viernes, 21 de agosto de 2015

Una universidad de la Patria Grande

EL PROYECTO DE CREACION DE UNA CASA DE ESTUDIOS COMPARTIDA POR PAISES DE LATINOAMERICA

Una universidad de la Patria Grande

Con el objetivo de generar una institución focalizada en los intereses comunes de América latina, la propuesta es impulsada por la Unpaz como parte de las políticas de integración regional.
Una universidad latinoamericana sostenida por redes sólidas de cooperación entre académicos e instituciones de los diferentes países, compuesta por centros diseminados a lo largo y ancho del territorio, pero hilvanados por un mismo propósito: trabajar con la mira fija en los intereses regionales y construir un andamiaje común que funcione como un escudo frente a las presiones externas. Una reivindicación histórica, pero también una decisión estratégica. De eso se trata el proyecto de creación de una universidad de la Patria Grande, impulsado por el rector de la Universidad Nacional de José C. Paz (Unpaz), Hugo Trinchero, que convocó en esa casa de estudios a académicos, periodistas, funcionarios y candidatos al Parlasur para comenzar a debatir la iniciativa.
Trinchero enmarcó la iniciativa en las políticas de integración de los gobiernos populares de la región y señaló como hito la IV Cumbre de las Américas, celebrada hace diez años en Mar del Plata, donde los presidentes latinoamericanos le dijeron no al ALCA, “no a un proceso de integración subordinado a los deseos del imperio, a las lógicas mercantiles, a las lógicas del capitalismo financiero predominante”. “Queremos reivindicar ese posicionamiento como cambio de paradigma en la integración latinoamericana, porque modelos de integración latinoamericana hemos tenido a lo largo de toda nuestra historia, el asunto es desde qué lugar pensamos la integración”, manifestó el rector de la Unpaz.
Trinchero consideró que las universidades “tienden al autocentramiento” y señaló que el proyecto de una universidad de la Patria Grande, que podría llamarse UNasur, aspira a “traccionar” a aquellos académicos, científicos, cátedras, laboratorios y departamentos, cuyo horizonte hoy se encuentra al interior de los muros de la universidad, hacia los intereses comunes de América latina, así como a virar la mirada depositada en los grandes centros académicos europeos o estadounidenses hacia el propio territorio. “Nuestra propuesta epistemológica debería ser la formación políticotécnica de cuadros para este nuevo espacio que es América latina. Debería sostenerse en una matriz de conocimiento anclada en la recuperación y profundización de saberes, experiencias y demandas propiamente latinoamericanas”, apuntó Trinchero.
“La integración regional no es que es importante ni que está de moda, es imprescindible. Si no avanzamos en la integración regional, va a ser muy difícil, por no decir imposible, que alcancemos niveles de desarrollo sustentable, de equidad, de bienestar, de igualdad y de libertad para nuestros pueblos”, levantó la apuesta Jorge Taiana, candidato al Parlasur del Frente para la Victoria, en la reunión que se llevó a cabo la semana pasada en el auditorio Próceres Latinoamericanos de la Unpaz. El ex canciller consideró que, para tener “peso y voz” en un mundo “que se va volviendo multipolar, con traslado de hegemonías”, es imprescindible contar con una mayor sintonía entre países vecinos. Una sintonía que reviste numerosas aristas y que implica, por ejemplo, avanzar en el pasaje de la generalidad de los acuerdos a la toma de decisiones coordinadas y el diseño de políticas específicas. “Hay un aspecto en donde nosotros ya hemos avanzado. Hemos avanzado en la identidad cultural: la noción de Patria Grande, de identidad latinoamericana, el hecho de que los otros nos ven como algo con especificidad. Eso está. Lo que tenemos que hacer es pasar de la filosofía o de la política de la liberación a las políticas específicas que desarrollen la integración. Eso tiene una parte de conocimiento y de investigación, y ése es el sentido de las universidades, que tienen el objetivo de producir y transmitir conocimiento”, añadió.
Los participantes en el encuentro se refirieron al antecedente más directo de la iniciativa, la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (Unila), creada en 2010 por impulso del ex presidente brasileño Lula da Silva y situada en la ciudad fronteriza de Foz de Iguazú. De todos modos, aclararon que el proyecto apunta a superar esa primera experiencia, que está sustentada por el esfuerzo solitario de Brasil. Para los propulsores de la universidad de la Patria Grande, se debe pensar en un “esquema más flexible, más ágil” de integración, apoyado de manera conjunta por las diferentes naciones. “No queremos repetir la experiencia de la Unila, que es sin duda valiosa, sino aportar más al concepto de red: una red de universidades que estudien y trabajen sobre políticas específicas para la integración”, resumió Taiana.
Trinchero hasta esbozó la estructura primigenia en que podría basarse la UNasur. La intención es que esté conformada por “centros concentradores temáticos”, ubicados en los distintos países, que podrán contar con una o más facultades o institutos. Cada centro se especializará en algún tema, como política energética, salud o industrias culturales. La agenda de problemáticas y, por ende, los cursos y carreras a desarrollar, surgirán de los requerimientos y prioridades propuestos por los respectivos gobiernos nacionales. En consonancia con las presidencias pro témpore de la UNasur, el rectorado podría tener una localización rotativa.
El encuentro contó con una presencia variada, entre quienes estuvieron la candidata al Parlasur del FpV, Cecilia Merchán; el secretario Legal y Administrativo del Ministerio de Economía y vicerrector de la UNpaz, Federico Thea; la periodista de Página/12 Sandra Russo; el rector de la Universidad Nacional de Quilmes, Mario Lozano; la rectora de la Universidad Nacional de General Sarmiento, Gabriela Diker; la vicerrectora de la Universidad Nacional de San Juan, Mónica Coca, y representantes de otras universidades nacionales. El objetivo primordial fue que el debate se avivara a partir de este primer encuentro y que pudiera organizarse prontamente una segunda reunión, ya con presencia de representantes de universidades de otros países de la región.
Informe: Delfina Torres Cabreros.

