viernes, 28 de diciembre de 2018

Última entrevista dada por Amos Oz a El País (QEPD)

Amos Oz: “No he visto nunca un fanático con sentido del humor”

El escritor más reconocido en lengua hebrea publica 'Queridos fanáticos', un libro en el que condensa en forma de cuento lo que ha aprendido sobre la vida

JUAN CARLOS SANZ

11 MAY 2018 - 23:49 CEST

Parece el mismo de hace tres años, pero su voz se pierde a menudo en la grabadora entre el ronroneo de su gato ­Freddie. “Mi salud ya solo me permite viajar con la imaginación”, se excusa el escritor más reconocido en lengua hebrea. Amos Oz(Jerusalén, 1939) comienza una conversación con Babelia en su casa de Tel Aviv sobre los zelotes, extremistas y sectarios que prefieren observar un mundo complejo de la forma más simple, aunque termina reconociendo que su último libro, Queridos fanáticos, es en realidad un legado: “Se lo he dedicado a mis nietos. He concentrado lo que he aprendido en la vida, pero no de una manera abstracta, sino como un cuento”.

PREGUNTA. ¿Por qué ha recuperado discursos de hace tres lustros?

RESPUESTA. Es una revisión de mis conferencias de 2002 en Alemania. Hay una nueva aproximación. Lo más peligroso del siglo XXI es el fanatismo. En todas sus formas: religioso, ideológico, económico…, incluso feminista. Es importante entender por qué regresa ahora. En el islam, en ciertas formas del cristianismo, en el judaísmo…

P. Escribe sobre su tierra. ¿Oriente Próximo es la cuna del fanatismo?

R. Es una idea común, pero no creo que sea verdad. El auge del fanatismo y el racismo en Estados Unidos es mucho más peligroso. Existe fundamentalismo en Rusia y en el este de Europa. También es peligroso el fanatismo nacionalista en Europa Occidental.

P. ¿Compartimos ese pecado original?

R. Creo que hay un gen fanático en casi todos nosotros. Es la tendencia del ser humano de intentar cambiar a los demás. Les decimos a los niños: “Tienes que ser como yo”. Eso es muy común.

P. Usted razona sobre un fanatismo universal.

R. Cuanto más complejos se van haciendo los problemas, más y más gente está hambrienta de respuestas muy simples. Una fórmula que lo cubra todo. Pero muy a menudo se trata de mensajes fanáticos. Por ejemplo: “Todos nuestros problemas se deben a la civilización occidental”, o “nuestros problemas se deben al fundamentalismo islámico”, o “tienen su origen en la globalización” o “en el sionismo”…

P. Usted fue un muchacho fanático.

R. Un pequeño extremista, educado en una convención de nacionalismo y sionismo. “Los judíos tienen razón, nuestros enemigos están equivocados. Somos los buenos de la película y los otros son los malos”. Así de simple.

“Una nueva fragmentación de Europa no me hace feliz, pero si una mayoría del pueblo en Cataluña quiere vivir por su cuenta, lo hará”

P. ¿Cómo se cura el fanatismo?

R. Hay que tener curiosidad. Ponerse en la piel del otro. Aunque sea un enemigo. La receta es imaginación, sentido del humor, empatía. Pero no para contentar al otro. No soy como Jesucristo y no pido poner la otra mejilla. Lo mío es intentar imaginar qué hace al otro actuar de determinada forma.

P. Usted escapó de la atmósfera de su Jerusalén natal. ¿Es difícil no acabar siendo un fanático en esa ciudad?

R. Amo Jerusalén. Pero necesito mantener una cierta distancia. Es demasiado conservadora, en términos de ideología o religión. En Jerusalén casi todo el mundo tiene una fórmula personal para la salvación o la redención. Cristianos, musulmanes, judíos, pacifistas, ateos, racistas, todo el mundo.

P. Nació en un barrio que hoy es ultraortodoxo.

R. Entonces era de clase media baja. Había religiosos, pero también comunistas y algún anarquista. Y nacionalistas. Era un barrio interesante porque la gente discutía a todas horas.

