martes, 21 de enero de 2014

Los poetas están muriendo: Juan Gelman (1930-2014)



El poeta de los ojos tristes
La Razón (Edición Impresa) / Juan Cruz - El País
00:00 / 19 de enero de 2014


Juan Gelman, el poeta de los ojos tristes, era capaz de arrancarse de madrugada a rasguear la guitarra; en tiempos en que su pesadilla era más grande, pues buscaba con ahínco pero sin esperanza a su nieta secuestrada en 1976 por los golpistas de Videla, la poesía y esos instantes de la noche le devolvían a la vida, como si se la prestaran. Esa larga historia que lo convirtió en huérfano de su hijo y en abuelo en perpetuo estado de incertidumbre lo llenó de pena, y “la pena”, dijo una vez con su enorme capacidad para la melancolía y el sarcasmo, “es un territorio muy amplio, probablemente argentino”. Él nunca se quitó de veras la pena.

Cuando en 2000 apareció la nieta, una joven que había vivido hasta entonces con un matrimonio al que se la entregaron los militares, se alivió la pesadumbre pero mantuvo su rastro. Fue mucho pesar, él lo llevó con la dignidad personal de un combatiente. A veces, cuando recitaba en público y aún existía esa sombra en su vida, cada verso era un esfuerzo y una rasgadura, como si llorara en voz baja. Por eso asombraba en esos instantes en que le robaba a alguien la guitarra que riera y cantara como si fuera otro.

Esa búsqueda de la nieta fue la razón mayor de su tristeza, pero nunca fue un hombre vencido. Ahora, consciente de la enfermedad que acabó con su vida, tuvo energía aún para desear a sus amigos un año menos difícil. Volvió del hospital, donde entró y salió desde el último noviembre, porque quiso que fuera en su casa donde dijera adiós a todo esto.

Nació en Argentina en 1930. El golpe de Estado de Videla lo condujo al exilio en México, de donde jamás quiso volver a su país. Su nuera esperaba una criatura cuando la secuestraron; de ella y del hijo de Gelman no se supo nunca más; el poeta estaba seguro de que la criatura vivía en alguna parte. La movilización mundial a favor de su lucha por encontrarla chocó durante años contra la inepcia del Vaticano, al que acudió, y de los gobiernos uruguayo y argentino, pero contó con el apoyo de sus escritores, periodistas y activistas. Sus amigos José Saramago y Eduardo Galeano presidieron una campaña mundial a favor de la búsqueda de la nieta; esa campaña se intensificó cuando por fin hubo noticias que daban fe de que la muchacha existía, y en 2000 al fin se produjo ese encuentro. Macarena Gelman tiene ahora 35 años y vive en Uruguay. Esa noche del reencuentro su amigo Mario Benedetti dijo: “Hablé con Juan y está de lo más feliz”.

Esa noticia fue para él la emoción más grande de su vida. Su poesía, irónica y secreta, escrita desde la melancolía, vivió momentos más claros; pero él siguió siendo el poeta de los ojos tristes que a veces ocultaba la risa tras el bigote poblado. Alto, desgarbado, Gelman caminaba dejando atrás, siempre, la estela del humo de su cigarrillo. Su voz tenía la cadencia del silencio; podía recitar ante miles, pero jamás levantó la voz. Últimamente había adelgazado mucho, de modo que cuando se desplazaba parecía que iba a volar tras el humo.

En el último mes de abril, cuando publicó su libro Hoy, de prosa poética, como muchos de los suyos, explicó aquí qué sintió cuando fue condenado uno de aquellos verdugos de su hijo. “Entre los culpables del asesinato de mi hijo había un general que fue condenado a prisión perpetua. Pero cuando dictaron la sentencia yo no sentí nada. Ni odio, ni alegría. Y me pregunté por qué, y eso me llevó a escribir, para preguntarme qué había pasado”. En esa conversación, Gelman resumió su disgusto con el papa Francisco, a quien había acudido cuando este era el obispo Bergoglio en busca de ayuda para encontrar a su hijo.

El obispo le dijo que no podía hacer nada, “pero ante la Justicia declaró otra cosa, que había hecho gestiones sin éxito”. Esa larga lucha (35 años buscando rastros de la vida de los suyos) no solo lo marcó como persona, sino que llenó de amargura y sarcasmo su escritura. Él tenía, decía, “la confianza lastimada”. También con respecto al porvenir del mundo. Ese hombre está en sus versos.

Ganó los principales premios de la literatura en español: el Rulfo, el Reina Sofía de poesía, el Cervantes (en 2007). Para él, la poesía era “una forma de resistencia”, pero ese compromiso civil no alteró su manera de ser poeta. ¿Hermético?, se preguntaba. “No, lo que hago es respetar al lector, obligarlo a que lea por dentro”. En el Ateneo de Madrid, en uno de sus tumultuosos recitales, siete años después del hallazgo de la nieta, leyó su poema padre de entonces como si fueran a temblar sus manos, sus ojos, él entero: “Así que has vuelto / como si hubiera pasado nada / como si el campo de concentración no / como si hace veintitrés años / que no escucho tu voz ni te veo / han vuelto el oso verde tú / sobre todo larguísimo y yo / padre de entonces / hemos vuelto a tu hijar incesante / en estos hierros que nunca terminan / ¿Ya nunca cesarán? / ya nunca cesarás de cesar / vuelves y vuelves / y te tengo que explicar que estás muerto”. La ovación compungida de la gente fue la confirmación de que el público y el poeta se leyeron por dentro.