http://www.pagina12.com.ar/diario/universidad/10-279824-2015-08-21.html

domingo, 28 de junio de 2015

La historia de Nora Lezano con el rock

NORA LEZANO

TE VI

Tapa radar
Desde hace veinticinco años, la historia de Nora Lezano con el rock y sus protagonistas –estrellas distantes, cercanas, oscuras o luminosas– pasa por la mirada y el foco de alguien que se reconoce más como retratista que identificada con un afán documental, una fotógrafa interesada en entablar un diálogo y una relación que trascienda los límites profesionales, pero sin sacar los pies del plato del oficio, la tarea diaria y artesanal. En esos bordes, Lezano se convirtió en la fotógrafa predilecta de Charly García, Fito Páez, Gustavo Cerati, y además hizo pasar frente a la lente de su cámara a casi todos los protagonistas del rock nacional, de Luis Alberto Spinetta a su hijo Dante, de Fabiana Cantilo a María Fernanda Aldana, de Divididos a Andrés Calamaro, de Francisco Bochatón a María Gabriela Epumer. Ahora, la muestra Fan, montada en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, resume en 400 fotos extraordinarias un mundo de historias que anudan la época que va de 1990 a la actualidad, de la vida íntima de los backstages a los escenarios, de la imagen auténtica a la verdad del artificio.
cerati y garcía, 21-12-99.
Por Mariana Enriquez
En 1990, Nora Lezano asistió a su primer y último curso de fotografía. Un día, cuando iba a clase, el colectivo en el que viajaba paró en el semáforo de Cabildo y Lacroze. Y, por la ventanilla, ella vio a Richard Coleman cruzar la avenida. Le pidió al chofer que le abriera la puerta y bajó. “Tenía la cámara conmigo. Era super fanática de Fricción y Soda Stereo. Seguí a Richard un par de metros hasta que paró en un teléfono público y le pedí una foto.” El accedió.
Es la primera foto que Nora Lezano le sacó a un rocker y el inicio de un hilo invisible de complicidad, camaradería y seducción que se extendió durante 25 años –y que continúa, aunque su relación con el mundo nocturno, intenso y exigente, doloroso y volátil del rock sea ahora más distante y ella prefiera retratar rockers casi exclusivamente como un encargo, como su trabajo–. Como fotógrafa y ya no tanto como parte, familia, presencia constante.
Esos 25 años, la historia de Nora Lezano con el rock, están resumidos en 400 fotos y reunidos en la muestra Fan, montada en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta. La muestra es deslumbrante. La primera foto es la habitación de una fan en Santa Catalina, Jujuy; un prolijo cuarto de adolescente que grita años 90 en sus posters de Leo Di Caprio, las Spice Girls, Thalía. A su lado, parte de la memorabilia que Nora fue juntando durante más de dos décadas: fotos de púas ampliadas, de colores, todas frente a un recorte de la revista Gente enmarcado que dice “‘¡Menuditis!” y donde Nora niña, a los 12 años, está pasmada de amor por Menudo en la puerta del teatro Premier, con esa devoción púber inmortalizada en ojos atentos, ojos que pronto querrían mucho más.
Se viene diciendo desde hace tiempo que Nora Lezano es la Nan Goldin argentina, una comparación perezosa que a ella le resulta, más bien, extraña. “Adoro a Nan –dice–, pero mi trabajo no tiene nada que ver con el suyo. Sí, esta gente, estos músicos, fuero mi entorno durante años y algunos eran y son mis amigos. Pero yo pongo un flash de vez en cuando. Yo no tengo el estilo de pulsión documental que tiene ella. Yo soy, ante todo, una retratista.” Cuando piensa en influencias, en referentes, piensa en otra mujer, casi el opuesto de Goldin: Annie Leibovitz, nombra, y habla de la relación que la fotógrafa de Rolling Stone establece con sus retratados, de la confianza, de sus deliciosos backstage. También menciona el despojo de Anton Corbijn, la profundidad de Alberto García-Alix y los blanco y negro de Hedi Slimane. También puede agregarse a Bob Gruen, amigo de músicos, testigo cuando sus bandas favoritas tocaban para cinco, el elegido de Lennon, que lo subió a una terraza con la remera que decía New York City. Pero Nora Lezano es distinta. Más competente que Bob Gruen en el aspecto técnico, más casual que Leibovitz, más juguetona que Corbijn, menos trágica que García-Alix. Todas sus fotos están atravesadas por una relectura de ese concepto de “fan”. Si fan es el que admira pasivamente, en la mirada de Lezano, el fan es otra cosa. Es el que pide. El que propone. El que dice “no me aburras porque me voy”. El que se queda porque quiere ser seducido. Y en esa seducción, juguetona, accidental, aparece una forma de ver que define a los fotografiados en un intercambio donde la que empuña la cámara es la que propone. Es cierto: Charly García, el mas fotografiado por Lezano (“¿tendré cientos de miles de fotos suyas? Capaz”, dice) también dispone según su humor, pero la que construyó a ese ser delgado debatiéndose entre el genio y la autodestrucción, ese vampiro en la torre del Say No More es Nora. Charly en blanco y negro con gorra de lana, por una vez sereno; sus pies de ave predadora; su tristeza con un ramo de jazmines en la mano; la mugre de su cama y sus piernas cruzadas, delgadas como lápices. El se muestra para ella dentro de un carrito de supermercado, en el balcón, y le pide que lo pasee: madre y amiga, pero también –y fundamentalmente– una mirada que, cuando hace falta, es insistente y delata disciplina. “La gente se impresiona mucho con la muestra y algunos, conocidos y desconocidos, me dicen ‘gracias’. A mí me emociona. Pero cuando me hablan de la ‘impresión’ me pregunto qué será. Y pienso: no pueden creer que yo hago lo que quiero con ellos. Que les hago hacer cosas. No pueden creer ese poder. Se asombran, dicen ‘¡hasta dónde llegó!’ Yo por ahí me intimido, pero no lo demuestro o me sobrepongo; y es cierto, los llevo adonde quiero. Por eso también lo de ‘fan’, que es estrictamente cierto, también es irónico. Yo estudié biología y empecé a fotografiar como fan de verdad. De ir a los shows. De escaparme de la escuela para ver pasar por la vereda a Cerati. Con la carpeta y el cuarto lleno de fotos. Lo que pasó después fue de Cenicienta: entré en ese mundo. Fue increíble. Yo era una admiradora. Pero cuando empecé a fotografiar siempre pedí más y mejor.”
En ese vínculo hay honestidad, respeto y desfachatez. En Fan, la muestra, también hay una mezcla que habla de amplitud: un poema de Vicente Luy, fotos del club de fans de Vilma Palma & Vampiros, Robi Draco Rosa en colores cálidos con el humo del cigarrillo sobre la piel morena, Dee Dee Ramone en el patio de una casa a las afueras de La Plata con su novia adolescente sentada en su falda –Barbara Ramone, que parece un muchachito prerrafaelista–, un rincón con backlights de negocios bautizados Litto Nebbia o Queen, un video de Nora tocando en la guitarra la intro de “De música ligera” y uno lo ve y piensa “pero qué bien toca, qué idéntica a la versión original” y de pronto se revela la magia: detrás suyo hay una cortina negra que oculta a Gustavo Cerati, las manos son de él, que al tocar la tiene abrazada. Los dos saludan con una reverencia después del truco, sonrientes. Fotos de Liliana Herrero en una casa abandonada, de Pity en un cementerio de autos, de Charly García y Gustavo Cerati abrazados, muertos de risa, de María Fernanda Aldana con los ojos en blanco y dientes de vampiro de papel metalizado, un crepuscular Nito Mestre, una soleada Fabiana Cantilo, León Gieco inflando un globo con gorro de cumpleaños, Gustavo Cerati con sus dos hijos Lisa y Benito, Charly con Migue en el balcón antes de la tormenta personal que los separó, Gato Azul, el hijo de Miguel Abuelo, en un cuarto despojado con el colchón en el suelo y la mirada llena de melancolía. Hay un desnudo sin vanidad de Andrea Alvarez: parece más desnuda todavía porque su híper melena afro está peinada en un suave lacio y su pubis se continúa en un bombo. Hay un desnudo de espaldas de Francisco Bochatón que lo define: siempre a flor de piel, tratando de alcanzar algo, perseguido por su sombra. Lou Reed y Laurie Anderson están inmensos y fuera de foco; Patti Smith sonríe, achinada; Charlie Watts le da la mano a De la Rúa. Hay una foto de Caetano Veloso sentado en una playa carioca. El periodista Daniel Riera cuenta que mientras él discutía con los jefes de prensa porque querían hacer fotos sólo en el hotel –para qué traer un fotógrafo de Argentina si no se puede salir de un hotel idéntico a cualquier otro–, Nora callaba. En eso llegó Caetano; ella se le acercó y le preguntó: “¿Vamos a la playa?”. Fueron. Los prenseros, silenciados. Nora no conocía a Caetano. Apenas había escuchado un disco suyo. ¿Qué desafía y qué desarticula esta mujer? Hay cuestiones de la empatía y la intuición que no puede ser explicadas. En otro de los rincones, casi perdido, un video con imágenes de backstage y noche pero también de día: son todas fotos de Nora en situaciones de amistad, diversión y cansancio, de gira con músicos amigos y no tanto: se la ve de pelo largo, jovencísima, y también más recientemente, con su corte radical y su estilo de fashion icon. La besan, la estrujan, la abrazan; hay protoselfies y selfies contemporáneas en ascensores y baños y mesas de bar; pero también hay mates y perros y espejos donde los músicos se maquillan y ella corrige algún defecto; está con los Divididos en la nieve y con León Gieco en la Antártida y en La Quiaca. Está trasnochada y está feliz. Ellos también.
Es imposible enumerar estas 400 fotos y que incluyen algunas colgadas como posters Pagsa, con la posibilidad de hojearlas y elegirlas como posters: ahí hay imágenes tan recientes como las de Acorazado Potemkin o Los Rusos Hijos de Puta, que fueron publicadas en este suplemento hace apenas meses.
“Tuve que abrir negativo por negativo, desde el rollo 1, para esta muestra”, dice Lezano. Se intuye que fue un trabajo absorbente y también movilizador: en las paredes de la muestra hay amigos queridos que están muertos, María Gabriela Epumer, Gustavo Cerati, Luis Alberto Spinetta. Pero el criterio de selección, explica, no fue emocional: “Elegí buenos retratos. Yo retrato gente. Yo no soy muy buena en el vivo y por eso hay pocas fotos de shows y la mayoría son, diría, logros: Nick Cave, Bowie, Cobain. Son convencionales y soy fan de ellos: tenían que estar. Pero elegí una de Leandro Fresco porque la luz me parece una maravilla; o una de Barbi, de Utopians, porque el movimiento de su pelo traza un arco exótico. Cuando decidí mostrar estos 25 años con el rock lo primordial fue eso: decir soy fotógrafa, quiero que la gente que ve fotos de rock vea calidad. No la pavada del camarín, de todos abrazados: nunca mostraría esas fotos. Lo social no me interesa. Son un documento, sí, tienen su lugar. Pero yo quise otro criterio”.
Un criterio donde no importa tanto la naturalidad como la verdad del artificio; donde el respeto es darles a los retratados la mirada de un artista, que es honesta y que construye un vínculo desde una admiración que no obnubila. En estas fotos, en el trabajo de Nora Lezano, la noción de autenticidad –tan cara al rock y tan dañina– está hermosamente borroneada: hay actuación en la intimidad, hay construcción desde el juego y el afecto, hay una mirada implacable que aprendió a fotografiar en este ambiente pero no se resignó a la complacencia ni a la demagogia. Los dirigió con un carisma inexplicable, con su raro talento que se mezcla con la habilidad de saber callar y saber decir, y consiguió verlos como nadie. O, pensándolo bien: consiguió verlos como la mejor.
Fan se puede visitar hasta el 26 de julio en la sala Cronopios del CC Recoleta, Junín 1930.
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-10710-2015-06-28.html

