lunes, 13 de abril de 2015

Eduardo Galeano 1940-2015

Lo saludé una mañana en Oaxaca, incrédulo yo de tanta suerte. Caminaba por una de esas calles coloniales de piedras verdes, cuando me lo topé de frente. Era él, claro. No podía ser otro, a pesar de su baja estatura (me lo imaginaba grande como un gringo). Le dije "Maestro, soy un admirador suyo". Creo que no se esperaba tanta efusividad. En realidad, quería pasar desapercibido en una ciudad donde es frecuente toparse con estrellas de Hollywood vacacionando. Estaba con su esposa. Siguieron caminando por la acera, detrás de ellos había una pareja de venezolanos que hablaban de Chávez en aquel entonces, 2004 tal vez. Después, desaparecimos para siempre. Sólo me lo encontraba en la prensa pronunciándose a favor de Bolivia y su mar o deshuesando con un análisis la opulencia bárbara y cínica. Lo dije una vez, fue el historiador latinoamericano que mejor comprendió la historia de Bolivia, su tragedia y sueños de libertad.
Me sentí muy agradecido con él cuando sacó la cara por Bolivia el año 2003 durante la Guerra del Gas. Para quienes apenas habían escuchado hablar de Bolivia en su vida sintetizó en una frase el drama quienes luchabn en las calles pedregosas de El Alto, el porqué se oponían a que el escandaloso negociado del gas rematara con una salida por territorio que alguna vez había sido boliviano: "sobre la herida, la sal". 

Cuando Goni Sánchez dió gritos de alarma y se echó cenizas sobre la cabeza compadeciéndose por el trágico camino que había escogido Bolivia al rebelarse, Galeano replicó: "el capitalismo se ve al espejo y grita de espanto".


Que en paz descanse y que de Dios goze, maestro. Gracias. (FFO)

 

“Oriol Vall, que se ocupa de los recién nacidos en un hospital de Barcelona, dice que el primer gesto humano es el abrazo. Después de salir al mundo, al principio de sus días, los bebés manotean, como buscando a alguien.
Otros médicos, que se ocupan de los ya vividos, dicen que los viejos, al fin de sus días, mueren queriendo alzar los brazos.
Y así es la cosa, por muchas vueltas que le demos al asunto, y por muchas palabras que le pongamos, así es la cosa. A eso, así de simple, se reduce todo: entre dos aleteos, sin más explicación, transcurre el viaje”. -Eduardo Galeano, “El viaje”, Bocas del tiempo (Siglo XXI)

Tomado de palabrasaflordepiel: http://palabrasaflordepiel.com/2014/06/10/el-viaje-entre-dos-aleteos/

 