P. ¿Una característica más bien jerosolimitana?

R. Es israelí, en general, aunque resulta más evidente en Jerusalén. Cualquier parada de autobús puede convertirse en un seminario académico. Completos desconocidos discuten de política, moralidad, religión, historia o sobre cuáles son las verdaderas intenciones de Dios. Pero nadie quiere escuchar al otro, todos creen tener la razón.

P. En el Estado judío, donde la religión es un signo identitario, ¿cómo vive un laico, un ateo?

R. Mi problema no es la religión, sino el fanatismo religioso. No es el cristianismo, sino la Inquisición. No es el islam, sino el yihadismo. No es el judaísmo, sino los judíos fundamentalistas. No es Jesucristo, sino los cruzados.

P. Un Gobierno ultraconservador en Israel, Trump en la Casa Banca, ¿una era propicia a la intransigencia?

R. La mayor parte del mundo se está moviendo rápido desde una perspectiva compleja a otra muy simplista. Pasa también en la izquierda radical.

P. El nacionalismo, el conflicto palestino, ¿no han condicionado esa visión en Israel?

R. Es natural. Cuando un maldito y cruel conflicto dura más de cien años hay heridas en ambos bandos. Oscuras imágenes del otro. Hay gente sentimental en Europa que cree que todo puede arreglarse charlando y tomando un café, con la idea de que en el fondo todo es un malentendido. Un poco de terapia de grupo y tan amigos. No. Hay conflictos que son muy reales. Cuando dos hombres aman a la misma mujer. O dos mujeres al mismo hombre. Eso no se puede solucionar tomando un café. El conflicto entre israelíes y palestinos es real.

P. ¿Hace falta un divorcio: dos Estados?

R. Básicamente es eso. La casa es muy pequeña. Tenemos que hacer dos apartamentos. Israel y, en la puerta de al lado, Palestina. Luego tendremos que aprender a decirnos “buenos días” en la escalera. Más tarde podremos ir de visita, a tomar café a casa del otro… Y hasta cocinar juntos: un mercado común, una federación o confederación…, pero antes hay que dividir la casa… En el fondo todos saben que la única solución posible es la de los dos Estados. Aunque no les gusta. Para palestinos e israelíes es como una ampu­tación, pierdes parte de tu cuerpo.

P. En Israel hay quien le cree un fanático de la fórmula de los dos Estados.

R. La otra solución solo funciona en Suiza. En Yugoslavia acabó en un baño de sangre. Hubo un divorcio pacífico en la antigua Checoslovaquia. ¿A quién se le ocurre que israelíes y palestinos deben acostarse juntos y hacer el amor y no la guerra? Después de un siglo de matanzas no es posible.

P. No parece que el liderazgo israelí muestre prisa por hallar una solución.

R. Ese es el corazón del conflicto, la falta de liderazgo. Nadie tiene el valor que tuvo [el presidente francés Charles] De Gaulle cuando concedió la independencia a Argelia.

P. ¿Ni los israelíes ni los palestinos?

R. Todo el liderazgo mundial. Por no citar también el de su país…

P. Precisamente iba a preguntarle…

R. No veo líderes valientes en Madrid o Barcelona. Una nueva fragmentación de Europa no me hace feliz. No entiendo por qué, pero si una mayoría del pueblo en Cataluña quiere vivir por su cuenta, lo hará. Puede que sea una gran equivocación, una tragedia para Cataluña y para el resto del país. No se puede obligar a dos personas a compartir cama si una de ellas no quiere.

P. O sea, como en Israel y Palestina.

R. Pienso en Checoslovaquia, fue complicado, pero no hubo guerra. Hasta Escocia quiere un Estado.

P. Entonces, ¿ahora vivimos una era de cobardes y fanáticos?

R. Es un tiempo de simplificaciones. La gente espera respuestas simples y ya no teme parecer extremista. Hace 80 años teníamos miedo de Hitler o Stalin.

P. Si la inmunización que supuso la II Guerra Mundial ya no surte efecto, ¿hace falta una nueva vacuna?

R. No quiero otro baño de sangre. Pero existe el riesgo: el fanatismo conduce a la violencia. Mi librito contiene un miligramo de vacuna: tolerancia y curiosidad. Sonreír de tiempo en tiempo, incluso reírse de uno mismo. No he visto nunca un fanático con sentido del humor.