martes, 2 de junio de 2015

Chico Buarque ‘Cuando escribo no escucho música’

Chico Buarque ‘Cuando escribo no escucho música’

Chico Buarque. Foto: cartunistasolda.com.br
Chico Buarque. Foto: cartunistasolda.com.br
La Razón (Edición Impresa) / Antonio Jiménez Barca - El País
00:00 / 31 de mayo de 2015
Es uno de los más grandes de la de la música popular brasileña. Y un destacado escritor. Facetas que alterna desde hace muchos años. En Río de Janeiro desgrana la historia de su propia familia, del hermano alemán que nunca conoció, su juventud y su oposición a la dictadura. Aspectos que trata en su nueva novela, El hermano alemán (Mondadori), recientemente publicada en español.
¿Cuándo se enteró usted de que tenía un hermano?
En 1967, a los 23 años. Vinicius de Moraes, Tom Jobim y yo fuimos a visitar al poeta Manuel Bandeira a su casa. Hablando de esto y de lo otro, Bandeira preguntó por mi padre: “¿Qué, cómo está Sergio? ¡Ah!, Cuánto tiempo hace que no lo veo, vivimos tantas cosas juntos… Se fue a Alemania, tuvo aquel hijo…”. Y ahí soltó eso.
¿Y qué hizo usted?
Pues le dije: “Pero ¿qué hijo?”. Y Vinicius replicó: “¿Pero tú no lo sabías, lo del hijo?”. Y yo: “Pues no”. Yo no sabía nada, era un secreto de familia. Después hablé con mis hermanos y con mi padre, pero había siempre una barrera a la hora de preguntar. Escribiendo este libro me he cuestionado por qué no le interrogué más. Pero existía un reparo, un impedimento, yo sentía cierta incomodidad con el tema.
Y siguió investigando, incluso la editorial contrató a dos detectives para que le ayudaran.
No, no, no eran detectives. Eran historiadores. Descubrieron que mi hermano se llamaba Sergio y que había sido adoptado por la familia alemana Günther. La verdad es que cuando comencé a escribir el libro tenía muy poca información. Tampoco la precisaba. Ni siquiera pretendía encontrarlo. La historia no iba por ahí. Pero pasó que, mientras lo escribía, uno de mis hermanos encontró en un cajón unos documentos que contenían datos para tirar del hilo.
Y así se enteró de que su hermano había sido cantante…
Sí, en Alemania Oriental había sido muy conocido, como cantante y presentador de televisión. Cuando me enteré de que había sido cantante, sentí una emoción muy fuerte. Y  cuando oí un disco suyo me di cuenta de que tenía la voz grave de mi padre. Porque a mi padre le gustaba mucho cantar. Y sonaba igual. En Alemania me contaron que mi canción A banda había sido traducida y era muy conocida en Alemania Oriental. Así que no es extraño que mi hermano sí que me oyera a mí cantar. Es una manera de haberme conocido un poco, ¿no?
En el libro el protagonista, parecido a usted, roba coches para divertirse. ¿Usted lo hacía?
Sí. Yo iba entonces con una pandilla de adolescentes del barrio, eran los tiempos de James Dean, del rock and roll, de una juventud un poco rebelde. Así que nuestro deporte era robar coches, circular en ellos por la ciudad y luego dejarlos en el fin del mundo. Y fui al calabozo por eso una vez. La Policía me dio para el pelo. Pero, bueno, eso yo ya lo he contado.
Paralelamente, era muy buen lector, ¿no?
Cierto. Yo diría que, antes de ser músico, quería ser escritor. Hasta que apareció la música en mi vida y me embarqué en ella. Pero la idea de dedicarme a la literatura no la abandoné. En los setenta publiqué mi primera novela, en los ochenta la segunda. Desde entonces alterno las dos cosas. Cuando hago una no hago otra porque consumen mucho. Cuando estoy escribiendo ni siquiera oigo música.
¿Son actividades tan diferentes?
Para mí, sí. Mucho. Y eso que mi escritura está muy influida por mi música, trata de llevar cierto ritmo musical. Además, hay que alternar las dos cosas porque, por lo menos en Brasil, es muy difícil que un escritor viva de la literatura. Los escritores trabajan de funcionarios, profesores, periodistas… Y todo esto está tan lejos de la literatura como la música. Ser periodista, por ejemplo, no le faculta a usted a escribir literatura.
Se dice que cada vez escribe más y compone menos.
Compongo menos que a los veinte. Es normal. La música popular es más un arte de juventud, con el tiempo ya no fluye con la abundancia de aquellos años. Tengo que esforzarme más, buscar más. Al principio tienes un millón de ideas, todo lo que te rodea sirve para hacer una canción. Después, todo se va volviendo más insípido, menos inspirador.
¿Aún sostiene que lo mejor de un concierto es cuando se acaba?
(Se ríe) No me gusta mucho dar conciertos, no, pero los tengo que hacer. Cuando lanzo un nuevo disco, sí que me dan ganas de ir por ahí y cantarlo en público. Además, eso hace que después pueda pasar dos años escribiendo. Si no, me arruinaría.
¿Por qué la música brasileña es tan conocida y la literatura no?
Puede que sea porque es peor, pero no lo creo. Es verdad que, por ejemplo, el argentino es un pueblo más literario que el brasileño. Y también que los literatos brasileños juegan con una desventaja, porque el portugués es más desconocido. Y la riqueza musical brasileña es fácilmente exportable, no necesita traducción.
Y al revés, ¿por qué la música brasileña es tan apreciada?
Porque, principalmente después de la bossa nova, tiene la influencia negra, es hija de la samba, pero con un toque del jazz, un toque armónico. Además, tiene influencia de los grandes compositores de la música clásica. Tom Jobim, nuestro gran maestro, era un conocedor profundo de Chopin y de Debussy entre otros muchos. Todo eso está en nuestra música, junto a los boleros cubanos y los ritmos mexicanos. El brasileño no excluye, asimila. El resultado es complejo, rico y único.
¿Cómo era ese mundo? ¿Cómo era convivir con Jobim, con Vinicius?
¡Ah! Ellos… eran, sobre todo, grandes amigos. Yo comencé a emocionarme de verdad por la música, a decidirme a hacer canciones seriamente a partir del tema Chega de saudade, compuesto por Tom Jobim y Vinicius e interpretada por João Gilberto. Les tenía en un altar. Conocía ya a Vinicius porque era amigo de mi padre, pero, para mí, era como hablar con un monumento. Así que la primera vez que me vine a Río a hablar con Tom Jobim, imagínese, era un sueño. Con el tiempo fueron mis amigos, mis socios, hice muchas canciones con ellos, fui aceptado en ese grupo selecto de la música popular brasileña.
Usted siempre ha tenido una posición política clara. Se opuso a la dictadura y ha apoyado a Lula y a Dilma Rousseff.
Yo tomo partido y no tengo ningún problema en proclamarlo. Siempre he apoyado al Partido de los Trabajadores: ahora a Rousseff y antes a Lula. A pesar de no ser miembro del partido y a pesar de tener mis desavenencias y de votar a otros candidatos y otros partidos en elecciones locales. Pero desde siempre he sabido que el problema de este país es la miseria, la desigualdad. El PT no lo ha resuelto todo, pero lo ha atenuado.
¿Y cómo ve la situación actual?
Muy confusa, la crisis económica es fuerte. Hay que tomar medidas impopulares. Al mismo tiempo, la oposición es muy dura. Y luego hay una ola de manifestaciones que, a mi juicio, no tienen un objetivo concreto o claro. El objetivo no es Dilma, sino Lula; tienen miedo de que Lula se presente de nuevo.