La muerte nunca mata del todo

Eduardo Galeano, una de las plumas más destacadas de la literatura latinoamericana murió hoy en su Montevideo natal. Amir Valle, escritor cubano, recuerda al gran Galeano.
Eduardo Galeano Eduardo Galeano
La muerte del escritor uruguayo Eduardo Galeano, autor de uno de los libros clásicos de las letras latinoamericanas: Las venas abiertas de América Latina, más que una muerte, parece una mala jugada tendida por alguno de esos muchos personajes siniestros que él caricaturizó en cualquiera de los tres tomos de ese otro clásico suyo: Memoria del fuego, sus agudas y poéticas viñetas sobre la realidad latinoamericana y universal.
A quienes lo conocieron les queda la sensación de que volverá a nacer en cualquier momento, como le sucediera al guerrillero salvadoreño Miguel Mármol en una de las historias más conocidas que este obrero de fábrica, dibujante, pintor, mensajero, mecanógrafo y cajero de banco devenido en escritor incluyera en el tercer tomo de Memoria del fuego: “El siglo del viento”, y seguro ahora mismo, allá en La Habana, en el D.F. mexicano, en alguna cantina de Montevideo, o en algún bar de Barcelona, Madrid o París, otros escritores lo rememoran contando su historia favorita: esos nacimientos que experimentó el salvadoreño Mármol tras sus muertes supuestas o inconclusas, pues quien estuvo aunque fuera una vez cerca de Galeano siempre se impactó por su vitalidad, su alegría, su irreverencia e, incluso a veces, su mal genio. ¿Cómo no esperar entonces que reaparezca, burlón, diciendo: “¡vaya tontos que se han creído ese chiste sobre mi muerte!”.
A pesar de sus posiciones claras de izquierda, Eduardo Galeano fue siempre un espíritu crítico. “La palabra política se ha manoseado tanto que significa todo y no significa nada. Entonces desconfío mucho de la etiqueta política”, dijo en cierta ocasión. Y siguiendo el cauce de esa mirada reflexiva que siempre tuvo hacia la realidad continental, y también hacia su propia contribución intelectual, entre los muchos polémicos momentos de su carrera como escritor el que más recientemente conmoviera al mundo fue precisamente su declaración sobre el libro que lo convirtió en un nombre imprescindible de las letras en lengua española con sólo 31 años de edad: Las venas abiertas de América Latina, una de las obras que los movimientos antimperialistas del mundo han tomado como referencia obligada para explicar la voracidad que se ha cebado contra las naciones latinoamericanas. “Intentó ser una obra de economía política, solo que yo no tenía la formación necesaria”, declaró al respecto. Y agregó: “No me arrepiento de haberlo escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada”.
Su amada Montevideo lo vio nacer el 3 de septiembre de 1940, y esa misma ciudad sería el escenario de sus primeros pasos en el mundo del periodismo y la literatura cuando a los 14 años comenzó a vender caricaturas políticas al semanario del Partido Socialista uruguayo El Sol, firmando como "Gius", su primer apellido.
Los cubanos lo recuerdan en la Casa de las Américas contando cómo, tiempo después, decidiría usar el apellido de su madre: Galeano, con el que se impuso en el mundo periodístico como Jefe de redacción del prestigioso semanario izquierdista uruguayo Marcha, o como director del diario Época, medios donde consolidó el ideario que lo llevaría a escribir con la mente puesta en develar las verdades que los colonialistas e imperialistas utilizaban para aplastar los sueños libertarios del continente. Lo recuerdan reviviendo cómo a partir de 1971 esa institución cubana le insufló el aire que necesitaba para escapar de la asfixia que provocara en él la censura contra su libro Las venas abiertas de América Latina.
Y cómo tras el golpe de Estado de 1973 que instauró la dictadura cívico militar de Juan María Bordaberry se radicó en Buenos Aires, donde continuaría su labor crítica en la revista Crisis, que tuvo que interrumpir por el golpe de Estado liderado por el general argentino Videla en 1976…, su llegada a España donde vivió exiliado hasta 1985, su regreso a su Uruguay natal, ya en democracia, donde fundaría el semanario Brecha y dio a la imprenta el que junto a El libro de los abrazos y Las venas… ha sido otro de sus fenómenos literarios más traducidos y de impacto en otras culturas: Memoria del fuego.
Y es que, aunque su prolífica obra periodística y literaria, lo convirtió en una presencia habitual en eventos, foros académicos y ferias internacionales de todo el mundo, su pasión por Cuba le hacía viajar, o estar en permanente comunicación con la isla, casi siempre a través de otro gran escritor cubano, el narrador Eduardo Heras León, a quien consideraba un hermano. En ese entorno, las tres últimas generaciones de escritores cubanos, muchos de ellos graduados del Centro Nacional de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”, fundado y dirigido por Heras León, pudieron compartir en numerosas ocasiones con Galeano sus historias, recibir sus enseñanzas, disfrutar de su contagiosa palabra.
En una entrevista concedida a la revista Ñ, cuando le preguntaron “¿Qué es la muerte para usted?”, contestó: “A veces me angustia. A veces le tengo miedo. A veces me resulta indiferente, y otras veces, las más frecuentes, creo que la muerte y el nacimiento son hermanos. Que la muerte ocurre para que el nacimiento sea posible. Y que hay nacimientos para confirmar que la muerte nunca mata del todo”.
Eduardo Galeano ha muerto, dicen las noticias, pero quienes lo conocieron repiten esas, sus palabras: “la muerte nunca mata del todo”.

http://www.dw.de/la-muerte-nunca-mata-del-todo/a-18378968


domingo, 12 de abril de 2015

Umberto Eco: ‘Internet puede haber tomado el puesto del mal periodismo’

Umberto Eco: ‘Internet puede haber tomado el puesto del mal periodismo’