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viernes, 16 de febrero de 2018

Las corruptelas del abuelo de Cervantes [archivos]

Las corruptelas del abuelo de Cervantes en Cuenca, donde fue teniente de corregidor

El licenciado Juan de Cervantes estuvo en Cuenca entre 1523 y 1524 pero dejó huella de su carácter, de sus tropelías y de su forma de administrar justicia

Esta semana en el espacio de Hoy por Hoy Cuenca ‘Así dicen los documentos’ con Almudena Serrano, la directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, hablamos de algo que es bastante desconocido. Ni más ni menos que la presencia en Cuenca del licenciado Juan de Cervantes, abuelo paterno de Miguel de Cervantes, el autor del Quijote, y que fue una figura de relieve y, también, con un carácter difícil.

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Las corruptelas del abuelo de Cervantes en Cuenca, donde fue teniente de corregidor

El licenciado Juan de Cervantes estuvo en Cuenca entre 1523 y 1524 pero dejó huella de su carácter, de sus tropelías y de su forma de administrar justicia

Los actores Rulo Pardo y Santiago Moler en la obra 'Rinconete y Cortadillo', sobre una de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes, dirigida por Alberto Conejero. / Invierno Cultural de Palencia

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CADENA SER

Cuenca

07/12/2017 - 16:27 h. CET

Esta semana en el espacio de Hoy por Hoy Cuenca ‘Así dicen los documentos’ con Almudena Serrano, la directora del Archivo Histórico Provincial de Cuenca, hablamos de algo que es bastante desconocido. Ni más ni menos que la presencia en Cuenca del licenciado Juan de Cervantes, abuelo paterno de Miguel de Cervantes, el autor del Quijote, y que fue una figura de relieve y, también, con un carácter difícil.

'Así dicen los documentos' en Hoy por Hoy Cuenca. / Paco Auñón

Sobre Juan de Cervantes, el abuelo del autor del Quijote, se han ocupado algunos autores, siendo uno de ellos Luis Astrana Marín, celebérrimo conquense, fundador de la Sociedad Cervantina, quien junto a otros historiadores dedicaron parte de su obra a publicar los documentos que se conservan en Archivos públicos sobre el licenciado Cervantes. Son, en total, unos 149 documentos de los que no se han conservado cartas y otros escritos suyos.


Por ejemplo, sabemos que debió nacer hacia 1477 pero nada concreto sabemos de sus primeros años ni de su juventud. Probablemente, su matrimonio con Leonor Fernández de Torreblanca tuvo lugar a finales del año 1503 o principios de 1504. De aquel matrimonio nacieron 4 hijos: Juan, Rodrigo (este segundo hijo fue el padre de nuestro más célebre escritor…), María y Andrés.

Juan de Cervantes fue abogado y desde el año 1500 conocemos que tuvo diversos cargos oficiales en Córdoba y que fue abogado del Real Fisco de la Inquisición en aquella ciudad. Luego, según leemos en los autores que han estudiado su figura, entre los años 1509 y 1511 fue teniente de corregidor en Alcalá de Henares, que era un puesto de importancia y prestigio en una ciudad, como mano derecha del Corregidor. Pocos años más tarde vuelve a estar en Córdoba, como Alcalde mayor interino y teniente de corregidor de ella.

Tenemos versiones diferentes del carácter del abuelo de Cervantes porque en unos documentos se le menciona como ‘el virtuoso señor licenciado Juan de Cervantes’ y en otros atisbaremos que los calificativos no le dejan en muy buen lugar, más bien, formando parte de una banda de oficiales que cometían tropelías con los presos y detenidos por la justicia.

Juan de Cervantes en Cuenca

En Cuenca estuvo desde el año 1523 a 1524, pero antes pasó por Toledo, en 1522. Aquí estuvo ejerciendo funciones de teniente de corregidor y de su paso por Cuenca hay testimonios bastante desfavorables para él.

Veamos primero cómo la fama que tuvo en nuestra ciudad tenía precedentes, según los testimonios publicados por Luis Astrana Marín y Rodríguez Marín.

