jueves, 19 de diciembre de 2019

jueves, 10 de octubre de 2019

Peter Handke, Nobel de Literatura 2019

Cuando el niño era niño,

andaba con los brazos colgando,

quería que el arroyo fuera un río,

que el río fuera un torrente,

y este charco el mar.

Cuando el niño era niño,

no sabía que era niño,

para él todo estaba animado,

y todas las almas eran una.

Cuando el niño era niño,

no tenía opinión sobre nada,

no tenía ningún hábito,

frecuentemente se sentaba en cuclillas,

y echaba a correr de pronto,

tenía un remolino en el pelo

y no ponía caras cuando lo fotografiaban.

Cuando el niño era niño

era el tiempo de preguntas como:

¿Por qué yo soy yo y no soy tú?

¿Por qué estoy aquí y por qué no allá?

¿Cuándo empezó el tiempo y dónde termina el espacio?

¿Acaso la vida bajo el sol es tan solo un sueño?

Lo que veo oigo y huelo,

¿no es sólo la apariencia de un mundo frente al mundo?

¿Existe de verdad el mal

y gente que en verdad es mala?

¿Cómo es posible que yo, el que yo soy,

no fuera antes de existir;

y que un día yo, el que yo soy,

ya no seré más éste que soy?

Cuando el niño era niño,

no podía tragar las espinacas, las judías,

el arroz con leche y la coliflor.

Ahora lo come todo y no por obligación.

Cuando el niño era niño,

despertó una vez en una cama extraña,

y ahora lo hace una y otra vez.

Muchas personas le parecían bellas,

y ahora, con suerte, solo en ocasiones.

Imaginaba claramente un paraíso

y ahora apenas puede intuirlo.

Nada podía pensar de la nada,

y ahora se estremece ante a ella.

Cuando el niño era niño,

jugaba abstraído,

y ahora se concentra en cosas como antes

sólo cuando esas cosas son su trabajo.

Cuando el niño era niño,

como alimento le bastaba una manzana y pan

y hoy sigue siendo así.

Cuando el niño era niño,

las moras le caían en la mano como sólo caen las moras

y aún sigue siendo así.

Las nueces frescas le eran ásperas en la lengua

y aún sigue siendo así.

En cada montaña ansiaba

la montaña más alta

y en cada ciudad ansiaba

una ciudad aún mayor

y aún sigue siendo así.

En la copa de un árbol cortaba las cerezas emocionado

como aún lo sigue estando,

Era tímido ante los extraños

y aún lo sigue siendo.

Esperaba la primera nieve

y aún la sigue esperando.

Cuando el niño era niño,

tiraba una vara como lanza contra un árbol,

y ésta aún sigue ahí, vibrando.

(Publicado en Verne, El País de España)

domingo, 28 de abril de 2019

Sobre Magris


La esperanza siempre está en el pasado
viernes 05 de abril de 2019 - 07:24

La esperanza siempre está en el pasado

Representante insustituible de las letras europeas contemporáneas, el escritor italiano Claudio Magris se acerca a las ocho décadas de existencia con una nueva entrega editorial: un breve volumen de relatos en que da muestra de sus extraordinarios dones para la fabulación.

Héctor Orestes Aguilar

Ayer comenzó a circular en librerías italianas un nuevo libro de Claudio Magris titulado Tempo curvo a Krems, breve volumen de relatos de 96 páginas, aparecido en “La biblioteca della spiga”, de la editorial Garzanti. Es un regalo por partida doble. Tanto para los miles de lectores malacostumbrados a una entrega anual o bianual con la firma del escritor triestino, como para el propio autor, quien cumple 80 años el miércoles 10 de abril próximo.