En su nueva novela, ‘Número Cero’, el filólogo e intelectual italiano apunta al periodismo. En ella habla de la ‘máquina del fango’ o cómo se trata hoy la política, con base en sospechas y chismorreos
Umberto Eco. Foto: elpais.com
Umberto Eco. Foto: elpais.com
La Razón (Edición Impresa) / Juan Cruz - El País
00:00 / 12 de abril de 2015
Desde la atalaya de su experiencia, de las palabras, el pensamiento y la brillantez de sus reflexiones, el filólogo e intelectual italiano apunta al periodismo en su nueva novela, Número Cero. En ella habla de la “máquina del fango” o cómo se trata hoy la política, con base en sospechas y cotilleos. Una táctica que no es nueva, pero que internet ha convertido en más fácil, en más creíble. Eco traza la historia de un editor que monta un periódico que no saldrá, pero que le servirá para intimidar y chantajear a sus adversarios.
Umberto Eco tiene a la entrada de su casa de Milán, antes de su desfiladero de libros, el periódico de su pueblo (Alessandria, en el Piamonte), que recibe a diario. Cuando le pedimos fotos de su juventud fue a un ordenador, que es el centro borgiano de su aleph particular, su despacho, y halló fotos que lo llevan al principio mismo de su vida, cuando era un crío de pañales. Todo lo hace con eficacia y buen humor, y rápidamente; lleva en la boca, casi siempre, el tabaco apagado con el que seguramente huye del tabaco. Tiene una inteligencia directa, no rehuye nada, ni hace circunloquios. Acostumbrado a pesar las palabras, las dice como si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros. Ya tiene 83 años; ha adelgazado, pues lleva una dieta que lo alejó del whisky (con el que a veces almorzaba) y de otros excesos. Es uno de los grandes filólogos del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un éxito planetario, la novela El nombre de la rosa (1980), cuyo misterio, cultura e ironía asombraron al mundo.
Desde ese éxito no ha dejado de trabajar, como filólogo y como novelista, y desde entonces el profesor Eco es también el novelista Eco; ahora aparece (en numerosos países) con una nueva novela que le nace desde el centro de sus intereses ciudadanos: él se siente un periodista cuyo compromiso civil le ha llevado por décadas a hacer autocrítica del oficio; su novela Número Cero pinta a un editor que monta un periódico que no saldrá, pero cuya presencia le sirve para intimidar y chantajear a sus adversarios. ¿Puede pensarse legítimamente en que en ese editor está la metáfora de Berlusconi, el magnate de los medios en Italia?, le pregunté. El profesor dijo: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.
Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué?
Llevo escribiendo críticas del oficio desde los años sesenta, además de tener en el bolsillo el carné de periodista. Con Piero Ottone mantuve un buen debate polémico sobre la diferencia entre noticia y comentario. Escribir sobre cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde siempre.
Hay lectores que han encontrado en Número Cero el eco de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la gente olvida mañana lo que leyó hoy. De hecho, algunos me han alabado. Por ejemplo, hay quienes han aplaudido lo que escribo del desmentido en prensa, ¡y de eso escribí lo mismo hace quince años! Así que abordé el tema porque lo llevo conmigo. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de Foucault. Por entonces alguien me dijo que no era una buena metáfora, y la quité; pero, para Número Cero, me gustó esa idea, el agua que se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas al menos una gota. Me gustó esa idea, bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio (periodista clave en la trama de Número cero) sobre qué coche comprar, lo que escribo es un listado que hice en los años noventa cuando mismo no sabía qué automóvil quería...
La novela está llena de referencias al cinismo del editor que pone en marcha un periódico para extorsionar…
Para chantajear… Tenía en mi mente a un personaje de la historia de Italia, Pecorelli, que hacía una especie de boletín de agencia que jamás acababa en los quioscos. Pero sus noticias terminaban en la mesa de un ministro y se transformaban en chantaje. Hasta que fue asesinado. Se dijo que fue por orden de Andreotti u otros. Era un periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro. Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de “máquina del fango”.
¿En qué consiste?
En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela aparece un magistrado (que existió en realidad) sobre el que se lanzan sospechas, pero no se lo descalifica directamente, se dice simplemente que es estrafalario, que usa calcetines de colores… Es un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango.
El editor, el director del periódico que no llega a salir, dice a través de su testaferro: “Es que la noticia no existe, es el periodista el que la crea”.
