de Max: pocas veces el celuloide capturó mejor la ira y la tristeza y la alegría y el miedo de quien una noche decide dejar la esclavitud de la vida en el suburbio para atreverse a ser rey en una isla muy lejana que queda a la vuelta de la esquina.
CUATRO Y se aproxima Fin de Año y todo se mueve. Afuera y adentro. Son esas fechas en que la gente mira atrás para seguir adelante y las reuniones globales para evitar el auto-apocalipsis acaban en acuerdos de mínimos mientras incubamos el efecto especial de nuestra extinción. Paz en el mundo y se honra, se supone, el nacimiento de alguien que llegó de muy lejos –un avatar de un poder superior que se instaló un tiempo donde viven los monstruos y pagó el precio de ser rey por un ratito– y acabó siendo sacrificado y lanzado de regreso hacia el infinito y más allá. Muchos creen en él y aguardan su retorno. Yo, por mi parte, ya no sé muy bien en qué creer; por lo que pido, apenas, un minuto de silencio por George Bailey, aquel viajero que jamás pudo salir de Bedford Falls y que, seguro, tuvo que conformarse con viajar viendo películas que transcurrían en otros planetas.
Qué bello es partir.
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viernes, 4 de diciembre de 2009

Un largo adiós

EL CANTAUTOR ES VELADO DE FORMA MASIVA
Chile despide a Víctor Jara
En un mítico galpón bautizado con el nombre del poeta cantor estaba la gente en fila. Unos dejaban una flor, un poema, una foto. Otros tarareaban el estribillo de “El derecho de vivir en paz”. El velorio dura hasta mañana.
Por Christian Palma
Desde Santiago
No se ven ataques de histeria ni chicas arrancándose el pelo o chillando hasta quedar afónicas. Todo lo contrario. Es que a quien van a despedir no es a un rockstar y menos a una figura de la televisión. Se trata de Víctor Jara, el poeta cantor chileno, que dedicó su obra a los trabajadores, al pobre... al pueblo y que desde ayer está siendo velado por primera vez de forma masiva tras su asesinato a manos de los militares, en septiembre de 1973.
Por lo mismo, en el mítico galpón bautizado con el nombre del cantautor y que sirve de marco para la ceremonia fúnebre, no hay espacio para el llanto, la pena o las caras tristes. Desde ayer y hasta mañana, el lugar –ubicado en la céntrica Plaza Brasil de Santiago– será el escenario de una gran fiesta popular. Y como le gustaba a Jara, con cantores callejeros, vendedores ambulantes, poetas populares y cuanto hay de personajes en los cuales se inspiró a la hora de componer sus canciones reconocidas en el mundo entero. Así, el funeral del cantautor dejó en claro que su legado permanece incólume.
Sí porque los más de 30 grados de ayer a la sombra registrados en esta capital no fueron obstáculo para que cientos de personas llegaran a rendir este último adiós. El féretro de color café –envuelto en un poncho negro con detalles color sangre, camisas amaranto y claveles rojos– se ve imponente en medio de la sala. De fondo, su música y un mural dibujado en la pared hecho por artistas de la combativa Brigada Ramona Parra.
Ahí está la gente en fila. Con calma, de a poco, se acerca, da la vuelta por el ataúd. Unos dejan una flor, un poema, una foto. Otros tararean el estribillo de “El derecho de vivir en paz”. Algunos se reconocen. Vuelve el apretón de manos al amigo olvidado en el tiempo y que renace hoy en medio del coro de “Te recuero Amanda”. Van de la mano con sus hijos, sus nietos, los más con canas, los menos con remeras con la cara del artista. Ahora, cantan sin miedos: “Aprieto firme mi mano y hundo el arado en la tierra, hace años que llevo en ella, ¿cómo no estar agotao?”.
Y así se irá repitiendo el cuadro hasta el sábado, cuando su cuerpo regrese en una caravana multicolor al Cementerio General.
La fiesta es sencilla. Con vino tinto y empanadas. De hecho, una de sus hijas, Manuela, dispuso que no se cambiara el ataúd en el que Jara fue sepultado en la clandestinidad por Joan Turner, su esposa, que ayer encabezó la primera guardia de honor ante el féretro.
Y la gente sigue llegando. No paran. Tras el último saludo, muchos cruzan a la Plaza Brasil. Hay música, un escenario para bandas nuevas y otras clásicas. Todos le cantan al maestro. Corren las cervezas, el vino en caja. El olor a porro es generoso. Los pacos miran, no se meten, no censuran, no reprimen. Ya han pasado veinte años desde que se acabó la dictadura de Pinochet. Ahora se contagian de alegría. Ríen. Hasta se vuelven cómplices de la fiesta. ¿Quién lo diría?
Por ahí se ve también a uno de los hermanos Parra, actores, pintores, cineastas, anónimos dejando su firma en el libro de condolencias. Hasta la ministra de Cultura de Michelle Bachelet, Paulina Urrutia, se pone en la guardia de honor. Hay llantos, pero de emoción.
Sube Juana Fe al escenario. Mientras en el galpón aparece gente de Inti Illimani, Santiago del Nuevo Extremo, el Sindicato de Cantautores Urbanos de Santiago, Tierra de Hoja y el Colectivo Agosto Negro, entre otros. Todos artistas que se enfrentaron con poesía a la dictadura.
El sol sigue picando y los rostros van cambiando, mas no la atmósfera, plagada de olores o tonalidades alegres. La gente no quiere irse a casa. Que siga la fiesta: “Grande Víctor Jara”.