Por un lado, el abuelo del manco de Lepanto fue un hidalgo respetado, que ocupó puestos importantes según hemos dicho y que tuvo una buena posición económica, precisamente por los dineros recibidos por sus funciones, pero la faceta opuesta nos revela un mal carácter que consta en los documentos en los que se refieren acusaciones contra él: denuncias por abuso en su cargo como juez y otras acusaciones por robo y apropiación de bienes de los detenidos, como ropa y muebles. Pero no sólo eso, sino que sus faltas, por supuesto, incluían faltas de respeto, gestos y palabras malsonantes y violentas.

Las acusaciones


Todo esto lo sabemos porque la parte ofendida no callaba, sino que denunciaba. Un ejemplo, que se puede calificar como mala broma, fue cuando un hombre, el licenciado Mariana, cuenta esto: ‘tomó la gorra de encima de la cabeza y me la arrojó por la plaza(…) y me dijo vellaco, villano y otras muchas injurias de que me tengo por injuriado’, todo ello sin motivos aparentes.

A otro le respondió, según el afectado, ‘con mucha furia’ lo siguiente: ‘Yo estaré aquí muchos años aunque os pese, y este tiempo que estuviere yo os malsinaré e yo os cizañaré todo lo que pudiere’. Y, según parece, otras muchas amenazas que vertió.

Y a un regidor de Cuenca le dijo: ‘Dexadle, que yo le haré tales cosas que renuncie a su regimiento’.

Por ejemplo, un tal Miguel Ruiz, que era de Cuenca, acusó al alguacil de Juan de Cervantes de que ‘le tomó una espada dorada que valía dos ducados, e, presso, lo llevó a la cárcel e lo puso tras la red, y el dicho Cervantes fue a la cárcel y mandó que le echasen un cepo a la garganta y una cadena al pie, y lo hizo estar así diez o onze días. Y después que le hizo quitar el cepo, lo ha tenido preso con grillos y cadenas hasta agora por tiempo de cuatro meses y medio, sin hacerle poner demanda ni acusación en todo este tiempo’.

Este es uno de los testimonios que recoge Astrana Marín en su obra y que es sobradamente elocuente de las artes que se gastaba el teniente de corregidor y de las órdenes que daba a los oficiales de justicia que le ayudaban en sus quehaceres.

Su versión

El tal Miguel Ruiz fue a prisión porque acabó con la vida del alguacil mayor de la ciudad y parece ser que el cepo que se le puso fue ‘por su contumacia de no querer responder’ ante el escribano que le tomaba nota de la declaración. Según Juan de Cervantes, si Ruiz fuera castigado como debiera, no fueran muertos a cuchilladas hasta hoy doce o trece alguaciles (…) En ninguna ciudad se han hecho tantos desacatos a la justicia como en ésta’.

Si hacemos caso a los expedientes judiciales que se conservan y a las palabras del licenciado Cervantes, podemos decir que el orden en la calle en Cuenca andaba bastante revuelto.

Tenemos el caso de Diego Cordido, que publicó el historiador Rodríguez Marín, en que este hombre se queja del tormento al que fue sometido por Juan de Cervantes ‘más con ánimo de hacerme daño e de atormentarme mis carnes que no con celo de administrar justicia’. Y así fue que Diego Cordido pidió veinte ducados que perdió por no haber podido trabajar en su oficio, y que Juan de Cervantes fuera castigado criminalmente.

Así, Juan tuvo que pagar los 20 ducados por haber prendido a Diego ‘sin que procediese información y teniéndole preso muchos días y haberle puesto a questión de tormento sin indicios’.

En todos los casos que hubo de acusaciones contra Juan de Cervantes, él siempre contestaba y en los fallos en su contra siempre apelaba. Según escribió otro autor que ha estudiado su figura, Krzysztof Sliwa, no se puede asegurar que no abusara o se beneficiara de los cargos que ejerció en determinadas ocasiones, como vemos reflejado que sucedía con las autoridades descritas por su célebre nieto, Miguel de Cervantes en sus obras. Aunque también es posible que el mal hacer de los alguaciles que tuvo le salpicase en muchas ocasiones.