Sí, naturalmente. Mi novela no es solo un acto de pesimismo sobre el periodismo de fango; acaba con un programa de la BBC, que es un ejemplo de buen hacer. Porque hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de otros. Muchos diarios se han reconocido en Número cero, pero han hecho como que estaba hablando de otro.
El periodista está retratado también como un paranoico en busca de historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla…
Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini… Siempre he dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más novelesca que la ficción. En La isla del día antes describo a un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es muy cómico, y la gente dijo: “Mira qué bonita la invención de Eco”. Pues era de Galileo, que también tenía ideas locas de vez en cuando y había inventado esta máquina para vendérsela a los holandeses. Si buceas en la historia puedes hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material para Número Cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Ningún narrador de la pesadilla y del horror ha conseguido jamás imaginarse una historia como ésta, y es verdadera. Y se la serví al personaje Bragadoccio, periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su crónica sobre la conspiración que se inventó.
Y usted no la inventó, claro.
Está en internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde pasa su historia. También en este caso de la iglesia todo es verdadero: he intentado dibujar una Milán secreta, con esas calles, esas iglesias, que albergan realidades que parecerían fantasías…
Hoy, la realidad y la fantasía tienen un tercer aliado, internet, que cambió por completo el periodismo.
Internet puede haber tomado el puesto del periodismo malo… Si sabes que estás leyendo un periódico como El País, La Repubblica, Il Corriere della Sera…, puedes pensar que existe un cierto control de la noticia y te fías. En cambio, si lees un periódico como aquellos ingleses de la tarde, sensacionalistas, no te fías. Con internet ocurre al contrario: te fías de todo porque no sabes diferenciar la fuente acreditada de la disparatada. Piense tan solo en el éxito que tiene en internet cualquier página web que hable de complots o que se invente historias absurdas: tienen un increíble seguimiento, de navegadores y de personas importantes que se las toman en serio.
En este momento ya es difícil pensar en el mundo del periodismo que protagonizaban, aquí, en Italia, gente como Piero Ottone o Indro Montanelli…
¡Pero la crisis del periodismo en el mundo empezó en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión, antes de que ellos desaparecieran! Hasta entonces el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior, por eso muchos se llamaban diarios de la tarde: Corriere della Sera, Le Soir, La Tarde, Evening Standard… Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías. Y ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?
Dígalo usted.
Tiene que convertirse en un semanal. Porque un semanal tiene tiempo, son siete días para construir sus reportajes. Si lees Time o Newsweek ves que varias personas han contribuido a una historia concreta, que han trabajado en ello semanas o meses, mientras que en un diario todo se hace de la noche a la mañana. Un periódico que en 1944 tenía 4 páginas hoy tiene 64, con lo cual tiene que rellenar obsesivamente con noticias repetidas, cae en el cotilleo, no puede evitarlo… La crisis del periodismo, entonces, ha empezado hace casi cincuenta años y es un problema muy grave e importante.
¿Por qué es tan grave?
Porque es cierto que, como decía Hegel, la lectura de los periódicos es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo lo había sabido la noche anterior. Como mucho, me leo un editorial o un artículo de opinión. Ésta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí no se sale!
¿De veras cree que no?
El periodismo podría tener otra función. Estoy pensando en uno que haga una crítica cotidiana de internet, algo que ocurre poquísimo. Un periodismo que me diga: “Mira qué hay en internet, mira qué cosas falsas se están diciendo, reacciona, yo te lo muestro”. Y eso se puede hacer. Sin embargo, se piensa aún que el diario está hecho para que lo lean unos señores viejos —ya que los jóvenes no leen— que además no usan internet. Habría que hacer un periódico que se convierta no solo en la crítica de la realidad cotidiana, sino también en la crítica de la realidad virtual. Éste es un posible futuro para un buen periodismo.
En su novela, un editor concibe un periódico que no va a salir, para dar miedo. ¿Es una metáfora de lo que sucede?
Y no solo. En Número Cero profundizo en la técnica del dossier. El chantaje consiste en anunciar una documentación, un informe. La carpeta puede estar vacía, pero la amenaza de que existe basta: cada uno de nosotros tiene un cadáver en el armario o a lo mejor ha tenido una multa por exceso de velocidad hace treinta años. La amenaza de la existencia de un dossier es fundamental. La técnica del expediente es como la técnica del secreto. Filósofos ilustres como Simmel y otros han dicho que el secreto más poderoso es el secreto vacío. Además, es una técnica infantil: el niño dice (burlándose): “¡Yo sé una cosa que tú no sabes!”. Decir que sabes una cosa que el otro no sabe es una amenaza. Muchos de los secretos están vacíos y por eso son mucho más poderosos. Luego vas a ver los verdaderos informes y solo son recortes de prensa. Se venden a un Gobierno y a los servicios secretos o a la Policía y son dossieres vacíos, llenos de cosas que sabíamos todos menos los servicios secretos.