domingo, 24 de mayo de 2015

These are the six books Bill Gates thinks you should read this summer

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PhotoEspaña una mirada a Latinoamérica

La luz y el enfoque latinoamericano

PhotoEspaña dedica más de la mitad de su festival a la obra de fotógrafos implicados con su realidad

 

 



 

La Razón (Edición Impresa) / EFE / Madrid
00:00 / 24 de mayo de 2015
Es posible enmarcar la diversidad de Latinoamérica en el recuadro del visor de una cámara? El prestigioso festival PhotoEspaña cree que, al menos, se puede intentar. Para demostrarlo, en la edición de este año dedicará la mitad de sus más de 101 exposiciones —con obras de 395 artistas— a fotógrafos procedentes de Latinoamérica. La muestra está presidida por el lema “Nos vemos acá”, y se celebrará del 3 de junio al 30 de agosto en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. La presidenta de PhotoEspaña 2015, María García Yelo, afirmó en el acto de presentación que “no existe una fotografía latinoamericana; existen las fotografías latinoamericanas”.
Madrid pondrá el foco en cómo los autores de este continente miran su realidad. Pero también en cómo la retratan los fotógrafos de afuera, mostrando una selección de 180 fotos de 60 artistas de la colección Anna Gamazo de Abelló —uno de los archivos sobre América Latina más importantes de Europa— y con la exposición de las imágenes tomadas por la italiana Tina Modotti durante seis años que pasó en México.
MONOGRAFÍAS. El festival ha intentado hacer un “barrido cronológico por el panorama artístico latinoamericano” para fijarse especialmente en figuras que, “aunque son conocidas por el público, no lo son en profundidad”, indicó García Yelo.
PhotoEspaña dedica una exposición monográfica a Lola Álvarez Bravo, una de las fotógrafas mexicanas más prolíficas del siglo XX y figura clave en el renacimiento artístico posrevolucionario del país. También al cubano Alberto Korda (1928-2001), que alcanzó fama internacional por su mítico retrato del Che Guevara y del que se dará a conocer una de las facetas más desconocidas de su obra: le apasionaba representar la belleza femenina y creó una amplia y variada colección de retratos caracterizados por su particular estilo y por el uso de luz natural.
MIGRACIÓN. Al brasileño Mario Cravo Neto se le dedicará una exposición amplia, porque su obra también lo es y retrata desde el frenético movimiento urbano de Nueva York y Salvador de Bahía a la íntima quietud de los bodegones o, sin salir del estudio, modelos que portan piedras, dagas o máscaras. La luz del guatemalteco Julio Zadik, la identidad mexicana a través del objetivo de Manuel Carrillo o la mirada sobre la penetración occidental en los territorios amazónicos son los temas de otros artistas que presentan obras nunca antes vistas en España.
El siempre duro fenómeno de la migración a Estados Unidos será abordado por cinco autores en la exposición Trama centroamericana, en la que cada uno de ellos proporcionan puntos de vista muy diferentes sobre esta situación dirigiendo la mirada hacia quien migra y hacia quienes se quedan.
También podrán contemplarse cerca de 200 obras, muchas de ellas retratos, del guatemalteco Luis González Palma, uno de los autores más destacados de la fotografía contemporánea latinoamericana, en la muestra Constelaciones de lo intangible.
 

Ida Vitale, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana

Premio a casi un siglo de poemas puros

La uruguaya Ida Vitale recibe el reconocimiento más importante en español
GENERACIÓN DEL 45. Ida Vitale (sentada en el centro) y Carlos Maggi (de pie, tercero por la izquierda), en una reunión de escritores uruguayos con Juan Ramón Jiménez (de pie, en el centro).
GENERACIÓN DEL 45. Ida Vitale (sentada en el centro) y Carlos Maggi (de pie, tercero por la izquierda), en una reunión de escritores uruguayos con Juan Ramón Jiménez (de pie, en el centro).
La Razón (Edición Impresa) / Carmen Sigüenza - EFE
00:00 / 24 de mayo de 2015
 
La poeta uruguaya Ida Vitale se convirtió el miércoles en la quinta mujer en obtener el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, considerado el premio más importante de la poesía en español. De esta forma se reconoce la extensa obra de una autora que ha recorrido casi un siglo llenándolo de poemas, lecturas, traducciones y ensayos. El escritor español Luis Antonio de Villena, miembro del jurado, afirmó que a la hora de tomar la decisión lo han tenido fácil: “este año, aunque han quedado tres grandísimos poetas finalistas, la decisión ha sido clara porque Vitale, a punto de cumplir 94 años, tiene una trayectoria literaria muy completa”.
Vitale pertenece a la generación del 45, la misma de Benedetti, Aldea Vilariño y Carlos Maggi, que falleció esta misma semana. Todos ellos tienen como faro al también uruguayo Juan Carlos Onetti. Pero en Vitale, además, se reconocen otras influencias importantes. De Villena señala que “su poesía es pura, con Juan Ramón Jiménez como punto de partida”, aunque tampoco se le pueda considerar solamente una discípula de ese premio nobel: “Sus poemas van más allá, son los de alguien que ha leído a Juan Ramón, sobre todo el de la última etapa más metafísica, y lo ha interiorizado, porque la obra de Vitale es la de alguien que interioriza todas las visiones sobre la realidad de la vida”, añadió Villena.
El representante de la asociación de autores de Uruguay, Ignacio Suárez, opinó que el galardón es muy merecido y que, hasta cierto punto, va más allá de la obra de Vitale, porque ésta es “muy representativa de la generación del 45”. Este grupo marcó un nuevo camino literario “que rompió con la vieja tarjeta postal presentada por la camada de poetas anteriores”, que planteaba “un Uruguay bucólico”, y pasó a utilizar la poesía como una herramienta para “interpretar la realidad e incidir en ella”.
MÉXICO. Esa forma de enfocar lo que le rodea la compartió y la enriqueció con otros grandes escritores. Vitale heredó su elegancia, su lucidez y su cosmopolitismo de una familia italiana emigrada a Uruguay, y en aquel país obtuvo su primer estilo. Pero en 1974 se trasladó, exiliada en México, huyendo de la dictadura, y allí desarrolló su estilo junto a Octavio Paz —con quien trabajó en la revista Vuelta— y al escritor, ensayista, poeta y dramaturgo español José Bergamín, exiliado como ella.
Vitale actualmente imparte clases en la universidad de Texas (EEUU) y visita Europa a menudo, para saludar a sus colegas y amigos, dictar conferencias y formar parte de prestigiosos jurados literarios. En su faceta académica ha publicado reconocidos estudios sobre Antonio Machado, Cervantes y Jorge de Lima.
El jurado del premio, al emitir su comunicado, hizo un juego de palabras que quizás parezca un tanto fácil, pero que define bien a la poeta: “es una mujer que hace honor a su apellido, Vitale: está llena de vitalidad y hoy sigue escribiendo y trabajando”. Así, la escritora continúa aumentando una obra ya muy rica y llena de una lírica pura, íntima y honesta, en la que destacan poemarios como Palabra dada, Mella y criba, La luz de esta memoria, Paso a paso, Jardín de sílice, Un invierno equivocado, La luz de esta memoria o Reducción del infinito.
Todo este trabajo estará ahora más al alcance de los lectores, pues el premio que acaba de recibir Vitale incluye la edición de un volumen antológico de su obra poética, con estudios y notas a cargo de un destacado profesor de literatura de la Universidad de Salamanca.
Pero la poeta uruguaya ni mucho menos es solo pasado: aún continúa produciendo, y a buen ritmo. Le preguntaron si este premio le devuelve un poco de energía para afrontar su trabajo y ella respondió: “¿Energía? Energía, para los editores”. La uruguaya ya afirmó hace dos años que para mantener tanta actividad a sus años “la clave está en ser honesto con uno mismo y con el lector, aunque siempre hay una parte de juego cuando uno escribe”.
Al enterarse de que había sido premiada, Vitale se acordó de Maggi y los demás compañeros de su generación: “Los países pasan por momentos de esplendor en las Letras. Hay generaciones con las que parece que todo lo bueno se concentra en un lugar y un instante”. La poeta opinó que hoy día, Uruguay pasa por un buen momento de creación en campos como el cine, y, como emigrante que es, recomendó a los escritores de su país que “no se encierren en un círculo uruguayo”, ya que la literatura tiene que convertirse en un instrumento para “conectar a personas de países diversos”.