Una casa pequeña en la pradera




Arte y libertad

CULTURA › SEGUNDA MUESTRA DE LA ASOCIACION CIVIL YO NO FUI
La liberación a través del arte
Artistas de la cárcel de Ezeiza presentarán hoy en el Centro Cultural Rojas las fotografías y los poemas que realizaron durante el año. La propuesta continúa mañana e incluye recitales, proyecciones y una feria de productos artesanales.

Son mujeres que encuentran una liberación a través del arte. Pero –y he aquí la explicación por la cual el término “liberación” debe entenderse en su sentido más estricto– tienen una particularidad: están presas. Hoy, a partir de las 18, las artistas de la cárcel de Ezeiza presentarán en el Centro Cultural Rojas (Corrientes 2038) las fotografías y poemas que realizaron en el año. La propuesta continúa mañana e incluye recitales, proyecciones y una feria de productos artesanales.
Se trata de la segunda muestra de Yo no fui, una asociación civil que busca acompañar a las mujeres dentro y fuera de la cárcel, con talleres de serigrafía, poesía y fotografía, entre otros. El proyecto comenzó hace cinco años con el taller de poesía a cargo de María Medrano, en la Unidad Penitenciaria 31. Pero la liberación de algunas internas amplió su alcance, con la aparición de necesidades más concretas. “Salen y no hay trabajo”, recalca la escritora a Página/12. Por eso, además de la exhibición de un inmenso mural con 31 fotos y la presentación de un fanzine con producciones literarias de las internas, la exposición ofrecerá al público cuadernos artesanales, ropa, tejidos y telares elaborados por ellas y por mujeres que ya recuperaron la libertad. Y entre los músicos invitados se encuentran Tomi Lebrero y Valeria Cini.
Con apoyo del Ministerio de Desarrollo Social, el Centro Cultural de España y el Fondo Nacional de las Artes –entre otras instituciones culturales–, funcionan en el penal de Ezeiza nueve talleres de arte y de capacitación en oficios, dirigidos cada uno a entre diez y quince personas. Afuera, el proyecto tiene sede propia: un cubículo colorinche en el barrio de Palermo, que aguarda a las mujeres que salen. Medrano explica que “la intención es acompañarlas en todo el proceso de recuperación de su libertad”.
El adentro
“Cuando se acercaban al taller de poesía, muchas mujeres me decían que venían para no olvidarse de las palabras”, recuerda Medrano. Según ella, “el sistema penitenciario se apoya en la destrucción de la individualidad de las personas”. De manera que el arte funciona como contragolpe. Un “pedacito de libertad”. Semanalmente, Medrano propone a las internas lectura y creación. Los primeros trabajos fueron compilados en una antología que lleva el nombre de la asociación, en 2005, con una segunda edición ampliada dos años más tarde, y ahora preparan un tercer libro.
La musa de Liliana Cabrera es la tristeza, cuenta. Fascinada con su participación en el taller del penal, se ofrece para entonar algunos de sus versos que, llamativamente, poco tienen que ver con el encierro. “Pasé por diferentes etapas, antes relacionaba todo con lo que vivía acá. Ahora puedo explorar por otros lados”, analiza. “María me regaló la posibilidad de expresar lo que siento esté donde esté, si tengo un lápiz y un papel. Afuera me interesaban otras cosas. Todo sucede por algo. Encontrar esto fue un oasis.”