En el repertorio de Magris, Krems, tiempo circular —habrá que meditar y elegir con extremo cuidado la traducción al español del título, pues dará un matiz decisivo al conjunto— ocupa el decimotercer lugar en la lista de las obras narrativas, si se considera Instantáneas (2016), recuento de viñetas, estampas y apuntes aún no traducido a nuestra lengua, como prosas de ficción. En el registro integral del opus magrisiano, estaría entre el lugar 39 y 42, dependiendo de la cuenta que se lleve, sobre todo si se atienden los libros en coautoría y los publicados directamente en otra lengua, como Wer steht auf der anderen Seite?, aparecido bajo el sello de la Residenz Verlag en 1993, donde tan solo se recogió el discurso de apertura del Festival de Salzburgo del año previo, ofrecido directamente en alemán.

Tomando en cuenta la tesis de doctorado y primer gran libro de Magris como inequívoco punto de partida, hablamos de 56 años de trayectoria frente al público: El mito habsbúrguico en la literatura austriaca moderna apareció por primera ocasión en 1963, en una hermosa edición ilustrada de Einaudi que le ganó, casi por unanimidad, un lugar notable en la germanística internacional. Publicar esa monografía sobre la cultura literaria, la civilización, la mentalidad y el pulso estético de la Monarquía dual fue para su autor, como se lo escribió su maestro Cesare Cases, el haber modelado un Golem y echarlo a andar sin saber, bien a bien, lo que sucedería más tarde.

A lo largo de más de medio siglo de obras eruditas, innovadoras, de una curiosidad intelectual muy distinguida; de libros con diversa naturaleza, templados desde la columna que mantiene periódicamente en Il Corriere della Sera, pasando por novelas que han continuado y aumentado la dimensión épica de Danubio, como No ha lugar a proceder,para llegar a obras de teatro que son, en al menos dos casos, relatos escénicos, Magris ha construido muy diversos registros, puntos de vista y tratamientos en su escritura.

No es un asunto menor para la crítica, pues durante mucho tiempo se le consideró el gran experto en letras alemanas que había dado el salto de la academia hacia un tipo de ensayo de crítica cultural con abiertas intenciones narrativas, para luego convertirse en un novelista de episodios oscuros, perdidos u olvidados, de la historia centroeuropea. No le resulta nada fácil, a quienes se han ocupado de examinar el desarrollo de su obra, ubicar en un sitio estable o definido a un creador tan camaleónico como Claudio Magris.

Ernestina Pellegrini, una de las mejores conocedoras de su trayectoria, escribió un concienzudo prólogo al primer volumen de las Obras de nuestro autor, impreso en una edición exquisita en papel biblia por Arnoldo Mondadori. Allí, la estudiosa hizo apuntes muy lúcidos, de los cuales parafraseo sólo dos para estas líneas celebratorias. Primero, señalar que el triestino fue, durante la época que transcurrió entre la canonización de su tesis doctoral hasta la aparición de su excepcional biografía intelectual de Joseph Roth,Lejos de dónde, un novelista “reprimido”, de cierto modo un escritor que vivía en la semiclandestinidad. A partir de entonces, Magris pasó de practicar el ensayo —de suyo un antigénero, nutrido y contaminado con muchas formas literarias e incómodo para la industria editorial, las necesidades de catalogación de los libreros y las limitaciones de no pocos críticos ortodoxos— a desplegar estrategias narrativas más explícitas y ambiciosas.

Segundo: una vez que Magris coloca una idea, una historia o un personaje bajo la lupa, comienza un trabajo de búsqueda y sondeo que puede llevarle años o decenios. El tema aparece y reaparece en artículos, ensayos, ponencias. Transita de libro en libro, con diferente apariencia. Puede acrecentarse o volverse más preciso. En ocasiones desaparece por largo tiempo y regresa elaborado de manera definitiva. Cada versión o tratamiento forma parte de un mosaico mayor.