martes, 12 de mayo de 2015

Conversación con Günter Grass


Conversación con Günter Grass 


Juan Villoro

“Para conocer a un escritor de talento, lo mejor es que lo entreviste otro escritor de talento”, decía Norman Mailer. Tal es el caso de Emmanuel Carballo con sus entrevistas a los escritores del Ateneo; la que le hizo Vargas Llosa a Cortázar, Fernando del Paso a Arreola, o Elena Poniatowska a tantos otros que sería exhaustivo mencionarlos. Es lo que sucede con Juan Villoro en la presente entrevista con Günter Grass, publicada inicialmente en su libro Los once de la tribu.
¿Cómo eres cuando no te inventas?
Diario de un caracol

En las hortalizas de Prusia, entre nabos y ruibarbos, suelen aparecer bombas de la Segunda Guerra Mundial; algunas aún conservan su carga detonante y aplazan su daño para el momento en que un desprevenido las toque con su azada. En 1959 Alemania se sacudió con una de esas explosiones a destiempo, producida no por un misil de la antigua guerra, sino por un novelista de 32 años. En plena era del trabajo y el confort, mientras los alemanes perfeccionaban el motor de inyección y la aspirina, el pequeño Oscar Matzerath tocó un tambor de hojalata.
La prosa alemana —llena de neologismos “vitricidas”— resurgía con extraño vigor, pero no todos quisieron mirarse en el espejo de lo grotesco que Grass les ponía enfrente. Contra la decisión de los críticos, el senado de Bremen impidió que El tambor de hojalata obtuviera el premio literario de la ciudad; como es de suponerse, el escándalo sirvió para atizar el fuego: en 1959 se vendieron 500 mil ejemplares del libro, y el 16 de octubre de 1961 Artur Lundkvist escribió en el Stockholms Tidningen: “Al fin la literatura de la posguerra alemana tiene a su joven león”.
Un poco antes de la publicación de El tambor de hojalata, en el ensayo “El milagro vacío”, George Steiner había vinculado la suerte del idioma alemán a la del nazismo: con Hitler moría la lengua que le sirvió de instrumento; al leer la trilogía de Danzig (El tambor de hojalata, El gato y el ratón, 1961, y Años de perro, 1963), Steiner modificó su opinión: el lenguaje vejado por la propaganda encontraba su antídoto y su parodia en Günter Grass.
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Günter Grass
© Politiken.dk
El tambor de hojalata invierte de manera impar las reglas del Bildungsroman, o novela de aprendizaje; el protagonista decide suspender su crecimiento y contemplar el mundo al nivel de las rodillas de los adultos. Con un punto de vista inalterable y limitado, Grass construye una épica al revés: una historia de deformaciones adquiere el monstruoso testigo que le corresponde.
A pesar de todas sus escenas de oprobio (la mujer que devora pescados hasta encontrar una muerte nauseabunda, la muchacha violada por los soldados soviéticos, el tendero que se traga un broche con una insignia acusatoria), El tambor de hojalata es una novela llena de humor y compasión por quienes encuentran imaginativas maneras de sustraerse al caos (el cocinero que sabe transformar sus sentimientos en sopas, el gigante tatuado que tiene un cuento para cada dibujo en su piel, el juguetero que construye los tambores).
Günter Grass nació en la ciudad libre de Danzig en 1927, bajo el signo de Libra (“somos grandes mentirosos”, comentó en una reunión donde predominaba la Balanza). A los 16 años recibió un uniforme del ejército del Reich y a los 17 fue herido en el frente de batalla (el día del cumpleaños de Hitler, según le gusta precisar). Al término de la guerra trabajó en una mina de potasa (los recuerdos de la excavación mineral se mezclarían con las dolorosas visitas al dentista en su novela Anestesia local, de 1969).
Su primera incursión literaria no causó mucho ruido; los poemas de Las ventajas de las gallinas de viento (1956) celebran las cosas pequeñas: la estufa de gas, las sillas plegadizas, la música al aire libre, las gallinas “innumerables y en aumento”, la pelota elevada que un portero espera atrapar en un estadio nocturno.
Como dramaturgo tampoco ha tenido especial resonancia; sin embargo, el estreno en 1966 de su quinta, y hasta ahora última obra, desató una encarnizada polémica. Aunque el teatro alemán de la época tenía una elevada temperatura política, casi siempre se concentraba en temas que ya gozaban de consenso crítico (el antisemitismo en la Andorra de Max Frisch, el espionaje nuclear en Los físicos de Friedrich Dürrenmatt o los crímenes de los torturadores de Auschwitz en La indagación de Peter Weiss). Grass tocó una herida más reciente (el levantamiento obrero de 1953 y la ambigua postura de un dramaturgo muy parecido a Brecht) y recibió dardos envenenados con dogmas de izquierda y de derecha.
A partir de los años setenta el exiliado de Danzig buscó formas más directas de acción política; apoyó la campaña de Willy Brandt y escribió un libro donde la ficción, el diario íntimo y el testimonio político se mezclan con una disertación sobre la Melancolía de Durero: Diario de un caracol (1972).
En 1977, en el prefacio a su antología German Poetry. 1910-1975, Michael Hamburger señaló que en los años sesenta la saturación política de la cultura alemana había limitado “incluso a poetas tan imaginativos y con un sentido tan idiosincrásico del idioma como Günter Grass”.
Dos años más tarde, Grass respondió a sus críticos más exigentes con la novela breve Encuentro en Telgte, que trata de una reunión de escritores durante la guerra de treinta años. El libro puede ser visto como un espejo distante del Grupo 47 (los poetas fundan una nueva lengua en la hora cero de la posguerra), un cuadro de Bruegel en movimiento o un homenaje al organista y compositor Schütz, quien “a pesar de la firmeza con la que creía en su Dios y la lealtad que había demostrado a su príncipe... se sometía únicamente a su propio código”.
Como Schütz, Grass no cree en otras ideas que las propias y acepta con gusto la definición de radical: “Hay que recordar que el término viene de radix, raíz” (y al decir esto sus manos se contraen como si extrajeran un tubérculo). Para desvelo de las ortodoxias, ha hecho de la búsqueda de raíces una postura ética, y rara vez coincide con las ideologías en curso: El tambor de hojalata estuvo prohibido en la República Democrática Alemana hasta mediados de la década de los ochenta y la prensa conservadora de Occidente recibió Diario de un caracolcomo la obra de un socialista emboscado. Los libros de ensayos Aprender la resistencia y Alemania, una unificación insensata, se apartan de las ideas aceptadas que encandilan a la galería; más que el proselitismo, Grass busca la provocación inteligente, el redoble que despierte las conciencias adormiladas. No hay duda de que la “razón de partido” lo tiene sin cuidado: en 1992, cuando el Partido Socialdemócrata se negó a defender el derecho de asilo político, no vaciló en renunciar a una militancia iniciada con la Ostpolitik de Willy Brandt.
Tom Wolfe es una especie de contrafigura de Günter Grass; reserva toda su rebeldía para los signos de puntuación y en política es tan conservador como en ropa —traje blanco con chaleco y polainas en los zapatos—; sin embargo, en su crónica The Intelligent Coed’s Guide to America, Wolfe celebra la mordacidad de Grass para pulverizar el radicalismo chic y el anhelo de persecución de ciertos intelectuales norteamericanos. El hombre que ha servido de amanuense de un caracol suele ser mejor entendido por los artistas que disienten de sus ideas que por los políticos y los sociólogos que creen comulgar con ellas.