La “fuga” también es posible con el taller de fotografía. Este año, las internas descubrieron la técnica estenopeica, con cámaras artesanales diseñadas por ellas. Como en la cárcel no hay espejos, participar de esta propuesta es la posibilidad de verse a sí mismas. “Generalmente vamos al patio. Se sacan fotos ellas o a sus hijos y se las mandan a sus familias”, cuenta Guadalupe Faraj, coordinadora de la actividad con Alejandra Marín. “Hacen cosas increíbles, de una carga alucinante”, recalca.
El afuera
Cuando, en los inicios del proyecto, las integrantes de los talleres comenzaban a salir, se encontraban con una realidad compartida. La falta de trabajo, los prejuicios del pensamiento colectivo y una necesidad de contención. “No hay apoyo del Estado. Costó mucho conseguir el primer subsidio”, agrega Medrano. Por todos estos motivos, siguieron juntándose. Y además, porque “pensaban en sus compañeras presas”, recuerda. Con un pie adentro y otro afuera del penal, Yo no fui busca conectar ambos mundos.
En esta intersección hay personajes cruciales, como Ramona Leiva, que conoció la serigrafía en prisión a través de taller La Estampa y que hoy es coordinadora en la Unidad 3. “Es muy fuerte entrar, cruzar el pasillo y no estar vigilada”, expresa. Lo que logró es reconstruir su presente, pero sin negar su pasado. “Uno es una bola de amor. Yo lo tuve contenido durante cuatro años. Ahora lo pude sacar y lo vuelvo a entrar. Pensar que yo no sabía nada de arte. Todo lo conocí ahí”, recuerda.
Para Medrano, el trabajo de Leiva es uno de los emblemas de Yo no fui, porque logra romper ciertos esquemas: “Se supone que una persona que estuvo presa no está habilitada para enseñar y transmitir cosas positivas. De golpe, que una ex detenida entre a una unidad a dar clases provoca un movimiento en la gente del Servicio Penitenciario. Quedan descolocados”.
Para quienes están adentro, el encierro es menos duro porque saben que afuera hay gente esperando. “Nos sentimos contenidas porque las chicas también están cuando salimos”, se alegra Cabrera. “Sé que cuando me otorguen las salidas transitorias voy a ir al taller. Yo acá trabajo de costurera. Pero mi idea es dedicarme a la serigrafía”, anhela Lilia, también de la Unidad 31.
Compuesta en su mayoría por detenidas, la ONG está igualmente abierta a quienes quieran incorporarse. De adentro y de afuera, claro. Carlos Ponce, por ejemplo, de la Unidad 19, aprovecha sus salidas para confeccionar cuadernos. “Me brindaron mucha confianza. Quizás no haga esto nunca más, pero le doy un valor enorme”, sostiene.
La realidad es que “Yo no fui no es una empresa que da trabajo”, aclara Medrano. No alcanza a suplir algunas ausencias porque “no hay fondos suficientes”. Entonces la idea es “dar una capacitación, ayudar a la gente para que después pueda volar”. De todas maneras, el verdadero objetivo es más profundo: “Que la gente pueda mirarse desde distintos lugares, experimentar percepciones diferentes de sí misma”. Y para Medrano, ése es el efecto de un “movilizador” que todo lo puede: el arte.
Informe: María Daniela Yaccar.
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Eros y Thánatos, esclavismo