En ese orden de cosas, las colaboraciones que el autor de Danubio empezó a publicar a partir de 1959 en revistas italianas como Lettere Moderne, Lettere Italiane, Rivista di Estetica, Il Veltro o Umana, y luego sus esporádicas colaboraciones desde 1961 en Il Piccolo di Trieste y en la Gazzetta del Popolo, anunciaban que se convertiría, también, en un escritor que “ensaya” con la profundidad de un docto, pero con la garra de quien sabe estar escribiendo para seducir y ganar al lector de un periódico. Aun en el espacio corto, Magris era capaz, desde sus remotos pininos, de generar una tensión inevitable entre su prosa y sus lectores.

Krems, tiempo circular, comprueba esta hipótesis. Compila cinco relatos que tienen en común a la vejez, gran tema de la literatura triestina. Pero aquí no se trata, como en los grandes clásicos de Italo Svevo Senilidad o la obra teatral La regeneración (mejor dicho: El rejuvenecimiento), de una incursión en las sinuosidades anímicas de personajes y situaciones, su análisis, parodia o traducción a comedia.

Estamos otra vez más ante un Magris distinto pero reconocible en sus fuentes, más próximo a la literatura fantástica de tradición praguense, la de los Perutz y Hrabal, por supuesto, sobre los que ha ensayado varias veces, pero también muy cerca de Alexander Lernet-Holenia, a quien le dedicó un segmento del Mito habsbúrguico. Vale decir: estamos ante relatos donde las identidades, los escenarios y los tiempos son borrosas, imprecisas, indefinibles.

Estos relatos transcurren en periodos no sincronizados con fechas fijas. Tenemos a un viejo industrial; a un profesor de música; a un intelectual triestino que acaba de dar una conferencia sobre Kafka en Krems, diminuta población de Austria, la clásica “pequeña ciudad donde el tiempo se detuvo”, y quien después de una caminata nocturna por calles cubiertas de nieve se encuentra con una vieja, entrañable amiga…que jamás ha conocido.

Los personajes de Magris también se mueven entre épocas. Desplazados de un periodo histórico que pareciera haberse desvanecido hace muy poco, son la nostalgia de su nostalgia. Hay uno que es sobreviviente de la Primera Guerra Mundial y de la época de esplendor del imperio austrohúngaro, quien presencia el rodaje de una película dedicada a una historia en la que aparecen él y sus amigos. Es muy curioso este juego de espejos: apenas el 30 de enero pasado se estrenó el largometraje I nomi del Signor Sulčič, de la realizadora Elisabetta Sgarbi, donde actuaron Claudio Magris y su primo y amigo Giorgio Pressburger, ya fallecido, otro de los grandes escritores triestinos de nuestro cambio de siglo. Escribí intencionalmente “actuaron”, porque no se representan a sí mismos o aparecen de manera incidental, sino que interpretan a curiosos personajes de una especie de “road movie” de la memoria. Para no variar, un viaje en búsqueda de las propias raíces identitarias, a través de recuerdos personales y colectivos, entre espías nacionalsocialistas, fascistas, milicianos a las órdenes de Tito y caracteres con identidades verdaderas y falsas. Padres e hijos presuntos o verdaderos. Una cinta que Lernet-Holenia habría celebrado, sin duda alguna.

El tiempo de los relatos de Magris es curvo, convexo, torcido, sinuoso, redondo… nunca lineal. El pasado no es un país remoto. Es el único lugar que alberga aún cosas por descubrir. Para los ancianos protagonistas, no se trata únicamente de la “única patria recuperable” sino de un terreno incógnito. Esperanzador. Recuperar lo vivido y no vivido es la mejor manera de reinventarse. De perpetuarse. La memoria es la ficción más depurada, fina y legítima, piensa uno al leer estas páginas.

Krems es una ciudad de Baja Austria, muy cercana a Viena; carece de la fama internacional de Salzburgo, Linz, Klagenfurt o Graz. En su parcial anonimato, sus discretas dimensiones y sus secretos encantos, quedará asociada a partir de ahora a la comarca de lo fantástico. Celebremos que Claudio Magris cumpla 80 años entregándonos una de sus más sutiles e íntimas contribuciones a la exploración de ese territorio.