Grass se ha amparado en diversos animales para renovar sus puntos de vista narrativos: el rodaballo al centro del fogón o la rata que sobrevive a la hecatombe nuclear. En su novela (o relato, como él prefiere llamarlo) Malos presagios el protagonista habla con la asordinada elocuencia que sólo puede tener alguien que se tragó un sapo. En antiguas fábulas alemanas el sapo es un símbolo de sabiduría; sin embargo, con el tiempo se transformó en un bicho de mal agüero. ¿Qué produjo esta metamorfosis en la imaginación alemana? En los diccionarios modernos,Unkenrufe quiere decir por igual “gritos de sapos” y “malos presagios”. ¿Dejó el sapo de ser una redonda forma del saber? Todo lo contrario: su croar asusta porque el conocimiento se ha vuelto peligroso.
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Günter Grass
© NRD.de
Michel Tournier ha escrito que toda nación literaria requiere de sus zonas de exilio, “de una provincia mágica, de una región remota y nimbada de misterio donde pueda proyectar sus sueños y mandar a sus chicos malos. La función que la India desempeñó para Inglaterra, el Lejano Oeste para los Estados Unidos, el Sahara para Francia”. A propósito de Grass, Tournier añade que es el custodio de la provincia secreta de Alemania, Prusia oriental, “engullida por la historia para aurolearse con la leyenda”. Sin embargo, a últimas fechas los sapos prusianos no traen buenas noticias; los bosques negros que durante siglos albergaron la imaginería alemana están a punto de caer, la lluvia ácida es el saldo corrosivo del milagro alemán; las pacíficas cimas de Goethe y las sendas de la madera de Heidegger son una región envenenada.
En 1991 Grass publicó una serie de poemas y dibujos sobre el fin de los bosques europeos. El libro Madera muertaes algo más que una protesta ecológica; la amenaza no sólo se cierne sobre el emblemático abeto de los villancicos navideños sino sobre una provincia de la mente. Grass ha decidido hundir los pies en el barro húmedo de las leyendas alemanas; fuma la pipa canónica de los viejos guardabosques y descree de la tecnología (“todavía no aprendo a manejar un coche”, sonríe bajo su bigote de morsa).
Su línea favorita del himno polaco es: “Polonia no está perdida”. Esta simultánea confesión de orgullo y debilidad lo acompaña desde los tiempos de El tambor de hojalata. En medio del deterioro, se sienta en una piedra y escucha las voces que llegan entre las espesas enramadas. El bosque alemán no está perdido.

Su primera formación fue la de escultor y grabador. ¿En qué momento supo que su vocación estaba más cerca de la literatura?
Siempre quise ser artista pero la idea de ser “escritor” me resultaba demasiado abstracta. En la escuela escribía poemas y prosas breves pero nunca pensé que con ello haría “carrera”. El primer trabajo que tuve fue de escultor; después de la guerra conseguí empleo en una cantera donde se hacían lápidas. ¡De entonces viene mi larga relación con los cementerios! [En El tambor Oscar trabaja puliendo lápidas y en Malos presagios Alexander y Alexandra fundan el Cementerio de la Reconciliación entre alemanes y polacos]. Este trabajo ayudó a que me aceptaran en escuelas de artes plásticas, primero en Düsseldorf y luego en Berlín. En todo este tiempo no dejé de escribir; todavía estudiaba en Berlín cuando publiqué Las ventajas de las gallinas de viento. El equilibro se rompió cuando empecé a escribir textos larguísimos. Las novelas se convirtieron en lo más relevante, al menos para los demás. En el fondo yo sigo sin hacer distinciones entre mis oficios de dibujante, escultor, poeta o novelista.

Antes de El tambor escribió poesía y teatro, ¿qué influencia tuvieron estos géneros en su primera novela?
Un capítulo de El tambor está escrito como pieza teatral y la prosa le debe mucho al ritmo de la poesía. Estas relaciones son continuas; por ejemplo, en 1955 escribí la obra de teatro Inundación, donde unas ratas son los únicos personajes realistas. Muchos años después, en 1984, retomé el tema en la novela La ratesa, pero a su vez la obra de teatro se basaba en el poema “Inundación”, de mi primer libro; lo cual revela que en mi caso la poesía, el teatro y la novela son inseparables.

La escultura también parece tener que ver con sus escritos; me refiero al afán de ver la historia desde muchos puntos de vista, como si se tratara de un cuerpo con relieve.
Sí, mi forma de construir tramas se parece mucho a la escultura. Me gusta ver la novela desde muchos ángulos, como una escultura en proceso. Además, el trabajo de escultor depende mucho de lo fragmentario y algunas de mis novelas, a pesar de su enorme extensión (pienso sobre todo en Años de perro), están construidas a partir de fragmentos, de pasajes con finales abiertos. La escultura tiene ventajas adicionales; cuando termino un libro me da mucho gusto tener otra cosa que hacer; después de cada novela caigo en un agujero en el que no se me ocurre nada y salgo de él gracias a la escultura. Me parece peligroso que un escritor empiece demasiado pronto su siguiente manuscrito, que continúe su trabajo por un imperativo profesional (la necesidad de otro libro) y no por una auténtica necesidad. De este modo han surgido muchos libros hermosamente escritos que por desgracia dicen muy poco. A mí me salva la posibilidad de hacer grabados o esculturas. Sólo vuelvo a escribir cuando no me queda más remedio.

Hace aproximadamente un año leyó en público todo El tambor de hojalata, ¿cómo fue el reencuentro con el libro?
No lo había vuelto a leer entero. A veces leía capítulos sueltos, pero ahora volví a enfrentarme al conjunto. Creo que el libro ha mantenido su frescura. Sin embargo, para mí lo más importante fue recordarme como joven escritor. Más que el libro, veía el proceso y las condiciones en que lo escribí, en un sótano parisino de los años cincuenta. Todo esto volvió a mí con enorme fuerza.

Le gustaría corregir algunos pasajes...
En la relectura me quedó claro que es un libro que sólo pude haber escrito a los veintitantos años. ¡Por suerte no traté de repetirme! Obviamente en algunos pasajes encontré los típicos descuidos del principiante (a veces me costaba demasiado trabajo mantener la distancia con mis personajes), pero estoy en contra de reescribir los libros. Uno debe ser fiel a lo que ha hecho y cambiar hacia adelante. No creo en limpiar los libros treinta años después. Casi siempre acaban perdiendo.

¿Desde el principio supo que el tema de Danzig sería una trilogía?
La verdad es que traté de liberarme de todos mis recuerdos en El tambor, pero en la última versión de la novela me di cuenta de que me quedaba mucho material. El gato y el ratón surgieron de una historia previa, que no me había salido bien y que retomé después de El tambor.