La degradación de la sexualidad y el erotismo
José Cueli
Siguen corriendo tiempos aciagos. ¿Cuándo no? La historia de la humanidad nos demuestra que somos seres condenados a la repetición y al olvido. En estos momentos tienen protagonismo la crisis económica mundial, con sus dramáticas secuelas de pobreza y desempleo; el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, la crisis alimentaria y energética, el temor a pandemias como la de la influenza A/H1N1, el terrorismo y las guerras actuales y las por venir, y, siempre, la justicia que nunca llega.
Vivimos tan inmersos en nuestros problemas cotidianos y tan anestesiados por la televisión comercial, la cual sólo sirve al poder y al dinero, que no vemos críticamente otros asuntos de suma gravedad como los que a continuación quiero destacar.
En meses pasados se publicaron en el diario español El País dos interesantes artículos de Mario Vargas Llosa: “Desafueros de la libido” (18/10/09) y La desaparición del erotismo (1/11/09) que llamaron mi atención no sólo por lo importante de su denuncia, sino porque comparto su preocupación por estos temas.
En el primero hace alusión a los casos del cineasta Roman Polanski; el ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand, y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi. Casos que en su opinión nos muestran el eclipse de toda moral.
Polanski se fuga en pleno proceso por violación de una menor de 13 años. Como destaca Vargas Llosa hubiese sido otra cosa si el delito lo hubiera cometido un hombre sin privilegios. ¿Fama, talento y poder son justificaciones para delinquir? Entre sus defensores se erige la voz del ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand.
Poco después de su protesta se destapa el asunto de un libro autobiográfico publicado por él en 2005 (La mala vida), donde confiesa sus encuentros en Tailandia con chicos jóvenes en los prostíbulos. De su experiencia en los centros de explotación sexual en Asia comenta: Todo ese ritual de feria de efebos, de mercado de esclavos, me excita enormemente.
Después agrega que había cometido un error, no un delito. El tercero de los personajes, Silvio Berlusconi, quien protagoniza los encuentros sexuales colectivos con velinas en su palaciega mansión (ahora en venta por la escandalosa suma de 450 millones de euros) y en la residencia oficial del gobierno.
Estas personas han logrado ubicarse en lo más alto del escalafón social apuntalados con firmeza por el poder y el dinero, y apoyados por un séquito incondicional de dudosas conciencias que los defiende a ultranza, los coloca en gabinetes presidenciales o son encumbrados por votaciones mayoritarias.
Más allá de la conjunción de consideraciones políticas, sociales, morales y éticas habría que detenerse a reflexionar con profundidad que lo que salta a la vista es una desmezcla pulsional. La batalla incesante entre las pulsiones de vida y de muerte descritas por Freud. Lo pulsional que se manifiesta descarnado, fuera de sus goznes, con matices perversos. Perversión no en un sentido peyorativo y prejuiciado del término, sino en el sentido empleado por Freud como descripción de una estructura síquica en la que las metas de la sexualidad se ven desviadas, donde la búsqueda de placer no se obtiene por los cauces habituales sino el goce mediante el hecho de infligir dolor al otro. Donde falla o se trastoca el encuentro amoroso con el objeto de amor, donde no cabe la culpa y la depresión por el dolor causado al otro, donde no cabe la capacidad de repararlo, donde la ternura y la gratitud son impensables, donde el erotismo se convierte en algo grotesco.
Estructura síquica donde la vinculación con el otro no se logra, se sustituye por el deseo irreprimible de apoderamiento y violencia. Allí donde el objeto amoroso, lejos de serlo, objeto cosificado, deseado pero desdeñado, usado para goce narcisista, objeto que puede ser utilizado, violado, maltratado, desechado, suplido, reciclado y hasta aniquilado.
Allí donde vence Tánatos mientras Eros sucumbe y la pasión amorosa se vuelve alienación.