Número cero es una novela de ficción, pero todo se puede verificar en la realidad…
Es el periodismo real del que hablo. Los periódicos especializados en la máquina del fango existen. No todos los diarios emplean esta máquina, pero existen los que la utilizan, y por una modesta suma de dinero te podría dar los nombres…
¿Y cómo se sale del fango?
Dando noticias acreditadas. Además, ¿qué es la máquina del fango? Normalmente se utiliza para deslegitimar al adversario y desprestigiarlo sobre cuestiones privadas. Quiero decir que en la época áurea si no te gustaba un presidente de Estados Unidos, ya fuera Lincoln o Kennedy, lo matabas; era por así decirlo un procedimiento honesto, como se hace en la guerra… En cambio, con Nixon y con Clinton se produjo una deslegitimación basada en cuestiones privadas. Uno incitaba a robar papeles, el otro hacía cosas con una chica en su estudio… Ésta es la máquina del fango. Podrías haber dicho, cosa que no ocurrió en Estados Unidos, que Kennedy se acostaba con Marilyn Monroe; la máquina del fango hubiera utilizado eso… A aquel juez de Rímini de mi libro (que como se dijo existió en otra ciudad) le pusieron encima la máquina del fango: llevaba calcetines estrafalarios, fumaba demasiado. En realidad, había dictado una sentencia que por aquel entonces no le había gustado a Berlusconi. Y lo que hizo la maquinaria del ex primer ministro fue buscar su desprestigio a través de episodios menores. Puedes deslegitimar a Netanyahu por lo que hace con Palestina. Pero si lo acusas, pongo por caso, de pedófilo, entonces ya no estarás funcionando con hechos, sino que estás poniendo en marcha la máquina del fango.
Frente a la máquina del fango…
Las pruebas, las noticias contrastadas. Para la máquina del fango es suficiente con difundir una sombra de sospecha o trabajar sobre un cotilleo menor. Al fin y al cabo, en Italia, Berlusconi fue puesto contra las cuerdas contando lo que hacía por la noche en su casa. Se podían decir de él, y se han dicho, cosas mucho más graves, sobre sus conflictos de intereses, por ejemplo. Pero eso dejaba al público indiferente. Y en cuanto se probó que iba con una menor de edad entonces se le puso en dificultades. ¡Como ves, hasta defiendo a Berlusconi! Él ha sido vencido a partir de revelaciones sobre su vida privada más que por noticias sobre hechos verdaderos y otras cosas de las que es responsable.
Cita en su libro la Operación Gladio en relación con sucesos ocurridos tras la Guerra Mundial. Entran ahí hasta las sospechas sobre la autoría de la matanza de los abogados de Atocha. Aquella sombra de la extrema derecha ahora vuelve al mundo con los atentados islamistas. ¿Qué opina de este momento otra vez sangriento, protagonizado esta vez por terroristas yihadistas?
Es como el nazismo: pensaba restablecer la dignidad del pueblo alemán matando a todos los judíos. ¿De dónde nace el nazismo? De una profunda frustración. Habían perdido una guerra y es en los momentos de grandes crisis cuando el cacique del pueblo puede congregar a la opinión pública alrededor del odio hacia un enemigo. Ocurre ahora con el mundo musulmán: tres siglos de frustración, tras el imperio otomano, tras el imperialismo, surge esa frustración en forma de odio y de fanatismo…
¿Y cómo se lucha contra eso?
No lo sé. Estaba muy claro cómo se podía luchar contra el fanatismo nazi porque los nacionalsocialistas se encontraban en un territorio identificable. Aquí la cosa es más compleja.
¿Tiene miedo?
No por mí: por mis nietos.
Usted ha escrito un libro en el que un periódico del fango da batallas sucias sin salir a la calle… ¿Concibe que un día no haya periódicos?
Es un riesgo muy grave porque, después de todo lo que he dicho de malo sobre el periodismo, la existencia de la prensa es todavía una garantía de democracia, de libertad, porque precisamente la pluralidad de los diarios ejerce una función de control. Pero para no morir, el periódico tiene que saber cambiar y adaptarse. No puede limitarse solamente a hablar del mundo, puesto que de ello ya habla la televisión. Ya lo he dicho: tiene que opinar mucho más del mundo virtual. Un periódico que sepa analizar y criticar lo que aparece en internet hoy tendría una función, y a lo mejor incluso un chico o una chica jóvenes lo leerían para entender si lo que encuentra online es verdadero o falso. En cambio, creo que el diario funciona todavía como si la red no existiera. Si miras el periódico de hoy, como mucho encontrarás una o dos noticias que hablan de internet. ¡Es como si los rotativos no se ocuparan nunca de su mayor adversario!
¿Es su adversario?
Sí. Porque lo puede matar.