Otro ejemplo

Uno de los conquenses afectados fue, Diego Cordido, que se querelló criminalmente contra el licenciado Cervantes, y que detalló así el suceso:

‘El dicho licenciado Juan me hizo subir a la cámara del tormento donde acostumbra atormentar los malhechores, y teniéndome allí así me hizo desnudar en carnes y tender en la escalera del tormento, y estando como estaba así puesto en la dicha escalera, yo le dije que ponía sospecha en el dicho licenciado Cervantes y en el alguacil mayor Lope Méndez, y en todos los otros oficiales de la justicia desta ciudad, y juré en forma la dicha sospecha, porque temía ser más agraviado por el dicho licenciado Cervantes por lo que de presente contra mí hacía’.

No obstante, sigue relatando que parece que, sin causa ni razón, el licenciado Cervantes, y estando desnudo el tal Diego Cordido en la escalera de tormento, lo hizo atar y le apretó con la mano muy fuerte los cordeles, y de la otra parte estiraba el alguacil, ‘usando amos a dos contra mí del oficio que usan los verdugos’.

Y continúa contando en ese documento lo siguiente:

‘Y aunque yo estando en el dicho tormento pedí y requerí al dicho licenciado Cervantes que no me despedazasen ni atormentasen ansí porque dijese mentira (…) y que, si alguna cosa dijere por miedo al tormento, que no sería verdad, y que si contra él procedían apretallo más en el tormento, que le harían decir del temor lo que nunca hobiese visto ni oído.

Y no obstante todo lo susodicho, el dicho licenciado Cervantes con su alguacil, más con ánimo de hacerme daño y de atormentarme mis carnes que no con celo de administrar justicia, me apretaron reciamente cada cual de su parte los dichos cordeles, hasta que me los lanzaron bien por la carne, de tal manera, que estuve muy muchos días malo y muy atormentado de mis miembros, que no podía hacer cosa ninguna ni me podía valer de dolor, y me duraron las señas que me hizo más de tres meses’. Este testimonio fue publicado por Luis Astrana Marín, junto con otros documentos cervantinos.

Este tal Cordido estuvo 3 meses en la cárcel de Cuenca y después gastó más de 20 ducados en trabajar y ganar en su oficio y otros 10 en curarse del daño que había recibido. Por consecuencia, requirió al juez que condenara al licenciado Cervantes ‘a las mayores y más graves penas en este reino y que no le acusaba maliciosamente al licenciado Juan, sino por obtener el cumplimiento de justicia’.

Además, y según apuntamos, parece que el licenciado Juan de Cervantes tuvo a una banda de criminales a su servicio que, aprovechando su oficio, y en más de una ocasión, en lugar de ejercer la justicia ocasionaban daños y actos delictivos. El caso es que en casi todos los procesos de residencia se actuaba no sólo contra Cervantes, sino contra los alguaciles que tuvo a sus órdenes.

En el Archivo Municipal de Cuenca se conserva un expediente por el que sabemos que a Juan de Cervantes se le sometió a juicio de residencia, que era un procedimiento judicial para averiguar cómo había ejercido el cargo. Según este documento, Pedro Enríquez, vecino de Cuenca, notificó al Corregidor:

‘Como contra el licenciado Cervantes, teniente que fue de corregidor de esta ciudad, están dados muchos e diversos capítulos e han puesto muchas demandas e se esperan muchas más contra él, como contra los alguaciles, e para esto son pocos días los que restan, que pide e requiere, luego otorguen petición en nombre de ciudad para que Su Majestad mande prorrogar la residencia a lo menos por otros treinta días para que los querellosos de la ciudad e tierra que aún no lo saben vengan a pedir justicia, e habiéndolo así harán lo que son obligados a buenos gobernadores que quieren que se haga justicia a los agraviados. En otra manera protesta de lo notificar a Su Majestad e desagraviar de ello para que lo manden proveer’.

Juan de Cervantes cambió de lugar de trabajo con frecuencia ¿Puede deberse este trasiego a ese carácter arisco y los problemas que derivaban en los lugares donde estuvo? Es probable. En todo caso, es cierto que esa inquietud y andanzas fueron así durante toda su vida, que no recaló en sitio alguno, algo que también sucedió con su hijo, Rodrigo, el padre del gran Miguel de Cervantes, y de este mismo, que no tuvieron residencia fija al uso de la época.


Texto original: http://cadenaser.com/emisora/2017/12/07/ser_cuenca/1512660424_924946.html?ssm=whatsapp