Usted ha dicho que de la trilogía de Danzig prefiere Años de perro.
Sí, pero ¿¡quién le cree al autor!?

En sus obras posteriores parece coincidir más con la crítica.
Sí, de mis novelas de aliento épico El rodaballo me parece la más lograda, y de las obras breves, más juguetonas, prefiero Encuentro en Telgte.

Salman Rushdie ha escrito que usted es producto de un doble exilio: perdió su ciudad natal y las certezas adquiridas durante la educación nacional socialista. De algún modo su obra se funda en una doble migración, en el espacio y en el tiempo: se llevó a Danzig a cuestas y volvió a su pasado para entender lo que no le dijeron sus maestros.
Rushdie y yo tuvimos un diálogo en la televisión; entonces hablamos de los paralelos que hay entre la relación que él tiene con Bombay y la que yo tengo con Danzig. Aunque él es unos veinte años menor, ha pasado por una pérdida semejante. Ambos coincidimos en que el abandono de algo muy querido es un espléndido estímulo para la literatura. De nada se puede escribir con tanta pasión como de lo que se ha perdido para siempre; la literatura surge para compensar una carencia.

Después de la trilogía de Danzig, ¿le costó trabajo ubicar sus historias en Alemania?
Mi obra de teatro Los plebeyos ensayan la rebelión y la novela Anestesia local se desprenden del clima que había en la Alemania de los años sesenta. Después de pasar cuatro años en París (la época en la que escribí El tambor) regresé a Alemania y me sorprendió que el levantamiento obrero de 1953, en Berlín Oriental, se hubiera convertido en un mito. Aquel suceso era objeto de una doble falsificación; las autoridades comunistas hablaban de un intento de “contrarrevolución” y los políticos occidentales de una “rebelión popular”. Ninguna de las dos cosas era cierta. Los obreros que fueron reprimidos en junio de 1953 no contaron con el apoyo de los estudiantes, los intelectuales, la pequeña burguesía ni la Iglesia; no fue un levantamiento popular en sentido amplio sino una revuelta de obreros que casi nadie apoyó. Yo había visto la revuelta, era algo que conocía de primera mano. Fue un levantamiento espontáneo, sin liderazgo definido, donde los obreros actuaron en total aislamiento. Los intelectuales leían poemas y sólo después se interesaron en lo ocurrido. En especial recordé el papel que Brecht jugó en esos días, un papel ambiguo, ciertamente astuto. Brecht no se comprometió con los obreros para no empañar sus relaciones con el poder. Al pensar en esto me dije: “¡Ahí hay un drama alemán!”. Mi obra trata de un dramaturgo que está haciendo una adaptación de Coriolanus, de Shakespeare, mientras los obreros toman las calles; los planos del teatro y de la realidad se mezclan en el “ensayo general” de los “plebeyos”. Pero tampoco se trata de una pieza en clave; aunque usé a Brecht como factor detonante, no me refiero a él en forma explícita. En esencia, Los plebeyos ensayan la rebelión trata de las paradojas que entraña la relación del intelectual con el poder. Pensé que después de la unificación la obra volvería a la cartelera, pero no fue así. Sigue siendo una obra tabú, quizá porque se ocupa de dos falsificaciones, la de los comunistas —que negaron el movimiento como contrarrevolucionario— y la de Occidente —que lo convirtió en un absurdo día de fiesta. En mis viajes por Alemania Oriental solía leer fragmentos de la obra, y a los jóvenes les gustaba mucho porque trata de un trozo de historia que les fue secuestrado.
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¿Por qué dejó de escribir teatro?
En Europa, el teatro está dominado por una tendencia preciosista. Hay tal virtuosismo escénico que el texto se ha vuelto un mero pretexto, no es sino un instrumento para que el director realice su proyecto. Yo creo que el director debe atenerse al texto, y en consecuencia no encuentro un socio para trabajar. Impera una tendencia “posmoderna”, ajena al contenido dramático, que pone el acento en el show, todo está permitido, siempre y cuando lleve a un montaje espectacular, lo cual me parece francamente aburrido.

¿Cómo fueron recibidas sus primeras novelas que no trataban de Danzig?
La crítica fue muy reacia a aceptar que yo tocara otros temas. ¡Las mismas personas que me hicieron polvo cuando publiqué la trilogía dijeron que yo sólo era bueno escribiendo de Danzig! Anestesia local es mi respuesta literaria al movimiento estudiantil. Un poco después, en Diario de un caracol, busqué una nueva forma literaria para reflejar el proceso político que vivía Alemania. Fue un nuevo tipo de escritura para mí, y curiosamente este paso adelante me llevó hacia atrás: en Diario de un caracol se coló la historia de la sinagoga de Danzig. También enEl rodaballo vuelvo a Danzig, pero al Danzig de la posguerra, es decir a Gdansk. Ahí me refiero a la gdanskificaciónde la historia. Escribí sobre el movimiento obrero de 1960, que sería el germen de Solidarność. Los autores polacos tenían prohibido escribir del tema, así es que decidí hacerlo yo.

En alguna ocasión dijo que lo que más le atraía de Melville era su “fascinación por los objetos”, ¿podría hablar más de esto?
Moby Dick revela algo esencial en la literatura: la pasión precisa de un hombre. No es un tratado sobre las ballenas pero dice mucho del mundo marino. Melville está obsesionado por una red de objetos. ¡Hay todo un capítulo sobre el color blanco! Esta sabiduría da a la novela una carga excepcional. Por otra parte, el duelo de Ahab con la ballena es un símbolo de toda lucha, de toda dualidad. Aunque se trata de un autor norteamericano, encuentro un vínculo estrecho con las tradiciones europeas, en especial la de la novela picaresca, sólo que en este caso el pícaro es un pez, una ballena que sirve como medida del mundo.

Su pesimismo parece haberse acentuado en los últimos años.
Los hombres de mi generación creímos que en 1945 habíamos tocado fondo. A los 17 años conocí la muerte y supe que era un sobreviviente por casualidad. Mi situación era mucho más difícil de la que puede tener un joven de ahora, vivíamos entre escombros, sin comida, pero al mismo tiempo había una sensación renovadora: podíamos empezar de nuevo. La divisa era “no es posible caer más abajo”. Con el tiempo esta esperanza se fue disolviendo. El 68 fue el último año en que pareció posible cambiar las cosas. Ahora la catástrofe se ha vuelto tan compleja que desafía las nociones canónicas de “esperanza” y “desesperación”.

Sin embargo, hace pocos años, en su epistolario con el escritor checo Pavel Kohout, sostuvo que aún era posible creer en la noción de esperanza, entendida como un mejoramiento progresivo, poco espectacular pero consistente, de las condiciones de vida en las dos Europas.
Ahora el mundo ya no puede ser medido en esos términos. En mis viajes por Asia, y en especial en los seis meses que pasé en Calcuta, he aprendido que la gente que por tercera generación vive en los arrabales está totalmente al margen de la categoría europea de “esperanza”. Ellos simplemente sobreviven, no pueden darse el lujo de planear ni de esperar. Dedican toda su energía—con resultados a veces portentosos— a inventarse una forma de vida. La paradoja es que las catástrofes globales que se nos avecinan (pienso sobre todo en los problemas ecológicos) serán mejor resistidas por la gente de las ciudades perdidas del Tercer Mundo. Es la única entrenada para la catástrofe. En Malos presagios, de un modo algo sarcástico, la única solución positiva llega gracias a un bengalí que crea un sistema de bicicletas para las congestionadas ciudades europeas. Por cierto que aquí en el Zócalo ya vi esas bicicletas de alquiler.

Diario de un caracol es, hasta cierto punto, una lección de paciencia. Los grandes cambios no se hacen de golpe; las superaciones siempre son lentas, graduales; usted comparaba al progreso con un caracol.
¡Pero el caracol ya nos rebasó! Somos mucho más lentos. Entonces dije que el progreso era un caracol como una advertencia a la generación del 68 que quería avanzar a grandes saltos. Ahora estamos persiguiendo al caracol.