Esa historia fue su vida: el hijo muerto, la hija muerta, la nieta en un paradero sobre el que él arañaba. Todo eso seguía vivo en su mirada, por tanto en esos versos, padre de entonces. Fue comunista, periodista y resistente, la sombra de esa historia no le permitió jamás olvidar esa militancia contra el olvido.Fue un resistente comprometido también con los cambios habidos en su país para revertir los efectos de la ley de punto final que había proclamado el presidente Alfonsín. Esa “impunidad espantosa” fue anulada por el presidente Kirchner y dio paso a las condenas de los represores, entre ellos los represores de su familia. Y desde ese punto de vista defendió en España al juez Garzón cuando este trató de perseguir el franquismo y restituir la dignidad de los perseguidos durante la dictadura. “No entiendo”, indicó entonces, “el castigo a Garzón por rastrear la memoria”.
Un día le pregunté quién era. Y él dijo:
—Quién sabe. Yo, no.


Foto: Cordópolis

 
Una poesía abundante, pero no de la abundancia
Rubén Vargas - Periodista
Juan Gelman fue un poeta abundante pero no un poeta de la abundancia. De lo primero dan fe las 1.328 páginas de su Poesía reunida publicada por Seix Barral a finales de 2012. Lo segundo lo podrá notar el lector que se aventure  por ese continente que es su obra. En sus libros —una treintena de títulos desde que en 1956 publicó Violín y otras cuestiones hasta Hoy, editado en 2013—, siempre falta algo. En sus poemas siempre ronda una usencia, algo se echa de menos. El mundo, se diría, está incompleto. Y esa incompletud —si es que acaso existe tal palabra— es la que hace necesario el poema, es la que justifica y da cierta urgencia a la escritura. Una escritura que sigue y se persigue, acosada por esa necesidad. Una poesía abundante, entonces, mas no de la abundancia.

Es posible que el señor Juan Gelman haya creído que la historia tiene algún sentido, que tiene un significado final o que se dirige a alguna parte. No en vano fue militante comunista primero y guerrillero montonero después.  Pero para el poeta Juan Gelman la historia no tiene esas certezas. La historia es, más bien, algo que está sucediendo ahora mismo delante de nuestras narices. Algo cuya materialidad y sensorialidad es quizás lo único absoluto. Y el poema lo puede testimoniar.

La abundante obra de Gelman ofrece muchas puertas de entrada. Me animo a señalar tres. Cólera buey (1964) y Los poemas de Sydney West (1969) son quizás lo mejor de su primera época. El poema como fábula, como invención. Lo que leemos son las traducciones de un supuesto poeta llamado Sidney West.

A mediados de los 80 Gelman escribió una serie de poemas en sefardí —venía de una familia judía ucraniana pero no sefardita— bajo el título de Dibaxu, que los publicó recién en 1994. Es quizá la expresión límite de la ausencia: escribir en una lengua desaparecida, como su hijo desaparecido.

Finalmente, en 2013 publicó Hoy, 300 breves poemas en prosa. Basta escucharlo a él mismo:  “Mire, le voy a contar algo que está en el origen del libro. Entre los culpables del asesinato de mi hijo había un general que fue condenado a prisión perpetua. Cuando dictaron la sentencia algunos jóvenes que ni siquiera habían vivido la dictadura saltaban de alegría. Pero yo no sentí nada. Ni odio, ni alegría ni nada. Y me pregunté por qué y eso me llevó a escribir, para explicarme qué había pasado”.

Cuatro poemas de Juan Gelman

Verdad es
Cada día
me acerco más a mi esqueleto.
Se está asomando con razón.
Lo metí en buenas y en feas sin preguntarle nada,
él siempre preguntándome, sin ver
cómo era la dicha o la desdicha,
sin quejarse, sin
distancias efímeras de mí.
Ahora que otea casi
el aire alrededor,
qué pensará la clavícula rota,
joya espléndida, rodillas
que arrastré sobre piedras
entre perdones falsos, etcétera.
Esqueleto saqueado, pronto
no estorbará tu vista ninguna veleidad.

Aguantarás el universo desnudo.

Dibaxu
Cuando esté muerto
oiré todavía
el temblor
de tu saya en el viento/alguien que leyó los versos
preguntó: “¿cómo así?/¿qué oirás? ¿qué temblor?/¿qué saya?/ ¿qué viento?”/le dije que callara/que se sentara en mi mesa/que bebiera mi vino/que escribiera estos versos:
“cuando esté muerto
oiré todavía
el temblor
de tu saya en el viento”/

El expulsado
Me echaron del palacio/
no me importó/
me desterraron de mi tierra/
caminé por la tierra/
me deportaron de mi lengua/
ella me acompañó/
me apartaste de vos/
y se me pegan los huesos/
me abrasan llamas vivas/
estoy expulsado de mí.

Regresos
La palabra que
cruzó el horror, ¿qué hace?
¿Pasa los campos del delirio
sin protección?¿Se amansa? ¿Se pudre?
¿No quiere tener alma?¿Amora todavía, torturada y violada,
tiene figuras remotas
donde un niño de espanto calla?
La palabra
que vuelve del horror, ¿lo nombra
en el infierno de su inocencia?