En un pasaje de Madera muerta usted pregunta: “¿Qué hacer, ver todo negro o pedirle palabras de consuelo al poeta Handke?”. ¿Qué opina de Peter Handke?
Admiro mucho sus primeros libros, pero no me gusta el tono sacerdotal con el que escribe ahora. Está demasiado dispuesto a celebrarlo todo.

Usted ha tenido suerte con las traducciones, ¿hay algún autor alemán que le parezca intraducible?
No me imagino cómo puede traducirse a Von Kleist. Creó una sintaxis tan personal que resulta imposible imaginar una traducción sin pérdidas.

En Woyzeck de Büchner, cada personaje tiene su propia gramática.
Sí, es otro de los autores que uno difícilmente concibe en otro idioma; se corre el riesgo de que todos los personajes hablen igual.

¿Cómo es visto Thomas Mann en Alemania?
Con enorme respeto, pero es muy poco leído. Creo que hay dos razones para ello: el exilio (muchos jamás le perdonaron que estuviera en una mansión de California mientras había guerra) y la incapacidad alemana para entender la ironía. A mí me pasa un poco lo mismo; el aspecto cómico de mis libros siempre se entiende mejor en el extranjero. Algo semejante pasa con las obras de Jean Paul...

O Lichtenberg.
¡Por supuesto! Su estilo irónico, epigramático, influyó mucho en Las ventajas de las gallinas de viento. Como Mann, se trata de escritores para escritores. Fontane está en la misma lista.
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Günter Grass
© Cicero.de

¿Qué opina de las críticas que han recibido escritores de la antigua RDA, como el dramaturgo Heiner Müller o la novelista Christa Wolf, respecto a su colaboración con el Partido y con la Seguridad del Estado? ¿Se trata de una cacería de brujas o de una crítica justificada?
En los últimos tres años he visto con ojos muy críticos el proceso de unificación alemana. Preví el fracaso de esta unificación apresurada y, por desgracia, la realidad me ha dado la razón. En verdad se trató de una anexión comercial: la empresa grande se quedó con la chica. Algunos pensaron que el marco fuerte sería una panacea, pero no se puede unir a dos países a partir de una moneda, y los alemanes occidentales acabaron convertidos en amos coloniales. La situación de los intelectuales debe ser vista en este contexto. Actualmente se pretende ignorar todo lo que tenga que ver con la RDA. Ellos son los perdedores. Sin embargo, por equívoca que haya sido su política, no se pueden borrar de un plumazo 30 años de historia de un país. Antes de los ataques a Christa Wolf y a Heiner Müller ya había un clima hostil, un menosprecio generalizado hacia la literatura de la RDA. Esto se volvió mucho peor cuando se dieron a conocer las actas de la Stasi (Seguridad del Estado). ¡Nunca antes la Stasi tuvo tanto impacto en la sociedad alemana! De golpe, un sistema de espionaje bastante mediocre comprometió la vida de una tercera parte delos habitantes de Alemania Oriental. Fue como abrir una caja de Pandora. Lo que más envenenó el asunto, y lo que a mí me parece una broma macabra, es que en Occidente los papeles de la Stasifueron creídos como artículos de fe. En la RDA nadie les hubiera dado tanta importancia. Se trata de un triunfo póstumo de la represión comunista. Yo tuve la fortuna de crecer en Alemania Occidental y pude decidir mis propios errores. No hay un acta secreta que me inculpe. En todo caso me inculpa mi conducta. Cuando tus actos están a la vista puedes modificarlos, corregirlos. A veces se trata de una libertad de animal de presa, pero no deja de ser una libertad. En cambio, los escritores de mi generación que crecieron en la RDA, como Christa Wolf y Heiner Müller, pasaron de la camisa parda de los nazis a la camisa azul de los pioneros comunistas, de una ideología a otra. Se trata de un episodio particularmente trágico. La propia Christa Wolf habló de esto en su novelaKindheitsmuster. Por lo demás, no creo que deba ponerse en un mismo saco a todos los escritores de la RDA. Para Christa Wolf va a ser mucho más difícil lidiar con las críticas; en cambio, Heiner Müller es un hombre de teatro, un polemista natural, con cierto filón cínico. Ambos son espléndidos escritores, pero Müller está mejor equipado para enfrentarse a lo grotesco, dentro y fuera del teatro.

¿Y los papeles que incriminan a Müller como informante de la Stasi?
Él cometió un error evidente. Hace muy poco publicó una autobiografía en la que no dijo nada de sus contactos con la Stasi. Estoy convencido de que se trató de una relación inocua, como la de tantos ciudadanos de la RDA, pero tenía la obligación de aclararlo. Fue él quien quiso escribir (o dictar, pues el libro está hecho en forma de entrevista) una biografía, y no es posible escamotear un tema tan importante. Aunque Müller no haya dañado a nadie como “informante” es lamentable que haya dejado el tema en manos de sus enemigos.

Las gallinas, el gato, el ratón, el perro, el rodaballo, la rata, el sapo, el caracol son algunos de los muchos animales que le han servido de emblema. ¿Cuál de ellos escogería como símbolo de nuestro siglo?
En La ratesa hablo del animal que nos sobrevivirá. No sé si la rata es el animal que mejor representa a nuestra época, pero en todo caso es el que la heredará.

Leí que en su cuarto de trabajo tiene dos grabados de Goya.
Sí, de la serie de los Caprichos. Son del siglo XIX, de una edición que el Museo del Prado permitió hacer con las placas originales. Ya que lo menciona, creo que mi visión del mundo tiene algo goyesco.

¿También hace esculturas en ese cuarto?
Sí, tengo todo junto, mi mesa de pintor, el púlpito donde escribo de pie, las esculturas en proceso. Necesito caminar mucho mientras escribo; recorro el estudio de un lado a otro, recitando frases en voz alta. No puedo escribir nada si no suena bien, creo mucho en el valor oral de la literatura.

¿Escribe por las mañanas?
Entro a mi estudio a las diez o a las diez y media de la mañana, después de un largo desayuno. Generalmente dibujo durante un rato y luego me pongo a escribir. Hago una pausa para el café y sigo hasta las siete de la noche.

¿Tiene computadora?
¡Soy enemigo de la computadora! Es obvio que en muchas tareas la computadora es una estupenda herramienta, pero no en la literatura. Yo confío mucho en el trabajo artesanal. En un principio tecleaba con dos dedos en la máquina de escribir, pero incluso esto me pareció demasiado maquinal, demasiado veloz. Ahora sólo escribo a mano. La literatura de computadora es una literatura de consumo, en el sentido de que la información entra y sale muy aprisa; la prosa adquiere cierta autonomía y el autor llega demasiado pronto al resultado. Hace falta la caligrafía para imponer otro ritmo. He descubierto libros en los que se nota mucho la computadora.

¿Podría dar algún ejemplo?
No quisiera ofender a nadie, pero me parece obvio que Eco usa computadora. Esto incluso puede afectar a autores extraordinarios. Admiro mucho a García Márquez pero después de leer El general en su laberinto pensé que era una fortuna que hubiera escrito Cien años de soledad sin tener computadora.

¿Qué tan importante es para usted la primera frase? En Encuentro en Telgte, por ejemplo, la frase inicial es casi el programa de la novela: “Ayer será lo que mañana ha sido”.
La primera línea es decisiva. En El rodaballo, por ejemplo, la primera frase alude a la mujer, a la cocina, a los cuentos de hadas, todo el núcleo del libro está ahí.

¿Podría volver a vivir en el extranjero, como en sus años de París?
De poder, sí podría; sin embargo, por los autores alemanes de la emigración sé lo difícil que es perder un idioma. A la distancia, la lengua se puede volver artificiosa. Quizá para los compositores o los pintores sea más fácil irse a otros lados. Yo no puedo prescindir del alemán hablado. Tengo que oírlo. Escribo en una lengua viva, la lengua que escucho afuera de mi casa.

http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=789&art=16633&sec=Art%C3%ADculos#subir